Crítica «Lo imposible»

«Lo imposible» narra la historia de una familia que deciden veranear en Tailandia y sufren el tsunami. Tras la ola gigante, la familia queda dispersada. Ellos luchan por reencontrarse.

Da la sensación de que el director, Juan Antonio Bayona, selecciona con cuidado los temas de sus películas. La acertó con el primer film («El orfanato») y le ha dedicado 5 años a esta. La selección se ha demostrado acertada a varios niveles. Es un tema espectacular (en el sentido más puro del espectáculo). Muy emocional y emotivo. Además, el tsunami es algo que todos tenemos en nuestra mítica. Y nos afecta especialmente lo que pasó aquellas navidades.

Lo imposible

En cuanto a la ejecución creo que es muy ajustada. Es visualmente muy potente. Como la de las grandes películas del cine de catástrofes. En cambio, no es excesiva, pecado en el que suele caer este tipo de films. No hay más cambios de plano de los necesarios, ni busca marear a conciencia al espectador sino que es la situación y un lógico ritmo de planos el que hace ese trabajo.

La historia avanza con inteligencia. El guión de Sergio G. Sánchez, también autor de «El orfanato», da la sensación de estar muy bien pensado. Los momentos en los que hay cambio de secuencia poniendo el foco en otros personajes son los adecuados y las situaciones tienden a durar lo justo y necesario.

El único pero es que, para mi gusto, hay un exceso de escenas emocionales que te llevan a un cierto agotamiento al final. Las escenas con situaciones fuertes se suceden, de tal forma que el clímax no produce el efecto pretendido. Algunas de las escenas, aunque en el momento en concreto no molestan, acaban teniendo este efecto secundario final.

El agua, como no podía ser de otra forma, es un protagonista del film. El uso que hace Bayona es muy inteligente. La presencia del agua y, sobre todo, el estar sumergido en su interior le abre un lenguaje que explora en algunos momentos clave del film con soltura.

Ewan Mcgregor

Todo ello, quizás, no se hubiera aguantado sin un elenco como el del film. Ewan McGregor y Naomi Watts hacen un trabajo excelente. Pero si hay algo que sorprende es el trabajo de los niños. Me sorprende lo creíbles que son, la capacidad de transmitir el dolor y el miedo que expresan.

Pero si la película es interesante (quizás no tanto como se está dando a entender), hay que saber que está inspirado en una entrevista que hizo Gemma Nierga en La ventana en 2007. Si ya habéis visto la película, escuchadla. Si aún no, también. Es absolutamente sobrecogedora. Os la dejo aquí:

Revista e iPad

Interesante combinación de formatos clásicos de papel con formatos digitales que resultan muy expresivos y potentes. El vídeo me lo pasó Irina hace un par de semanas y me gustó mucho.

Realmente demuestra que con imaginación pueden hacerse cosas increíbles y llamativas. Establecer diálogos entre diferentes soportes (en este caso papel, tablet y vídeo) es, sin duda, uno de los terrenos más atractivos del transmedia storytelling.

Empresarios, la CECOT y la soberanía de Artur Mas

 

El pasado viernes tuve la oportunidad de asistir a la cena de empresarios organizada por la CECOT todos los años en el Recinte Firal de Terrassa. Era la primera vez que asistía a una cena de estas características. A la cena han asistido muchos empresarios y muchas personalidades del país, además de algunos representantes de patronales españolas.

No es el mejor sitio para hacer networking. Demasiada gente como para establecer nuevos contactos de cero. Eso sí, es un buen momento para dejarse ver y reencontrar a algunas personas interesantes. Pero más allá de la cuestión personal que me ha llevado allí, haría las siguientes consideraciones que relacionan el evento con el contexto actual:

1º/ Acostumbra a decirse que el empresariado teme una independencia de Catalunya por lo imprevisible del final del proceso. Eso contrasta con la claridad con la que el presidente de la CECOT, una de las patronales más importantes de Catalunya, ha expresado el deseo de la patronal de dar apoyo a la aventura de Artur Mas.

Eso era algo que ya intuía en privado. Conozco a muchos emprendedores que la desean. Pero choca que alguien que representa también a grandes empresarios se atreva con tanto. Y más todavía que los aplausos en la sala costara que se silenciaran al acabar el discurso. Lo que supongo que le ha dado el ímpetu es la certeza de que (agárrense) más del 50% de los empresarios de la CECOT se manifiestan independentistas. Y casi la totalidad (97%) dicen que la relación ha de cambiar. Como decía, algo está cambiando…

2º/ Me ha chocado una cosa del discurso de Abad. En su speech ha recalcado la oportunidad que representa para Catalunya y su sociedad de hacer un estado más moderno y equilibrado que el actual. El español, al fin y al cabo, lleva centenares de años con inercias que son difíciles de cambiar. Aquí tendríamos la oportunidad de empezar de cero. Incluso ha citado empresarios españoles que, según él, le han dicho: «si lo hacéis bien, nos venimos». Y para ello ha interpelado a Mas con una pregunta: «¿Quin país volem?». ¿Qué país queremos?

Lo interesante del asunto es que los sectores de izquierdas independentistas dicen exactamente lo mismo: una nueva oportunidad para hacer un estado que tenga en cuenta lo importante.

3º/ Obviamente, la CECOT y los sectores de la izquierda divergirán en casi todo lo que consideran un estabo «bien hecho». Pero sí que demuestra lo que Artur Mas ha dicho cuando ha cogido la palabra: «tenemos un proyecto ilusionante». Catalunya está tan hecha polvo como el resto del sur de Europa (no sólo España). Es verdad. Pero hay un sueño colectivo que parece estar creciendo en gente día a día. Y ese sueño no consiste en la idea de separarse de España sino en el potencial que tiene un proceso constituyente.

Supongo que es por eso, por las oportunidades que presenta y por la componente de épica que tiene el reto de emanciparse, el proyecto gana adeptos día a día (ya veremos si suficientes el día que se formule la pregunta). Que los empresarios empiecen a expresar en público que se lo plantean es un cambio radical. Que transversalmente la sociedad esté viviendo el proceso como una oportunidad constituyente, también.

Crítica «Blancanieves» de Pablo Berger

Blancanieves difícilmente puede sorprender por el argumento. Las preguntas que propone al espectador no empiezan por «qué» sino por «cómo». Y las respuestas basculan entre un espíritu fiel a las esencias del clásico de los hermanos Grimm y la introducción de elementos míticos españoles. Entre un lenguaje con fuertes referencias clásicas y propuestas postmodernas.

Blancanieves es arriesgada, pero no minoritaria. El director, Pablo Berger, mantiene el espíritu de su ópera prima, su anterior film Torremolinos 73. En aquel film, el director optó por hacer una propuesta muy comercial (comedia «fácil») con aparición de elementos de «alta cultura» (las constantes referencias a Bergman).

En este caso se propone un objetivo parecido. Cine en blanco y negro y mudo no parece que sean dos argumentos para atraer al gran público. En cambio, una historia tan clásica como Blancanieves o el uso de recursos muy próximos a un lenguaje juvenil, hacen que los espectadores que van al cine no salgan decepcionados.

Lo que se propone Berger es situar el clásico en la Andalucía de los años 20. Las sevillanas, el caciquismo, el toreo… Todos ellos le dan un telón de fondo a la historia que la enriquece. Lo más interesante es cómo se entralazan y se relacionan con los clásicos del cuento. Incluso algunos elementos del clásico acaban tomando una nueva forma acorde al ambiente en el que se presenta. El mejor ejemplo es el espejo, que muta en una revista del corazón.

El juego de espejos entre los diversos lenguajes también se presenta en lo visual. La película se propone recuperar recursos visuales como los primeros planos frontales e hiperexpresivos del primer cine, los planos detalle de objetos, el viñeteado de la imagen o el formato 4:3 de la pantalla, entre otros. También nos ofrece giños a esos primeros lenguajes visuales. Destaca especialmente la aparición del zootropo, uno de los padres del artificio cinematográfico.

En cambio, aparecen también elementos discursivos muy postmodernos. Frente al lenguaje de la fotografía (a ratos recuerda a las películas de Murnau, al expresionismo fotográfico de los thrillers de Hitchcock e incluso al misticismo de Dreyer) se contrapone un montaje que, en algunos momentos, recuerda a los vídeoclips actuales.

Como le pasara a Michel Hazanavicius con The artist, el sonido le da mucho juego. Normalmente el sonido está montado «sobre» la escena. Es decir, los personajes no escuchan la música que el espectador disfruta. Es extradiegética. En cambio, en los momentos más importantes del film, la música se convierte en diegética. O sea, en música que sí escuchan los personajes. Ya sea porque ponen un disco o porque unos músicos la tocan.

El casting es fantástico. Maribel Verdú está increíble. Macarena García (Blancanieves mayor) y Sofía Oria (Blancanieves niña) son una agradable sorpresa (Macarena había hecho algunas series pero, que yo sepa, nada protagonista. En todo caso, para mi, lo ha sido). Todo ello enriquecido por unos secundarios de lujo: Josep Maria Pou, Pere Ponce o Daniel Giménez.

Blancanieves es un film estimulante, mágico, que te atrapa desde los primeros planos. El gran público olvidará pronto que se trata de un film en blanco y negro y mudo y se dejará llevar por una historia tan mítica como novedosa.

Hospital líquido

Uno de los últimos proyectos que hemos hecho ha sido para el hospital infantil Sant Joan de Déu.
En este caso, tienen un proyecto realmente interesante. Quieren implantar una nueva relación entre el hospital y los pacientes. El objetivo es sacar el hospital fuera de sus 4 paredes. Es lo que llaman el hospital líquido.

En este vídeo que hemos elaborado para ellos se explica el concepto y se repasan algunos casos en los que la idea se concreta.

La gallina y la relación Catalunya España

Desde que hace 11 días Catalunya celebró su fiesta nacional, tanto en Catalunya como en España se están sucediendo muchas cosas y muy rápido. Surgen dos preguntas, una fácil y otra difícil de contestar: ¿Cómo hemos llegado aquí? Y, ¿Qué va a pasar ahora?

Explicar cómo hemos llegado aquí es bastante fácil. Algunos llevamos tiempo advirtiendo que esto iba a pasar, aunque no esperáramos que iba a ser tan pronto. Hace casi un año dije «Atentos al crecimiento y consolidación del independentismo en Catalunya.»

¿Las causas? Por un lado hay causas culturales. En España no se han entendido nunca que no todo pasaba por la identidad tal y como su gente lo entiende. Catalunya se siente diferente. No mejor, he dicho diferente. Siempre ha sido así. Es cierto que el nacionalismo nace con el romanticismo de finales del s. XIX. Como en todos los países. España incluída. También lo es que, hasta los años 30, nadie habla de independencia en Catalunya. Ni la guerra de sucesión de principios del  s. XVIII ni la mayoría de los hoy héroes nacionales catalanes pretendían una separación de España. Pero sí el respeto por una realidad no idéntica a la del resto del estado.

Desde Catalunya se han cometido inmesidad de errores. Desde un trato poco inteligente y prepotente con lo que conocemos por països catalans hasta la estrechez de miras típicas de aquellos que se emocionan con sus símbolos despreciando los de los demás. Pero no creo que las causas del crecimiento de algo que hace 10 o 15 años era meramente anecdótico (no superior al 15%) las encontremos aquí. Señalaría dos causas:

En primer lugar, el independentismo se ha organizado muchísimo. Ha dejado el «Catalonia is not Spain» y se ha puesto a trabajar. Ha elaborado un discurso creíble. Ha hecho números, ha creado asociaciones y ha impartido conferencias. Desde, ¿sería sostenible una Catalunya independiente? a ¿cómo se negocia una independencia? pasando por ¿Estar en España nos sale a cuenta?

En segundo lugar, España mientras se ha opuesto con prepotencia y desdén. Los unionistas (como les gusta decir a los independentistas ahora) han dado por hecho que es más fácil mantener el statu quo que cambiarlo. Y su discurso no ha avanzado nada. El gran argumento es: Catalunya es España. ¡Ah! Y que en caso de independencia, ya se ocuparían ellos de destrozarnos. Claro, eso cuando le llaman ladrón y eres una de las comunidades que sostienen el sistema no es argumento suficiente. No lo es cuando a tus ciudadanos ven cómo se escapa el 40% de sus impuestos, o el equivalente del 8% de su PIB. Y mucho menos cuando dicen rescatarte con 5 mil millones de euros a sabiendas de que tú estás pagando 16 mil millones cada año. Y la guinda del pastel fue cuando un estatuto refrendado por el pueblo y al que ya se le había «pasado el cepillo», lo tumbó el TC.

El descontento ha ido creciendo con una velocidad increíble. Los independentistas se sabían más que años atrás, en especial desde la manifestación en respuesta a la sentencia del TC. Pero este 11 de septiembre pasó algo diferente. No sólo sintieron estar muy cerca de la mayoría sufiente. Se sintieron vencedores. Tan importante es poder ganar como, antes, sentir que esa victoria es posible. Y aquel día, lo cambió todo.

Para que nadie se lleve a engaños, en la manifestación no sólo se hablaba catalán. También castellano. Los gritos, unánimes, eran por la independencia (aunque conozco personas que fueron y no la quieren, eran minoría). Yo estuve y no escuché ni un sólo insulto a España, cosa que me complace enormemente exceptuando la imbecilidad de «español el que no bote», que tampoco creo que sea un insulto. Al menos, seguro que no tan grave como que te llamen cáncer, o memo.

Los políticos están yendo a remolque. Nadie, excepto 4 ilusos, esperaban que el éxito fuera tan mayúsulo. Así que, empezando por Mas, todos los políticos han tenido que mover sus posiciones. Y la legislatura, que todo hacía prever le quedaban todavía unos meses, se ha roto.

La segunda pregunta es mucho más difícil de contestar: ¿qué pasará ahora? Pues, sinceramente, va todo tan deprisa que no lo sé. Me parece imposible hacer previsiones y me parece muy atrevido decir qué pasará con exactitud. En especial, teniendo en cuenta que las posiciones van en dirección tan opuesta que la cuerda se puede romper por cualquiera de los dos lados.

Es evidente que hay un pulso entre el gobierno español y el catalán. Es lo que los expertos en teoría de juegos llaman, el juego de la gallina. Dos coches se colocan uno frente al otro. Aceleran y el primero que gire el volante, pierde.

España se niega a mejorar la financiación catalana. Eso deja a Mas sin espacio, que tendrá que convocar elecciones ya. Los partidos se verán obligados a pronunciarse: independencia sí o no. Todo parece indicar que CiU ganará las elecciones. Las encuestas hablan de ERC e IC (Iniciativa es partidaria del derecho a decidir) creciendo mucho. Así que casi seguro los partidos que se pronunciarán por el sí serán mayoría en el parlament.

¿Y entonces qué? ¿Podrá Mas volver a Madrid reclamando de nuevo el pacto fiscal? No lo creo. Tendrá que ir más allá. ¿Declaración unilateral de independencia? ¿Qué haría Rajoy en ese caso? ¿Enviar los tanques como algunos piden? ¿Suspender la autonomía? Serían dos errores fatales para sus intereses. Pero, ¿qué otras opciones tiene? ¿Dejar a Catalunya tomar su propio camino? ¿O quizás, antes de que pase nada de esto, Mas se tirará atrás? Tampoco lo creo.

Sinceramente, yo creo que todo es posible. Los lazos no están rotos del todo, pero España deberá cambiar de actitud con celeridad si quiere evitar la independencia. El argumento de que Catalunya independiente no es viable cuando laminas el país con los impuestos no se sostiene. También creo que la separación puede ser amistosa, sin olvidar que tenemos muchísimas cosas en común: amigos, familia y una historia que hemos y estamos compartiendo. Y que, de una manera u otra, seguiremos compartiendo. Espero que para bien.

«Siboney, en tu boca la miel puso su dulzor» de Quim Monzó

NOTA PREVIA: Este artículo se publicó en La Vanguardia el martes 26 de Octubre de 2010. He sido incapaz de encontrarlo en la web del diario. Estaré encantado de enlazar el original y quitarlo de aquí. ¡Ah! Y a continuación hago una serie de comentarios al respecto.

Siboney, en tu boca la miel puso su dulzor

Todos esos medios de comunicación que una y otra vez ponen el grito en el cielo cuando en Catalunya se multa a las empresas que incumplen la ley de lenguas y no tienen sus rótulos como mínimo en catalán han pasado de puntillas por la noticia de que, el año pasado, la Generalitat de Catalunya multó a 94 empresas por no etiquetar en castellano. Son esos diarios, esas radios y esas cadenas de tele que generan gigantescas bolas de mierda a base de deformar la realidad, voceando que aquí se prohíbe rotular en español y que a quien no habla en catalán nos lo comemos con patatas fritas para desayunar. A la cabeza de ese alud de patrañas, el Partido Popular y su lazarillo, Ciudadanos, que, en esta ocasión, han decidido mirar hacia otro lado y silbar Siboney, que es la mejor melodía para disimular.

Pues sí: el año pasado la Generalitat multó a 94 empresas por no etiquetar en castellano y en esta ocasión la caverna no dice ni mu. Silencio absoluto. Ni una queja, ni un gemido, mucho menos un asomo de rebelión. Nada de «¡Vaya atropello!». Nada de «¡Ustedes no tienen derecho a decirme en qué lengua debo etiquetar mis productos!». Ningún grito de «¡Libertad!». ¿Por qué no repiten ahora aquello tan sobado de «Prohibido prohibir»? Leo en El País, el sábado, que Jordi Anguera, director de la Agència Catalana del Consum, explica diversas cosas respecto a esas multas. Una: «La regulación, en el caso del etiquetaje, es favorable al castellano. Hay cerca de 120 leyes estatales que obligan a etiquetar en español». Ojo al dato: ¡»120 leyes estatales que obligan a etiquetar en español»! Por mucho que aguzo el oído no oigo que nadie se rasgue las vestiduras, ni que aúllen en Intereconomía. Otra cosa que explica Anguera: «Las indicaciones obligatorias del etiquetado deberán figurar, al menos, en castellano, lengua española oficial del Estado». ¿Dónde están ahora las acusaciones de nazis, por seguir la ley? Escasamente críticos con el nazismo –y su versión cheli, el franquismo–, a la mínima llaman nazi a cualquiera que no piense como ellos y, ante las multas que los de la Generalitat imponen por no etiquetar en castellano, se callan y esta vez no los llaman nazis. ¿Qué pasa? Explica también El País que la Generalitat «multó a la multinacional del mueble Ikea con 8.000 euros por varias deficiencias en la información al consumidor; entre otras, no disponía del etiquetaje en castellano». Si las multas hubiesen sido por no etiquetar en catalán, ya habría ahora mismo dos nutridas manifestaciones de catorce o quince personas: una frente a Ikea Montigalà y la otra frente a Ikea L’Hospitalet –con Albert Rivera y Sánchez Camacho a la cabeza, respectivamente–, pidiendo que no se multe a nadie y exigiendo que de una vez por todas acabe esta terrible dictadura nacionalsocialista catalana.

 

Para redondearlo, es imprescindible leer el fantástico artículo de Jordi Cañas, diputado en Catalunya por Ciutadans. Yo, por si acaso, os lo resumo. Viene a decir que obligar a etiquetar y rotular en catalán es «imponer un modelo identitario nacionalista excluyente». En cambio, obligar a hacerlo en castellano supone «proteger al consumidor, evitar daños a la salud y garantizar sus derechos».

Hagamos ahora un ejercicio de sustitución. Lea la siguiente frase del artículo de Cañas:

«Madre mía,qué barbaridad, que se obligue a las empresas a que cuando vendan un producto en nuestro país tenga sus instrucciones en su lengua oficial para que cuando los ciudadanos compremos, por ejemplo, un medicamento podamos leer sus contraindicaciones para no morirnos, o cuando adquiramos una televisión sepamos sintonizarla, o cuando compremos un mueble en Ikea sepamos cómo montarlo. Una terrible imposición de un Estado español opresor de la libertad de empresa.«

Hágase el esfuerzo de interpretar lengua oficial como lengua oficial del estado (como decía una tertuliana de televisión; «en castellano, lo normal»). Notará que el artículo practica una fina ironía. Evidente que los textos tienen que venir «explicados» en el idioma de los consumidores.

Hágase ahora el esfuerzo de interpretar lengua oficial como catalán (oficial en Catalunya). Notará ahora el lector cómo se trata de un texto sin ninguna ironía. Imponer el etiquetado en catalán es propio de un nazionalismo opresor.

Por último, hágase el esfuerzo de no mearse en los pantalones de la risa.

Y es aquí donde aparece la maravillosa riqueza del lenguaje y la capacidad de las mayorías de articular el discurso que les dé la razón. Porque yo he hecho trampa, sí. El catalán no es oficial. Es cooficial. De tal manera que nadie sensato diría que es una barbaridad pedir que los españoles puedan leer las instrucciones de cómo montar un mueble de Ikea en castellano (por cierto, no tienen contraindicaciones mortales). ¡Es su lengua oficial! ¡Y es la ley!

Pero… ¿Es necesario en una lengua sólo cooficial? ¡Pero si los catalanes ya entienden el castellano! La ley («hecha por nosotros», olvidan decir) ya lo dice. Por algo será. Hay que cumplir la ley. Es básico en democracia. Y así, poco a poco, vamos minorizando lo que no sea bien castizo.

Creo que hoy, que el PP me ha convertido en todavía más políglota de lo que lo era, es una buena fecha para recuperar este fantástico artículo del maestro Monzó. En su honor (en el del PP), mi lista de idiomas: castellano, catalán, inglés, valenciano y aragonés oriental. Por cierto, intuyo que pronto incluiré el balear.

La obsolescencia programada e internet

NOTA PREVIA: No sé cómo pude caer en esto porque salta a la vista que es un fraude. En todo caso, de lo que de verdad estaba interesado en hablar, me parece que sigue vigente. Si alguien quiere comprobar por qué estoy seguro de que lo es, encontraréis una explicación convincente al final.

Desde que Sílvia me hablara de la obsolescencia programada y del documental «Comprar, tirar, comprar», me he topado con el tema constantemente. El concepto viene a decir que todo lo que nos venden está diseñado para tener una vida útil inferior a la que, en realidad, de forma natural, tendrían. Todo se ve afectado: bombillas, coches, ordenadores, teléfonos, ropa, comida…

Según esta hipótesis, más que razonable, las empresas además, harían lobbie para evitar que productos que estén diseñados para soportar el paso del tiempo queden fuera del sistema. Se les impide la entrada en los sistemas de distribución. Y se les ataca, ya sea con compras a cualquier precio de las patentes para hacerlas desaparecer, o mediante la amenaza.

Hoy la contra de La Vanguardia descubre, al fin, uno de las personas importantes que hay detrás de la campaña contra la obsolescencia, Benito Muros. Benito ha diseñado una bombilla que dura toda una vida y consume una cantidad ridícula de energía. A colación de esto, se me ocurren tres de cosas:

La primera es obvia: Si los sistemas de distribución convencionales se niegan a aceptar poner a disposición de los clientes (nosotros) sus bombillas, hoy la respuesta es fácil. Montas tu tienda en internet, como ya ha hecho él. Y la vieja industria que se adapte. Si quiere… O que acepte las consecuencias.

La segunda es más sutil: Cuando aparece un estudio que habla de algo que hacen bien las empresas (me da igual si se trata de si el tabaco no es malo o de si las antenas de móvil son inocuas), tenemos claro que hay intereses detrás. Pero no debería sorprendernos que, cuando surge un estudio que dice lo contrario, también los hay. Eso no es malo. Sólo hay que tenerlo en cuenta.

El tipo al que hacen la entrevista publica cosas en contra de la supuesta «obsolescencia programada». Las intenciones es muy probable que sean buenas. Y también que tenga razón. Pero ello no implica que no tenga intereses económicos. Los tiene. Como todo estudio, detrás hay unas motivaciones. No es bueno ni malo. Es así.

Un tecer elemento aún menos evidente: El concepto de la obsolescencia programada parte de la base de que este sistema destruye el planeta porque nos obliga a consumir recursos sin parar. Tiene sentido. Pero falta una pieza del puzzle.

En el caso de los productos de Benito Muros habla de ahorros de energía del 92% respecto a las bombillas «clásicas». Y es verdad que no hará falta hacer más agujeros en el suelo en 60 años. Toda una vida…

La pregunta clave es: dentro de 60 años, ¿qué rendimiento tendrán las bombillas? Si miramos para atrás, ¿qué diferencia de consumo hay entre las bombillas de hoy y las de hace 60 años? ¿Es posible que esa diferencia de eficiencia acabe justificando que hagamos otro agujero en el suelo para hacer una nueva bombilla antes de que pasen 60 años? ¿Será ese un coste menor que su consumo en, por ejemplo, petróleo (que también obliga a agujerear el planeta?

Ejemplos como este lo encontramos en todos los productos tecnológicos. Su consumo disminuye drásticamente con el paso de los años. Ordenadores, coches, aviones, bombillas, lavadoras… Nada escapa a este proceso.

En todo caso, lo más relevante es el primer punto. Las nuevas realidades permiten saltarse las antiguas reglas del mercado. Gracias a internet, los lobbies tienen menos control sobre los canales de venta y sobre aquello que está disponible para los consumidores. Y el clásico control sobre las patentes les será, cada vez, más difícil.

Y esta es la explicación: https://www.iluminaciondeled.com/blog/oep-electrics-verdad-o-engano/

Los derechos sociales

No nos engañemos. Esto se está poniedo feo. Después de la entrada de un nuevo gobierno y de la inyección de montañas de dinero, la prima de riesgo vuelve a crecer. Yo ya no tengo claro dónde va a acabar esto.

La gente está pasando un proceso de duelo. Durante años, hemos vivido a crédito. No hemos sido conscientes porque nos «avalaban» nuestras casas. Pero era así. Pedir crédito no es más que avanzar dinero que ganaremos mañana. Vivir a crédito es vivir a costa de tu propio futuro.

Los psicólogos dicen que el duelo tiene 5 fases. La primera, la negación. La gente reaccionó a los primeros compases de la crisis con una actitud modélica. De forma absolutamente pacífica.  Yo aún diría más. No recuerdo ni un sólo movimiento contestatario en este país de la cordura que tuvo el movimiento de los indignados. Mucho aprendimos de ellos y me consta que siguen haciendo trabajo…

Sus recetas eran bienintencionadas. En mi opinión, profundamente equivocadas en lo económico. Y cualquier recorte, ya fuera temporal o no, era un recorte de derechos sociales. No se pueden bajar los sueldos porque son un derecho social. Ni el despido. Nada de recortar presupuestos… Sea en el área que sea, siempre saldrá alguien a decir que es un recorte de derechos sociales.

Los indignados exigían un incremento del gasto público. Es decir, más deuda. O, lo que es lo mismo, seguir viviendo del futuro. Nada había cambiado para ellos. Como cuando, abandonados por alguien a quien queremos, nos parece una ficción la vida sin él.

Pero la realidad se recrudece. Nuestra ex no vuelve. Poco a poco el dolor se torna rabia, incomprensión. Es lo que los psicólogos llaman ira. Y con ella las posiciones maximalistas. Las protestas ya no tienen aquel punto naif del principio. Hoy en Barcelona se critica a la policía obviando que unos salvajes quemaron parte de la ciudad (y que podría haber acabado en drama).

Por supuesto no se justifica a los violentos. Nadie sensato lo hace. Pero se desvía la mirada. Eso es algo que el movimiento indignado no hubiera hecho. Es algo que no hizo. Pero hoy… La bilis se lleva a la razón de la gente por delante. Y la derecha se friega las manos… Ahora sí, ya pueden tapar el éxito de las protestas, generalizando lo de unos pocos.

Desde hoy ya sabemos que, como mínimo, el gobierno se plantea considerar la resistencia pasiva como un atentado a la autoridad. Ahora sí que han tocado hueso, como cuando finiquitaron la negociación colectiva. Amigos, eso sí toca uno de los fundamentos de la libertad. Considerar una actitud pasiva como un atentado es una broma de mal gusto peligrosa. Muy peligrosa.

Pero claro, hemos dicho tantas veces que nos recortaban derechos sociales en todo y para todo que, ahora, ha perdido valor. Lo ponemos a la altura de en vez de cobrar 8000€ cobrar 4000€ si nos echan. Le ponemos un precio a nuestros derechos. Yo me niego a comparar las dos cosas.

Tras la ira, la siguiente fase  es la negociación. Aceptando con ella las nuevas reglas del juego. Al otro lado de la mesa tendremos a esa derecha conservadora que lleva años atosigándonos con sus ideales anticuados.

Cuando empiece esta fase, las condiciones iniciales ya las habrán ido preparando ellos. Porque mientras, la sociedad no sabrá  sabido dónde poner el foco. Tantas cosas, todas igual de importantes… Todo no lo recuperaremos en seguida. Y la gente, con buen criterio, priorizará el pan. Y entonces sí, por 4000€, todo perdido.

Pero yo estoy seguro de que los sueldos, tarde o temprano volverán a crecer. Y los presupuestos en educación y sanidad. La derecha estoy seguro de que también lo sabe. Pero, ¿el derecho a manifestarnos lo recuperaremos? ¿O, para entonces, ya habrán conseguido que la mayoría vean peligrosas las protestas?

Al pacto le sigue la depresión de ver que las cosas han cambiado. Finalmente, la aceptación de la nueva realidad. Desde luego, si la izquierda sigue mirando para otro lado cuando haya violencia entre sus filas (esa violencia evidente, televisiva, que asusta a las abuelas), lo van a tener muy fácil para que, en esa nueva realidad, la protesta pacífica sea vista como un peligro para nuestra Sociedad. Hablo de la sociedad de la gente, de las personas. La de verdad. Con mayúsculas.

El concepto derecho social es demasiado importante como para usarlo a la ligera y para todo. Los excesos acaban teniendo la terrible consecuencia de hacer perder el foco en qué es más importante y qué menos. No cometamos este error. Y evitemos este terrible atropello.

Pd: Interpelo a la izquierda no porque la culpabilice sino porque a la derecha en lo ideológico, la doy por perdida.