Si, después de mi anterior post alguien pensaba que yo creo que los culpables de todo lo que pasa están en la izquierda, se equivocan. Las derechas (tanto políticas como ciertos poderes fácticos) son más culpables que las izquierdas. ¿Por qué? Porque son los que hacen las apuestas estratégicas que, en este caso, han resultado totalmente equivocadas.
Pero lo más lamentable no es eso. Al fin y al cabo, las personas pueden equivocarse y, en ese sentido, los empresarios no han hecho nada diferente a lo que han hecho los trabajadores: buscar el camino más fácil para enriquecerse con una visión cortoplacista.
El verdadero problema es que la autoridad moral que deberían tener cuando reclaman la reducción de ayudas poco productivas es una falacia. Las patronales y las empresas no tienen ningún reparo en criticar a sindicatos por su discurso y luego ellos hacer lo mismo: reclamar su parte del pastel. Y con la misma técnica: la amenaza.
Si es de dudosa moralidad reclamar una ayuda para cambiar una lavadora, es de un cinismo aclaparador reclamar una supuesta libertad de mercado y, a la hora de la verdad, ejercer un impuesto revolucionario sobre el estado bajo la amenaza de deslocalizar.
Asumamos la realidad: si una empresa (y sus trabajadores) requieren una ayuda para no deslocalizar es que no es productiva. Sus costes son demasiado elevados.
Está muy interiorizado reconocer que necesitamos una sociedad más productiva. En lógica consonancia esto, deberíamos hacer lo propio con estas empresas: dejarlas que se vayan si de verdad quedarse aquí supone un lastre.
A mi me parece que esto evidencia una cosa muy importante: no es que haya un sector de la sociedad que prefiera vivir de las ayudas del estado. Son los elementos clave de la sociedad desde el punto de vista productivo los que toman el camino fácil. Y, en mi opinión, ese es un camino que lleva a la perdición.
¿Y con qué discurso cínico defienden las empresas este planteamiento? Muy sencillo. Hay ciertos sectores “estratégicos” (habría que ver quién define qué es estratégico y qué no) que hay que proteger porque perderlos sería un mal mayor. Si la Seat decidiera deslocalizar, no sólo cerrarían ellos: multitud de pequeñas empresas se quedarían sin clientes. Y eso supondría un gasto superior por parte del estado en forma de paro.
Lo que no dicen, claro, es que mientras tanto su posición está garantizada. Y sin tener que poner tanto esfuerzo en la competitividad de su empresa. Esta forma de proteccionismo, como las de las acciones de oro por parte del estado o el evitar que capital extrangero entre en empresas “estratégicas”, con la excusa de garantizar ese empleo tan manido, sólo provoca tres cosas:
En primer lugar mantienen el sillón con unas ciertas garantías a quien mantiene el control de esas empresas, tanto desde las posiciones ejecutivas como desde las societarias. Y es verdad que también sobre un buen (pero no tan grande) puñado de trabajadores. Pero, ¿es más “estratégico” mantener su puesto de trabajo que el de la mujer de la limpieza de contrata, que también paga sus impuestos? ¿O el del panadero (comer pan cada día, para mí, es “estratégico”)?
La segunda es que empobrece al resto. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla. El que opta por comprarse un coche de la Seat y cree estar comprando una ganga se equivoca porque parte de ese coche ya lo ha pagado en forma de impuestos, lo que implica que, en realidad, le ha salido mucho más caro.
Si ese coche se hubiera fabricado en un lugar donde la mano de obra es más barata, hubiera podido dedicar esa parte del dinero que invirtió en forma de subsidio del estado en cualquier otra cosa (quizás fabricada en España con mejores salarios). Dicho con otras palabras, menos aquellos que perderían su trabajo, el resto sería mucho más rico si retiramos este tipo de ayudas (ya hablaremos en otro post de qué hacer con esa gente sin empleo). Y todo esto es verdad para aquellos que deciden comprar un coche de algunas marcas. Los que no, los que prefieren un coche no fabricado en España, lo pierden todo.
Desde esa teoría, que esas empresas se vayan del país empobrece al Estado y, por tanto, a la población. Argumento falaz. Que hoy gracias a las deslocalizaciones del textil yo pueda comprar camisas mucho más baratas me enriquece. ¡Ah! Y de paso a países mucho más pobres que el nuestro.
Tercero, pervierte las decisiones de compra de la gente. Los productos no compiten sólo entre los de su propia gama sino entre todos. Cuando yo priorizo comprarme un desodorante implica que prefiero que no me huelan los sobacos a beber brandy para desayunar. No puedo comprarlo todo. Si yo añado ayudas a un tipo de empresa estoy perjudicando a las empresas que no tienen ese tipo de ayudas (y, por ende, a todos sus trabajadores).
Hay que desenmascarar a esa derecha que vende el discurso de una libertad de mercado en la que no cree más allá de instaurarla en el mercado laboral, que es donde les viene bien. Hay que dejar claro que eso no es el liberalismo sino la defensa de unos intereses propios alejados de la ética social.