La cultura de la subvención (I): las izquierdas

A estas alturas nadie puede dudar de la dureza de la crisis, devastando buena parte de la no-economía española: construcción y parte de un turismo poco valor añadido. La apuesta la inició el PSOE en los 80’s y el PP aprovechó el viento de cola para crecer, pensando más en la demanda que en la oferta. La herencia de Zapatero ya era envenedada y el despropósito de su no-gobierno ha multiplicado el problema.

Y ya está. Podemos darle vueltas a algo que es un hecho. Podemos creer que toda la culpa de es Zapatero o que toda la culpa es del no-milagro económico de los 90. Y así entrar en un ciclo de culpas que no soluciona nada pero que justifica ciertas filias y fobias.

sindicatos

En mi opinión, el problema va mucho más allá. Tenemos asumidas una serie de cosas como normales cuando, en realidad, no lo son. O a mi no me lo parecen. Una de las más graves, percibir al estado como un ente que debería salvarnos de todos nuestros problemas. El papá estado.

Todo ello comporta que la gente espera que el Estado le ayude en un montón de cosas: Nos tiene que curar, nos tiene que proteger cuando nos quedamos sin trabajo, garantizar educación para todo el mundo, un sueldo digno… Hasta ahí tiene sentido y lo comparto al 100%. Pero, en realidad, hace muchas cosas más: se trata de que nos beque el nacimiento de hijos, el cambio de coche, electrodomésticos, la hipoteca, el billete de tren… Y, aún así, nos quejamos…

Una demanda considerada básica al Estado es que proteja al ciudadano delante de la empresa. Partimos del supuesto que las empresas ganan mucho dinero y que los sueldos recibidos a cambio son miserables: hablar de mileurismo no es nada nuevo.

En todo ello entronca la estrategia de los sindicatos, que basan su discurso en cómo las empresas se aprovechan de la buena fe de los trabajadores. Y claro, los trabajadores se merecen cobrar un salario que suba, como mínimo, el equivalente a los precios.

¡Ah! Y olvidaba decir que además, el gobierno debe garantizar el pleno empleo. Y todo ello está muy bien. Pero la pregunta es, ¿y qué deben hacer los trabajadores para salir de este pozo? En todo ese discurso de continuas demandas, ¿en qué lugar queda la responsabilidad de los trabajadores?

No trato de decir que el gobierno no tiene ninguna responsabilidad en todo este follón. Ni que las empresas han hecho su trabajo de forma impecable (es tan obvio que no…). Pero eso no implica necesariamente que los trabajadores estén libres de culpa.

El problema de base es que tenemos muy asumido que es el Estado el que debe de sacarnos sistemáticamente las castañas del fuego. Pero algunas cosas deberíamos tenerlas claras:

Los ricos son pocos por definición porque, si no, no serían ricos sino clase media. Los pobres no sólo no pueden mantener los servicios que reciben sino que son justamente los que han de recibir más de lo que pagan. Y eso implica necesariamente que la clase media, la inmensa mayoría de nosotros, ha de pagar más de lo que recibe. Por tanto, es inasumible esperar servicios por valor de lo que pagamos.

En segundo lugar, que nos ayuden, por ejemplo, a cambiar la lavadora mediante planes renove no significa que sea gratis. Quiere decir que parte de los recursos que el estado podría utilizar en mejorar carreteras, trenes o aquello que consideremos clave no podrá hacerlo. ¿Estamos seguros que preferimos que el Estado gaste sus recursos cambiando la lavadora de 1 persona frente a mejorar el tren que usan muchos?

Los sindicatos centran su estrategia en dos cosas: dificultar que la empresa se desprenda de personal y en forzar que pague más por el mismo trabajo. Desde mi punto de vista, las dos confunden puesto de trabajo con trabajador. Lo importante no es que una persona pueda trabajar toda su vida en la misma empresa sino que el trabajador no se quede sin trabajo. Son dos cosas distintas.

Además hay que ser claro con los trabajadores. Cuando se consigue que un salario, por ejemplo el salario mínimo, suba no se está consiguiendo que las empresas paguen más por lo mismo. Lo que estamos haciendo es renunciar a que ciertos trabajos se hagan desde España. Es decir, incentivamos las deslocalizaciones.

Con esto no digo que me parezca mal. Quizás merezca la pena  que ciertos trabajos mal pagados no puedan hacerse desde España teniendo en cuenta nuestro nivel de vida. Pero lo que me molesta es que se mienta a la gente haciéndoles creer que esto implica mismo trabajo con mejor sueldo.

Los lobbies de izquierdas (véase sindicatos y partidos de izquierda) tienden a proponer soluciones del s. XIX a problemas del s. XXI. Por fortuna, la lucha de clases es algo superado. Y los retos se sitúan en otro ámbito. Esperar que el subsidio mejore nuestro poder adquisivo sólo hace lo contrario, laminarlo.