Blancanieves difícilmente puede sorprender por el argumento. Las preguntas que propone al espectador no empiezan por “qué” sino por “cómo”. Y las respuestas basculan entre un espíritu fiel a las esencias del clásico de los hermanos Grimm y la introducción de elementos míticos españoles. Entre un lenguaje con fuertes referencias clásicas y propuestas postmodernas.
Blancanieves es arriesgada, pero no minoritaria. El director, Pablo Berger, mantiene el espíritu de su ópera prima, su anterior film Torremolinos 73. En aquel film, el director optó por hacer una propuesta muy comercial (comedia “fácil”) con aparición de elementos de “alta cultura” (las constantes referencias a Bergman).
En este caso se propone un objetivo parecido. Cine en blanco y negro y mudo no parece que sean dos argumentos para atraer al gran público. En cambio, una historia tan clásica como Blancanieves o el uso de recursos muy próximos a un lenguaje juvenil, hacen que los espectadores que van al cine no salgan decepcionados.
Lo que se propone Berger es situar el clásico en la Andalucía de los años 20. Las sevillanas, el caciquismo, el toreo… Todos ellos le dan un telón de fondo a la historia que la enriquece. Lo más interesante es cómo se entralazan y se relacionan con los clásicos del cuento. Incluso algunos elementos del clásico acaban tomando una nueva forma acorde al ambiente en el que se presenta. El mejor ejemplo es el espejo, que muta en una revista del corazón.
El juego de espejos entre los diversos lenguajes también se presenta en lo visual. La película se propone recuperar recursos visuales como los primeros planos frontales e hiperexpresivos del primer cine, los planos detalle de objetos, el viñeteado de la imagen o el formato 4:3 de la pantalla, entre otros. También nos ofrece giños a esos primeros lenguajes visuales. Destaca especialmente la aparición del zootropo, uno de los padres del artificio cinematográfico.
En cambio, aparecen también elementos discursivos muy postmodernos. Frente al lenguaje de la fotografía (a ratos recuerda a las películas de Murnau, al expresionismo fotográfico de los thrillers de Hitchcock e incluso al misticismo de Dreyer) se contrapone un montaje que, en algunos momentos, recuerda a los vídeoclips actuales.
Como le pasara a Michel Hazanavicius con The artist, el sonido le da mucho juego. Normalmente el sonido está montado “sobre” la escena. Es decir, los personajes no escuchan la música que el espectador disfruta. Es extradiegética. En cambio, en los momentos más importantes del film, la música se convierte en diegética. O sea, en música que sí escuchan los personajes. Ya sea porque ponen un disco o porque unos músicos la tocan.
El casting es fantástico. Maribel Verdú está increíble. Macarena García (Blancanieves mayor) y Sofía Oria (Blancanieves niña) son una agradable sorpresa (Macarena había hecho algunas series pero, que yo sepa, nada protagonista. En todo caso, para mi, lo ha sido). Todo ello enriquecido por unos secundarios de lujo: Josep Maria Pou, Pere Ponce o Daniel Giménez.
Blancanieves es un film estimulante, mágico, que te atrapa desde los primeros planos. El gran público olvidará pronto que se trata de un film en blanco y negro y mudo y se dejará llevar por una historia tan mítica como novedosa.