Sálvame y el horario protegido

Jorge Javier Vázquez

Ayer la CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia) le dio un ultimatum al programa Sálvame para que adapte sus contenidos a lo exigible en horario protegido. En teoría, las televisiones no pueden emitir contenidos inapropiados para niños de 6 de la tarde a 10 de la noche. Desde Mediaset han salido en defensa de su programa y de los puestos de trabajo. También aseguran que esto se debe a organizaciones ultraconservadoras nada representativas. Algunas reflexiones:

1º/ Las televisiones tienen unas limitaciones legales. Como todas las empresas. Una de ellas, establece que hay los horarios protegidos. Es una de sus obligaciones. Apelar a la libertad personal con niños haría reír si no fuera que las televisiones hacen por sistema contenidos inapropiados para niños. Y la responsabilidad puede ser de los padres, pero ¿eso exime a las teles de cumplir con las normativas? En absoluto.

2º/ Las televisiones son privadas. ¿Y ya está? No. Porque esas teles no emiten (sólo) por internet. Para llegar a nuestra casa utilizan el espacio radioeléctrico. El espacio radioeléctrico es muy limitado y, por eso, es público y lo gestiona el gobierno. Las televisiones tienen una concesión pública. Es decir, que les estamos concediendo algo muy preciado y escaso. ¿Tan terrible es pedirles cosas a cambio?

3º/ Mi amigo Gonzalo Martín me contestaría que es ponerle barreras al campo. Y tiene parte de razón. En la época en la que los contenidos pueden consumirse a través de internet a cualquier hora, estas limitaciones tienen un efecto menor que hace 10 o 15 años. Ahora bien, la fuerza que hoy tiene la televisión sigue siendo enorme. Es de acceso mucho más fácil que cualquier vídeo de youtube (a uno o dos clicks como máximo!). Sin ir más lejos, en un año la televisión ha popularizado un líder político relevante. Ni la mayor experiencia youtubera ha tenido un impacto medianamente parecido.

4º/ En «Sálvame» dicen que que esto es un ataque para favorecer a su competencia, que a esas horas hace culebrones. Viendo cómo funciona todo, probablemente tienen razón. Dicho esto, eso no hace más deseable su contenido ni aceptable dentro de horario protegido. «Sálvame» es un juego. Pero la lectura que hace el espectador medio de un programa así no es esa. Ve «realidad», frente a la ficción de los culebrones. Sin duda, los culebrones son una bazofia, pero «Sálvame» es execrable.

5º/ Alguien puede pensar que esto es contradictorio con mi punto de vista liberal. No lo creo así. Que lo hagan a las 11 de la noche, si quieren. Yo no me meteré con lo que un adulto haga con su tiempo ni con una familia que permita a un niño pequeño estar viendo tele a esas horas. Pero con lo que le afecte a un niño sí que me meto. Porque le veo indefenso. Libertad no es sinónimo de libertinaje.

6º/ Por último están los puestos de trabajo que «se pierden». ¿Seguro que se pierden? ¿Qué hará Tele 5 si les impiden hacer «Sálvame»? ¿Dejarán las barras de colores las 3 o 4 horas que dura el programa o crearán otro formato? «Sálvame» no sería un ejemplo de programa «caro», ni de necesitar un equipo espectacular. Por tanto, tampoco parece que este sea un buen argumento.

Las televisiones se sienten con la libertad de hacer lo que les plazca. Pocas veces les llaman la atención. El precio que pagamos es que aceptamos como normal cosas que no lo son. «Sálvame» no merece ocupar la casi totalidad del horario protegido.

Cuando matar te hace líder

Brazil TV Killings

Hoy he leído en La Vanguardia que un popular presentador de televisión de Brasil, Wallace Souza, está acusado de asesinato. Por lo visto, el pájaro tenía un programa sobre crímenes e iban en directo a cubrirlos. La policía empezó a sospechar cuando, por 5 vez, el presentador y su chaleco antibalas llegaban antes que ellos mismos. Y es que se jactaba de ser siempre el primero en llegar a las noticias.

Por si eso era poco, resulta que dicho presentador fue expulsado de la policía en su día (La Vanguardia no especifica los motivos) y ahora es, nada menos, que diputado por el estado de Amazonas. Por cierto, el legislador más votado de las últimas elecciones.  Y, según el box populi, aspiraba a presentarse como gobernador del estado.

Si se le declara culpable, el presunto plan era genial. Wallace se convierte en un popular presentador de una televisión dirigida con su hermano, Canal Livre. Los contenidos demuestran la lamentable seguridad ciudadana del estado de Amazonas y, además, te conviertes en valedor de el valor de la seguridad. Te presentas a las elecciones y… probablemente ganas.

Todo el mundo acepta que los noticiarios son utilizados por las maquinarias de los partidos políticos para convencer de sus verdades a todo el mundo. Pero a veces he defendido que no es el único programa en el que eso se produce, la mayor parte de ellas con esaso éxito.

Lo que llama la atención en este caso es que el tipo puede que estuviera cometiendo los crímenes para crecer en audiencia y popularidad. Pero que nadie se engañe. Para conseguir objetivos políticos no personalizados en él, no hacía falta tanto.

Matar de forma sistemática para demostrar que algo no va bien es más viejo que el ir a pie. Uno de los más sonados, cuando en Italia la logia masona Propaganda 2, más conocida como P-2, de extrema derecha, se hinchó de cometer asesinatos para luego reivincarlos en nombre de entidades comunistas.

Pero lo nuevo (o no) de este caso es el aprovechar los reality shows para eso. Entonces, ¿sirven a ciertas causas estos programas? Para mí, sí por dos motivos;

– Algunos partidos hacen girar su discurso sobre la inseguridad ciudadana y sobre la no conveniencia de que ciertas comunidades extrangeras convivan con nosotros por una especie de maldad congénita que tienen por ser de donde son. Y hace innecesario que el político salga cada día a recordarnos que la cosa está mal porque para eso ya está la tele. Además, hay toda una industria, la de la seguridad, que se beneficia de forma evidente.

– Tienen un punto de incontestable; lo que pasa, pasa. Y la televisión es la gran valedora de la verdad. Si sale en la tele, debe ser cierto. Mi abuela siempre dice que «si no, no saldría». Lo que sus espectadores no tienen en cuenta es que, con el volumen de gente que hay en nuestro país, es fácil encontrar casos así cada día, por inhabituales que sean.

Con algunas imprecisiones, Michael Moore en su famoso documental Bowling for Columbine exponía cómo estos programas que hablan de la creciente inseguridad ciudadana eran utilizados por el sistema político para poder ejercer un mayor control sobre el ciudadano e, incluso, atacar otros países. La tesis era; si el ciudadano tiene miedo, yo podré extender mis redes y controlar mejor lo que hace.

Wallace Souza nos ha dado una buena lección que es mejor no olvidar. La televisión no es la valedora de ninguna verdad más allá de que, lo que expone, sale en la caja tonta.

El valor de la miseria

el juego de tu vida

Soy muy consciente que las miserias y bajezas de la gente tienen un valor altísimo en televisión. Programas basados en ello los hay a patadas. Ejemplos como Gente o Diario de Patricia (que ya no se llama así pero parecido) son sólo algunos de los que basan sus contenidos en dramas personales.

Sé que los medios privados, teóricamente, tienen derecho a emitir un poco lo que quieren si cumplen algunas pocas premisas, como el horario infaltil protegido que, por cierto, no cumplen. Pero ojo, no olvidemos que son concesiones públicas. El espacio radioeléctrico es limitado y sí que tienen una serie de obligaciones de servicio público.

Aún así, me considero tolerante con lo que los medios deciden hacer. Pero reconozco que algunas veces me da una grima increíble ver según qué programas.

No recuerdo qué día de esta semana por la noche, casi sin querer, acabé viendo en uno de los canales secundarios de telecinco, el juego de tu vida. Ni siquiera sé, ni me importa mucho, si el programa lo siguen produciendo o no. Pero me llevó a un par de reflexiones.

El programa consiste en que a un concursante, que previamente ha pasado por una máquina de la verdad, se le hace un cuestionario y, si dice la verdad, puede llegar a ganar 100 mil euros.

A pesar de que detesto estos programas, despertó en mi una curiosidad increíble. Reconozco que me quedé clavado en el sofá. ¿Qué hacía yo viendo un programa que critico sin piedad? Está claro que despierta unos resortes en nuestra emotividad que son difíciles de controlar.

Pero lo que más me interesa es, ¿qué mueve a alguien a contar sus miserias por una cantidad así de dinero? Una mujer, para ganar 10 mil euros ya había confesado que engañaba a su marido, se había prostituído y ofrecía servicios a sus clientas de un centro de estética para los que no tenía licencia.

¿De verdad que 10 mil euros valen todo eso? ¿Qué se puede hacer con ese dinero? ¿Un gran viaje? ¿O dos? ¿Pagar algunos atrasos en una hipoteca valen la pérdida de credibilidad total en tu negocio?

Cuando luchaba por los 40 mil euros, le hicieron una pregunta en la que mintió y, por tanto, ni siquiera se llevó ese dinero.

Parece que valoramos el dinero por encima de su valor real y eso acaba por traducirse en gente que se deja vejar por un puñado de euros. Es el negocio de las desgracias del prójimo. Y, por cierto, es adictivo.

Muerte on the air

Estos días ha dado la vuelta al mundo la historia de la exconcursante xenófoba de Gran Hermano que, a punto de morir, ha vendido en exclusiva su proceso de agonía. Y todo por una buena causa, pagar la educación de sus hijos.

El tema ha traído cola porque muchos opinan que es inmoral. Otros dicen que es bello porque el fin demuestra un amor increíble por sus pequeños. Incluso entra en el debate el papel que juega la televisión en todo esto. En mi opinión, el debate es profundo, pero caduco.

Vaya por delante que cada uno hace con su vida (y su muerte) lo que le da la gana. Y si alguien quiere vender en exclusiva su muerte, pues perfecto. Y si a alguien le interesa semejante estupidez, es muy libre de tragar tanta basura como le plazca. Faltaría más.

Ahora bien, ¿tiene derecho una televisión a hacer esto? Muchos defienden que son empresas privadas y que, por tanto, pueden hacer lo que quieran. Y si la gente lo consume, pues adelante. El problema es que eso es una media verdad. Estos medios hacen uso de un bien muy escaso, el espacio radioeléctrico. Por eso, el Estado hace un reparto de ese bien en base a unos criterios. Así, es cierto que son empresas privadas pero en base a una concesión pública. Y esa concesión tiene unas condiciones. Y si no hacen un uso cabal de ese bien, hay que retirárselo.

No es sólo una cuestión inglesa este debate. También en nuestro país se producen contenidos de una dudosa talla ética. Sin ir más lejos, hace muy poco se estrenó La caja, un programa donde gente con fobias sufre un tratamiento al más puro estilo conductista de la naranja mecánica.

Por tanto, el debate pasa a ser ¿debemos aceptar que un medio malgaste ese bien de todos en tamaña estupidez? ¿Y quién decide eso? Mientras algunos nos tiramos de los pelos, el hecho cierto es que a mucha gente le interesa vistas las audiencias que dan este tipo de programas. Así que, quizás, si les preguntáramos a ellos darían su aprobación.

Pero este debate ha perdido fuerza con la llegada de los youtube‘s porque esa responsabilidad que yo estaba exigiendo unas lineas antes, el hecho de que los medios decidan qué podíamos o no ver, ha dejado de tener sentido. Sin ir más lejos, todo el que quiso vio la muerte de Sadam.

Ellos no ocupan un espacio radioeléctrico que esté impidiendo que los demás puedan emitir. Ha dejado de ser un bien escaso. Además, cualquiera que esté muriendo (o cualquier otra cosa estrambótica que quiera explicarnos) podrá contárnoslo directamente. Y, cuando alguno genere un interés especial, siempre habrá alguien dispuesto a pagar una exclusiva. Y el debate dejará de tener sentido respecto a la responsabilidad de los medios.

Seguirá habiendo gente que cuestione la moralidad o ética de mostrar cierto tipo de cosas, pero estamos hablando de la libertad de que cualquiera me cuente lo que quiera. Y lo más interesante, se trata de mi libertad más absoluta de ver lo que me plazca. La responsabilidad de decidir si algo es visible o no, es mía. Y sólo mía. ¿Se os ocurre un escenario mejor?

panel de webTV (2) – características del «espectador-creador»

En el anterior post sobre el panel de webTV comenté que no me gustaba la idea de llamar espectadores a los usuarios de nuestras webs. No me gusta porque un espectador está expectante, a la espera. Es pasivo. Y no creo que sea eso lo que define a los «espectadores» de mobuzz, que ya tiene una comunidad importante detrás. Mediante su newsroom, son los propios usuarios los que proponen los contenidos. Es por ello que no me parece buena idea ponerles ese nombre. Y lo hago sin ningún ánimo de despreciar una actitud espectante. De hecho, adoro el cine y es, con toda probabilidad, el arte en el que el receptor es más pasivo.

Este espectador-creador es alguien interesado en cocrear aquello de «consume». Es alguien que se ríe con los resbalones de otros en youtube y luego cuelga los suyos propios. Estoy de acuerdo con Güell en que hay un evidente paso del espectador-pasivo al espectador-activo. Que decide qué ve, cuándo lo ve, dónde lo ve y que, incluso, propone los contenidos. Me ha gustado la forma en que Martorell ha expresado este concepto, al decir que será la mejor tele de toda la historia, por la libertad que esta aportará a sus usuarios.

Como dice Munyoki, es el paso de las élites al pueblo. Los costes se han abaratado tanto el proceso que cualquiera tiene una videocámara y un editor. Por eso, en un futuro deberemos ser capaces de integrar mucho mejor la voluntad del espectador-creador en nuestros propios contenidos.

Por supuesto, nosotros tendremos que aportar un valor añadido, porque para fusilar lo que hacen los usuarios ya existe el tubo. Pero no es menos cierto que estos tendrán que verse reflejados en lo que les ofrezcamos.

Hay un debate que me parece muy interesante. Para Güell, tendremos que ir educando al espectador-creador para que pase de consumir productos de baja calidad (los más vistos en youtube; caídas, y otro tipo de cosas tipo «videos de primera», como lo define Gina) a productos mejor hechos. En cambio, Martorell, Munyoki discrepan y creen que el video-on-line-basura existirá siempre. Yo me alíneo con esta segunda opinión. En realidad, me parece que si la tv 1.0 ha sido una constante caída de calidad, no creo que suceda lo contrario en internet. Otra cosa diferente es que ahora mismo el público de calidad aún no conoce las posibilidades que le ofrece la red en lo audiovisual más allá del caca-culo-pedo-pis. Pero, aunque lleguen, la gran masa siempre irá a contenidos fáciles y «comerciales». Y no está mal que sea así. Al fin y al cabo, no podemos aspirar a interesar a todo el mundo.

En definitiva, la clave estará en lo capaces que seamos de hacer partícipe al espectador-creador en la gama más variada de plataformas para permitir que se sienta lo más identificado posible.