La historia de los musicales empieza a la vez que nace el cine sonoro y toma el modelo del teatro de la época. Y, después de varias décadas de un éxito enorme, el público se fue apartando del género. Por lo menos, tal como lo habían entendido hasta entonces. Pero estos cambios no se producen de forma repentina.
El público que disfrutaba con los bailes de Astaire y Kelly, se fue haciendo mayor. Pero una nueva generación estaba mucho más interesada en otro tipo de musicales que ya anunciaba su nacimiento a principios de los 50, en pleno apogeo del clásico musical (recordemos que de aquella época son algunas de las mejores obras de la historia).
Se trataba de coger a estrellas de la música y ponerlas delante de la cámara. No era tan importante la capacidad interpretación del protagonista o protagonistas como la popularidad de estos. La factura tendía a ser más bien tosca y de escasa calidad pero de un éxito abrumador. En definitiva, es la semilla de lo que hoy muchas veces nos vemos obligados a sufrir on artistillas de medio pelo.
Hay 2 representantes fundamentales de esta incursión del pop en el musical. El primero de ellos fue el gran Elvis Presley que, aprovechando el tirón de James Dean y su Rebelde sin causa, protagonizó algunos films en los que hacía justo ese papel, eso sí, cantando como los ángeles.
Empezó en los 50’s con algunas de las más conoidas; Love me tender (1956) o El rock de la cárcel (1957) son dos ejemplos. Pero la época fuerte fue la década de los 60’s, donde Elvis participó en 27 películas.
El testigo lo tomaron el primer grupo capaz de mover masas con una fuerza inaudita y, aunque me encantan, siento decir que para mi gusto uno de los más sobrevalorados de toda la historia de la música; The Beatles. Más allá de gustos personales, el hecho cierto es que la banda que reconocía ni siquiera se escuchaba en los conciertos cuando tocaba de los gritos de las fans (no he podido evitarlo ;P). Participaron en algunas de las películas más conocidas de la historia del pop. Entre ellas, Help! (1965) o, la archiconocida, Qué noche la de aquel día (1964).
Yo no las había visto y me ha costado mucho acabarlas. Pero he de reconocer que el principio de Qué noche la de aquel día es fantástico.
Más allá de su calidad intrínseca, el hecho cierto es que su influencia ha sido fundamental para explicar cómo otras bandas de la época siguieron sus pasos y, sobre todo, la fuerte influencia que ejercieron sobre el resto de films a partir de los años 70’s.
No hay duda de que películas, como por ejemplo, Hair (1979) de Milos Forman, asumen los aires populares (y a ratos populista) de las películas basadas en grandes estrellas de la música. Yo reconozco tener auténtica adoración por este film y, sobre todo, por ese final contestatario y emocionante.
Me quedo con las ganas de ponerlo, pero a cambio pongo el arranque, que también es fantástico.
Creo que es innegable la influencia que ejercieron también sobre films que son estandartes de la cultura pop moderna; Fiebre del sábado noche (1977), de John Badham, y Grease (1978), de Randal Kleiser. Y también sobre una maravillosa rareza; The rocky horror picture show (1975) de Jim Sharman.
Es difícil explicar la experiencia que supone ver en directo esta película. Es una revisión del mito de Frankenstein pero desde una visión travestida. Una joven pareja enamorada a punto de casarse, acaba rodeada de un montón de iconos gays de una gran extravagancia. Si la veis en una sala de cine, veréis que el público llega disfrazado, con bolsas de confeti, pistolas de agua, diarios… Y, si con eso no tenéis suficiente para sorprenderos, veréis que el público, literalmente, participa del film; habla, grita, baila. Es una experiencia inexplicable que, si queréis, podéis ver por lo menos en Barcelona y, me consta, en Madrid. Os dejo con una brevísima secuencia.
En esta línea, incluiría un film que forma parte del imaginario colectivo de toda mi generación; Laberinto (1986) de Jim Henson, con David Bowie y una jovencísima Jennifer Conelly. Raptan a un niño por culpa de su hermana, que se verá obligada a cruzar un laberinto para dar con él.
Y, por último, otra gran obra maestra de los musicales de vanguardia con todo un disco de Pink Floyd; The wall (1982) de Alan Parker. Es un film casi incomprensible, que retrata de forma muy subjetiva, la historia de un tipo que no es capaz de escapar de los tentáculos de su madre.
Pero si en algo calaron de verdad aquellos primeros films de grandes bandas es su voluntad de transportar la música más allá de los Long Play. Las bandas dejarían de estar interesadas en hacer narrativa y, en cambio, convencieron a grandes directores de cine para que convirtieran algunos de sus conciertos en películas documentales.
Que nadie se equivoque. No se trata de esos conciertos grabados insípidos que hacen las bandas de hoy. Estoy hablando de documentales historia viva de la música, donde entramos en la realidad de los más grandes de la música rock. Donde profundizamos en una vida muchas veces atractiva y oscura que los encandila a la vez que los destruye.
Seguramente la más importante de todas es Woodstock (1970), de Michael Wadleigh, sobre el famoso concierto en contra de la guerra de Vietnam. Cerca de medio millón de personas disfrutaron en directo de este concierto, en el que participaron músicos y grupos como Santana, Janis Joplin, The Who o Joe Cocker. En ese momento, eran músicos que creían en aquello de “Haz el amor y no la guerra”. Eran los idealistas del movimiento modernista.
Si hay un tema conocido de aquel concierto es la versión que Jimmy Hendrix hizo del himno nacional americano tratando de retratar todo el desgarro, dolor y desprecio que la guerra de Vietman estaba provocando entre la juventud de la época.
Cerca del final de los 70’s el sueño estaba casi muerto. Algunos de los grandes de la música habían muerto arrastrados por las drogas (Hendrix, Bob Marley…) y eso provocó la disolución de bandas tan grandes como The Band, ahora injustamente casi olvidada. Martin Scorsese dirigió una auténtica obra maestra llamada; El último vals (1978). Es una mezcla entre la grabación del último gran concierto de la banda (en el que participaron gente como Neil Young o Bob Dylan entre muchos otros) y documental explicando los por qués de ese final.
La grabación estaba perfectamente planificada pero el azar quiso que, mientras actuaba Muddy Waters sólo funcionara una cámara. Y, para mi, es también el más vibrante de todo el metraje.
Cuando el sueño estaba ya definitivamente roto, las bandas se dedicaron a transgredir todas las reglas escritas y no escritas. Y prueba de ello es el concierto retratado por Jonathan Demme de los Talking heads Stop Making Sense (1984).
En realidad la cultura popular y los musicales ya no han dejado de darse la mano, como demuestra por ejemplo la interesante Moulin Rouge (2001) de Baz Luhrmann. Pero las fronteras se harán cada vez más pequeñas, dando lugar a un nuevo estilo y ocupando, casi absolutamente en nuestros días, al musical en sentido clásico.
deverian de poner l ahistoria del pop