Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

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El deseo inalcanzable

El deseo es la materia prima sobre la que crecen la mayoría de las ficciones, y pocos son más poderosos que el sexual. Suntuoso, empuja nuestro ánimo por derroteros con destinos cubiertos con la niebla de la incerteza, donde se agazapa la frustración de lo que nunca sucederá.

“Deseando amar” es uno de los films que mejor lo expresa. Sus dos protagonistas y vecinos son engañados por sus parejas. Tratando de reconstruir la relación de sus conyuges se despierta en ellos un deseo casi imposible de contener. Sin embargo, sus anhelos sólo tienen cabida en su imaginación porque los separa un velo tan transparente como irrompible.

La relación entre Su Li-zhen y Chow Mo-wan es el arquetipo de la imposibilidad. De miradas que quieren curzarse pero pasan de largo. Del contacto físico interpuesto a través de objetos, que devienen casi en caricias. Sólo consuman por vía interpuesta, a través de sus parejas.

Hay quien dice que “Deseando amar” es la mayor alegoría del amor no realizado de la historia del cine, pero no es el único ejemplo importante. En unas ocasiones los limitan las circunstancias. En otras, la maldad. Sin duda, quien mejor encarna ese papel es la femme fatale, que expresa sus mejores virtudes en el thriller. Multitud de protagonistas renuncian a su amor tras reconocer que sólo les llevará a un callejón sin salida. O a la muerte. Otros no conseguirán escapar a sus fauces, como el protagonista de “El ángel azul”, que acaba convertido en el ridículo payaso que ignora al inicio del film.

La conquista inasequible no necesita más protagonismo que el de una subtrama para manifestarse con toda su fuerza. Así lo demuestra Bergman en su soberbia “Gritos y susurros”. En su cine es constante la confusión del amor carnal y el parentesco. Pero si hablamos estrictamente de pasión, Maria, el personaje interpretado por Liv Ullman, y David, el doctor de la familia al que da vida Erland Josephson tiemblan cuando están a solas. Una pulsión que no va a más porque la rechaza él.

Maria no es, ni de lejos, el primer personaje femenino que sueña con imposibles. Las raices prototípicas de este personaje se nutren, sobre todo, del cliché romántico de las novelas del s.XIX, como la “Madame Bovary” de Flaubert, dotada de una sensualidad expresiva y profunda, y una de las primeras protagonistas dispuestas a engañar a su marido.

Sin embargo, mi obra favorita sobre la imposibilidad amorosa es la ópera de Wagner “Tristan Und Isolde”, una obra introspectiva donde el amor no consumado de sus protagonistas los lleva, incluso, a la muerte. La obra, de cuatro horas de duración, explora los límites de un amor en la que el contacto les está prohibido. La tensión se palpa en cada nota de la composición, que ya anuncia el famoso acorde de Tristan sólo unos segundos después del inicio del espectáculo.

No será hasta el final que ese amor se sublime a través de la muerte de los protagonistas. En especial, con la última aria de la soprano y, a mi juicio, una de las más espectaculares de la historia de la música. Para vivir el crescendo es mejor escuchar la obra completa, pero el Liebestod no necesita nada más para embargarnos y, poco a poco, llevarnos, con ella, hasta los cielos en un clímax apoteósico.

Wagner ofrece una solución a los deseos imposibles; la muerte. Una propuesta que solo muestra belleza en la ficción. La vida, menos prosaica, no requiere de estos extremos. Pero hay algo de verdad en la sugerencia del compositor alemán. ¿No es la frustración una forma de muerte de una parte de nosotros? ¿De un algo que pudo ser y, finalmente, no fue?

Los deseos inalcancables son dolorosos y angustiantes, pero también son los ojos entreabiertos de Liv Ullman, la mano de Maggie Cheung acariciando el marco de la puerta, o la centena larga de instrumentos ahogando la voz de Isolda. La ficción es capaz de convertir el padecimiento en algo hermoso y sugestivo a la vez que exorziza nuestros propios fracasos.

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“Me cago en Godard!” de Pedro Vallín

Una de las lecturas más estimulantes que ha caído a mis manos en tiempo es “Me cago en Godard!”. Lo más brillante del ensayo de Pedro Vallín es la absoluta obviedad de su tesis central que, sin embargo, pasa desapercibida para la mayoría de nosotros. Como en el cuento de Andersen nos señala que vamos desnudos, aunque con menos inocencia que el niño del relato. 

Vallín afirma que, impregnada de soberbia marxista, la crítica europea castiga el cine de Hollywood y premia, desde su atalaya, historias de personajes ensimismados en problemas burgueses del yo. A sus ojos, los films norteamericanos son más emancipadores y anticapitalistas. El texto despliega multitud de ejemplos con los que justifica sus argumentos. 

Acierta y mucho. Retrata con gracia y mala leche al público de arte y ensayo. Les (me) pone delante de un espejo con un reflejo arrogante y altanero. Pero creo que falla en un aspecto importante y, como amante del cine que critica, no puedo sino agarrarme a ello. ¡Qué difícil se me antoja expresar que acepto su argumentario y, sin embargo, hacer este post poniendo el acento en las discrepancias! Este nudo gordiano puede deshacerse inspirándose en el amor por la controversia que destila el autor.

Estoy alejado de posiciones marxistas, pero quizás, como el niño russelliano, y sumergido en el ecosistema europeo, disfruto más con el cine de Auteur que con el blockbuster. No por ello voy a discutir lo indiscutible. El cine europeo tiende a construir personajes con conflictos de identidad que sólo se dan cuando el estómago no ruge. Es cierto que hay un indisimulado sentimiento de superioridad en la sentencia de que el cine de Hollywood es escapista, pero eso no lo hace necesariamente falso. Géneros como el western o el cine de superhéroes quizás son emancipadores, pero invitan al individuo a asumir responsabilidades que hemos convenido otorgar a lo público. 

Sea como fuere, es cierto que no hay razón para sentirse culpable por disfrutar de un blockbuster. Al contrario, celebro con efusión cada vez que me pasa. Y es que el gran problema de Hollywood no son sus valores. Al fin y al cabo, los snobs que nos emocionamos con “El triunfo de la voluntad”, de Riefenstahl, no nos damos de alta en el partido nazi el día después.

El gran problema es la repetición de fórmulas hasta la extenuación. No niego que el libro me ha hecho cambiar mi perspectiva sobre los remakes con su acertado e interesante análisis de la tradición cuenta cuentos de la costa oeste americana. Pero discrepo en que esa sea la razón central por la que hoy la industria abusa de la repetición. Cuando una fórmula que le funciona, la explora hasta desgastarla y convertirla en un tedioso sinfín de convencionalismos. Y, al ritmo de producción que sigue, este desgaste se produce en un poco puñado de años. La última vez que fui al cine hace un par de semanas, de seis trailers, tres eran historias de superhéroes. Exprimir hasta que el tedio lleva a los espectadores a un nuevo género… 

Quizás la autoría es soberbia, voluntad de apartarse del populacho y encarecer la obra. Pero no sólo. Es en el cine de autor donde se explora fuera de los marcos preestablecidos, donde se juega con los límites del relato, donde se experimenta. También hay convencionalismos y conforts para el público que se siente cómodo en lo supuestamente alternativo. Pero deja un espacio para la verdadera exploración. Allí se encuentran los márgenes en los que construyen las fórmulas que, con una década de decalaje, Hollywood explota hasta la saturación. ¿O puede explicarse el New Hollywood sin la Nouvelle Vague? ¿El cine negro sin el expresionismo alemán? ¿El cine contemporáneo sin los Sundance Kids? Hollywood es tan business que no puede permitirse innovar.

La industria piensa en beneficios y hace bien. No les pido que asuman un rol que no es el suyo. Pero, ¿qué sería del cine comercial si no fuera por los Auteurs soberbios que exploran los límites del medio? Así pues, son dos mundos que se quieren y se odian. Que se reprochan y se envidian. En definitiva, que se necesitan.

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La chica danesa

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La chica danesa explica la historia de un pintor casado que descubre que se siente mujer. Basada en un hecho real y ambientada en los años veiente de siglo pasado, hace un retrato de los enormes conflictos que provocan en un hombre el descubrimiento de una sexualidad que contradice los órganos de tu cuerpo. Y los de su pareja…

La historia ya es, de por si, sobrecogedora. El travestismo, como “Transamérica” y otros fims han demostrado, son un material poco explorado en el cine y de una enorme complejidad como para hacer toda una serie de films que traten de desgranar todo el meollo de la cuestión.

Si la ambientación nos situa 100 años atrás el conflicto se amplifica. El propio contexto homófobo y las dificultades para aceptar y transmitir una orientación sexual lo alimentan, sin necesidad de que la película se recree. Ésta parece más interesada en el conflicto personal que en caer en cuestiones más tópicas, como la violencia ejercida. Se preocupa más por el temor a la violencia que de la violencia en si.

Muchas personas han puesto en valor la enorme interpretación de Eddie Redmayne. No les falta razón. Parece estar acomodándose a los papeles que le exigen transformaciones físicas enormes, como en “La teoría del todo”. No es fácil construir un personaje tan complejo como el que interpreta, tan lleno de contradicciones. Entre el amor a su mujer y las emociones que lo empujan hacia sentimientos que no es capaz de entender ni aceptar.

Pero no puedo evitar que me interese más el del segundo personaje de la película. Si ya es difícil asumir que tus sentimientos contradicen tu “naturaleza” de hombre, mucho más interesante es la situación emocional de su pareja. Aquella que está dispuesta a todo pero que también tiene necesidades. Aquella que quiere estar al lado de su pareja a pesar de que las renuncias lleven casi a perderlo.

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Alicia Vikander ya me encantó en “Un asunto real”. De nuevo, hace un gran papel. La transformación de su personaje es sensacional. De un atractivo casi inevitable en las primeras secuencias, donde hasta un “transexual” es incapaz de huir de su sonrisa y su atractivo, hasta las emociones contradictorias que padece conforme la trama de va desarrollando.

De hecho, creo que la película tiene dos grandes temas. El obvio (¿Cómo enfrentarse a una orientación sexual con la que ni tu ni tu entorno se siente cómodo?) y el complejo; ¿cuáles són los verdaderos límites del amor? ¿Dónde reside el amor en realidad? ¿Qué significa la entrega? El amor, ¿es ofrecer al máximo a tu pareja o aceptar aquello que desea hasta el final?

Además,  al personaje de Alicia le acompaña un conflicto superior. Ella sueña con el éxito como pintora, que encuentra alimentando el travestismo de su pareja. A mayor éxito profesional, mayor distancia marital. Debe optar entre seguir alimentando el alter ego de su pareja (Lily), o recuperar la líbido masculina.

Todo ello nos lleva a la conclusión que la dirección de casting ha sido sensación. Erigiéndose como una de las piedras angulares, la película sustenta un argumento atractivo sobre un buen guión y dos interpretaciones muy adecuadas a las exigencias del texto.

La realización conecta bien con la historia. El propio director (Tom Hooper) ha explicado cómo ha buscado, a través del color, conectar con la pintura impresionista de la época en Dinamarca.

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Pero esa sería una lectura sólo superficial de la realización. Me parece brillante la planificación y ejecución de la secuencia en la que “Lily” aparece por primera vez, en la que el personaje de Eddie Redmayne descubre sus inclinaciones, hasta ahora, escondidas. El uso que se hace de la pintura (a través de los árboles pintados en los cuadros y de los horizontes, o como espejo del personaje) y de los reflejos en el agua o en los espejos (jugando con la alteridad del personaje) alimentan esa especie de juego entre las dos almas de Lily.

“La chica danesa” es un film interesante, rico en conflictos y con un casting interesante. Toda una fuente donde alimentar el espíritu y donde confrontar emociones y snetimientos.

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La serie “Antes de amanecer”

Antes de amanecer

Es difícil que yo descubra a alguien el valor de la filmografía de Richard Linklater. Más difícil todavía si no hablo de su último estreno, “Boyhood”, que me entusiasmó. Ni siquiera este estreno es tan nuevo…

Me apetece hablar de su serie de películas “Before…” (“Antes de amanecer”, “Antes del atardecer” y “Antes del anochecer”). Es una de esas series que todo cinéfilo debería haber visto hace años. Yo, en cambio, lo tenía como tarea pendiente. Y este fin de semana he decidido verlas todas a ritmo de una diaria.

La serie arranca con dos jóvenes de veintipocos años, emocionados por la magia de un encuentro casual. Romanticismo idílico propio de la época en la que creemos que todo es posible. Nada parece que pueda negarse; una relación puede construirse sobre una noche maravillosa y mágica en el entorno de una de las ciudades más bellas de Europa: Viena. Y una promesa final: volveremos a vernos en seis meses.

La película tiene toda esa magia que inevitablemente todos encontramos a faltar cuando pasan los años. La mirada sobre el amor es pura, incondicional. El amor todo lo puede. Es el amor que las películas de Hollywood utiliza como ingrediente fundamental en sus films románticos. La diferencia es que aquí Linklater lo enmarca en su espacio natural; la juventud. Donde las promesas todavía están por cumplir, cuando cualquier sueño se puede materializar.

Antes de amanecer

Sus conversaciones son frescas, sin el lastre que supone el haber sufrido tropiezos. Es una de las cosas que mejor capta la serie. Entre Ethan Hawke y Julie Delpy saltan chispas. Es fácil reconocerse en una noche donde conoces a alguien con quien, sin entender muy bien por qué, conectas. Cualquier comentario les arranca una sonrisa, aunque a todas luces haga incompatible la relación. No hay conciencia de lo difícil que es superar ciertas diferencias. Es la magia que sólo pervive si no hay un reencuentro…

En “Antes del atardecer”, los personajes ya han entrado en la treintena. Se reencuentran pero no como se habían prometido, sino 9 años después. Los dos han vivido obsesionados con recuperar las sensaciones de aquella noche con otra persona. Pero no ha sido posible. La realidad no puede competir con una noche idealizada…

Él escribe un libro explicando aquella experiencia a pesar de que se ha casado y tiene un hijo. Guarda la confianza íntima de que el libro le dé la oportunidad de reencontrarse con ella. Ella ha construido una no-relación con alguien que el trabajo lo mantiene alejado.

El amor ya no es aquella cosa idílica. Los dos se han enfrentado con incredulidad al hecho de que no han podido enamorarse más. No con aquella potencia. No con aquella incondicionalidad. No con aquella sensación transformadora de la vida propia. Cada nueva relación no ha sido más que una desilusión con la que no han querido o sabido convivir.

El reencuentro les da una oportunidad y abre un interrogante; ¿y si vivir profundamente enamorado de alguien toda la vida es posible? ¿ Y si realmente están hechos el uno para el otro? ¿Y si la vida la debían vivir juntos?

Pero en la película ya planea la fuente de conflicto como algo tangible. Él no quiere separarse de su hijo, al que adora. Ella no soporta la idea de vivir en un país como EEUU, donde vive el hijo de Jesse, el personaje de Hawke. Pero como en todo inicio de relación se evita el conflicto. La pasión por estar juntos supera cualquier dificultad.

Antes del atardecer

La serie se cierra con “Antes del anochecer”, donde los personajes entran en la madurez. Su relación está asentada. Tienen dos hijas y viven en París. Los dos se han visto obligados a hacer renuncias. Algunas tácitas. Otras abiertamente pactadas. Jesse renuncia a ver crecer a su hijo por ella, pero no puede evitar recordarle a Céline (Delpy) el enorme sacrificio que hace. Ella acepta las consecuencias de vivir con un escritor que basa su carrera en explicar las intimidades de la relación.

Por el camino, también se han dejado algunas cosas importantes. El sexo ya no es apasionado, se ha cotidianizado. Céline siente pasión por cantar y componer. Este hobbie actúa de metáfora perfecta para explicar la historia. La voz de Céline es una de las cosas que más seducen a Jesse cuando se conocen. En cambio, ella se ve obligada a abandonar su hobbie para ocuparse de aquello que él, como escritor, no puede hacer: ocuparse de la casa y de las hijas. Paradójicamente, él pierde una de las cosas que más le gustan de ella y la causa es… ¡Él! Como la vida misma…

Las renuncias se hacen cada vez menos tolerables para los dos. Cada vez resulta menos comprensible para Jesse que Céline no acepte vivir en EEUU, ni para Céline es aceptable seguir renunciando a tener vida. Todo ello les lleva a una catarsis final donde sólo podrán escoger entre dos opciones: continuar la relación asumiendo que algo entre ellos se ha roto para siempre o dejar la relación.

En cualquier caso, las dos opciones tienen algo de descreído. Ahora ya no es aceptable mantener el sueño de juventud. Ya será innegociable que acepten que su sueño era una quimera. Puede mascarse el fracaso.

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La trilogía funciona como una metáfora de cómo evolucionan las relaciones: como nacen, crecen y acaban ahogadas en sus propias expectativas. El proceso que viven los personajes es equiparable al de cualquiera de nuestras relaciones. Con un punto de vista pesimista, ya lo admito. Es en este sentido que la serie persigue mimetizar la vida real. Evoca films como  “Secretos de un matrimonio” de Ingmar Bergman, que en realidad también fue una serie, o la visión de la pareja de Woody Allen.

Una de las virtudes de la trilogía, que Linklater recupera en “Boyhood”, es la transformación física, real, que sufren los personajes. La evolución de sus caras, con las arrugas. La transformación de sus voces. Es imprescindible verlas en VO o perderás este detalle tan relevante de la historia.

Quizás la mayor virtud de la serie es la increíble verdad que transmite a cada segundo. La naturalidad con la que parecen estar hablando. En ningún caso se nota que dialogan, en el sentido de diálogo guionizado. Más bien, se trata de conversaciones. Naturales, reales. Sin las prisas típicas de un film.

Inevitable relacionar su cine con cierta tradición europea, en especial la francesa. Tiene algunos aires que recuerdan las películas de la Nouvelle Vague. También del Cinéma Vérité que, a su vez, inspiró algunos de los directores más relevantes del cine independiente norteamericano de la modernidad, como Cassavetes. Linklater le debe mucho al director de “Una mujer bajo la influencia”.

Es evidente que el guión se sienta sobre trabajo de improvisación con los actores. Ese grado de verismo es imposible sin la complicidad con y entre los actores. Supongo que por eso en las dos últimas entregas, Hawke y Delpy aparecen como guionistas. Es en este aspecto donde la conexión con Cassavetes es más evidente.

Rodaje "antes del anochecer"

Linklater parece interesado en la evolución de las personas a lo largo del tiempo. La relación que establece con los personajes podría morir aquí, una vez el fuego que ha mantenido encendida la llama de la relación se ha apagado. Ojalá encuentre motivos para reabrirla 9 años después.

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Ciutat Morta

Ciutat morta

Ayer TVC emitió el documental que ha ido ganando popularidad a cada dificultad que se le ha puesto para acercarlo al gran público. Se ha convertido en un éxito de audiencia (un 19% en un canal con un 1,4% de media) y ha generado un enorme buzz en las redes sociales. Incluso, una concentración a posteriori frente a las sedes de la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona.

El documental retrata cómo, tras un desalojo policial de una fiesta okupa en el centro de Barcelona en 2005 donde un policía queda en estado vegetativo, 4 inocentes fueron torturados y acabaron en la cárcel. La tesis del documental es que hay todo un entramado corrupto que prefiere tener a antisistemas en la cárcel antes que reconocer un error. Y todo ello con el telón de fondo de la Barcelona “parque de atracciones” para turistas. Es como si detrás de las postales, la luz y el cosmopolitismo se escondiera una ciudad gris y corrupta.

El documental es sencillo en sus formas. Algo oscuro y tétrico. Sólo se concede luz cuando se trata de retratar esa ciudad para turistas, lo que la convierte en algo falso, artificial. Me recordo un poco al arranque de Blue Velvet de David Lynch, como si estos primeros minutos fueran una metáfora de las más de 2 horas de Ciutat Morta.

Siento que al documental le faltan voces del lado del “poder”. Falta el derecho a réplica. Pero eso no hace flaquear al documental. Su contenido es tan fuerte e incontestable, y está explicado tan en primera persona, que es imposible no conmoverse.

Algunas reflexiones:

1º/ Creo que la tesis no es acertada. Más que ver un sistema corrupto, lo que yo vi es un sistema incapaz de asumir el error. Frente a este, lo tapa amplificándolo y haciendo sus heridas aún más sangrantes.

2º/ Los más interesados en defender el contenido del documental es la gente que cree sinceramente en los cuerpos de seguridad. Son (somos) precisamente estos los que hemos de ser más exigentes. Mirar para otro lado sería terrible. Por eso, creo que el sistema ha de articular respuesta para este tipo de situaciones.

3º/ El documental profundiza poco en la persona que deja en estado vegetal al policía. Critica los silencios de la administración frente a los abusos policiales pero casi nada los de las más de 1000 personas que estaban en la fiesta okupa y que algunos de ellos seguro que vieron a quién lanzó el tiesto. Es evidente que el silencio de la administración es mucho más grave. Pero el mecanismo humano que lleva al silencio es el mismo; la autoprotección. Si como ciudadanos no somos exigentes con nosotros, difícilmente conseguiremos que las administraciones sean mejores que nosotros. Al fin y al cabo, esas personas también han permitido que 4 inocentes pasaran muchos años en la cárcel, que uno de ellos se suicidara y que un homicida esté en su casa.

4º/ Ha costado que TVC emitiera el documental a base de mucha presión cuidadana. Triste que haga falta eso. Pero no podemos perder de vista que, al final, no tenían ninguna obligación y lo han hecho. Preguntémonos si eso hubiera pasado en la otra televisión pública.

Si alguien no lo ha visto, puede verlo aquí;

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El hijo del otro

Con el telón de fondo del conflicto palestino israelí, “El hijo del otro” explica la historia de dos familias (una palestina y otra israelita) a las que, por error, el día del nacimiento les intercambiaron los hijos. El error se descubre cuando los niños ya son casi adultos, lo que provoca un verdadero terremoto emocional de difícil aceptación.

A priori es una historia donde lo fácil hubiera sido incluir una pátina de posiciones muy extremas con el objetivo de acrecentar el conflicto. Esas soluciones, que predominan entre los films que acostumbramos a ver, tienden paradójicamente a amplificar mucho el conflicto pagando una pérdida de credibilidad y potencia. En la vida real el conflicto es enorme. Más allá de los muertos, hay muchos elementos que lo escenifican a diario. Por ejemplo, las colonias o, sobre todo, los enormes muros construidos no sólo tienen una función “práctica” sino simbólica. De una fuerza enorme.

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Évole y el falso documental sobre el 23F

Este domingo pasado, y coincidiendo con el 23F, Jordi Évole no hizo un Salvados “normal” sino un documental especial sobre el golpe de estado de 1981. Évole osó hacer un falso documental donde un montón de los protagonistas de los hechos (políticos y periodistas de primera línea) explicaban que toda la historia oficial sobre el 23F era falsa. La alternativa que planteaban era tan delirante como divertida: todo había sido un montaje para evitar un golpe de estado real.

El documental provocó reacciones increíbles. Incluso algunos periodistas reconocidos mordieron el anzuelo, lo que demuestra que la producción era fantástica.

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