Campañas antipirateo en vídeo

El IPR Center, que es un ente estatal norteamericano que centra sus esfuerzos en proteger los derechos intelectuales, ha hecho una campaña de vídeo muy interesante.

En mi opinión, la propuesta es utilizar los códigos de la red para evitar, precisamente, aquello que la red provoca.

A mi me parece que la solución a todo esto va a llegar por la vía de la mejora  de la oferta de los creadores de contenido. Pero que, mientras tanto, imaginen cómo llegar a los corazones de los internautas, me gusta.

 

MGM quiebra

De hecho, ya no es noticia que la MGM ha quebrado. Parece que la empresa debía 3500 millones de dólares y que era impagable. Así que su stock de películas (alrededor de 4000) y sus proyectos en fase de producción, como El hobbit, se han quedado huérfanos.

Durante casi 100 años, MGM ha producido películas como Mago de Oz, la serie de James Bond, las películas de la Garbo o las de los hermanos Marx. Puede dar lástima pensar en todo lo que queda atrás. De hecho, yo no puedo evitar ponerme algo nostálgico. Y reconozco que no sé muy bien por qué motivo.

Lo que sé seguro es que no hay que preocuparse. Otro se ocupará de su stock de films y, en el futuro, otro ocupará su lugar en la industria. Si eso no sucede será porque, en realidad, no había lugar para él. Duele pensarlo, pero es de sentido común.

Pero este post no es informativo. Otros ya lo hacen bien y mucho más rápido. No os lo voy a negar, nace con un puntito de indignación. ¿Por qué? Pues porque la mayor parte de las cosas que leo por la red dan a entender que esta quiebra se produce por una profunda incomprensión de internet. Y aunque es uno de sus factores, me parece que la gente de «internet» nos estamos mirando demasiado el ombligo. La quiebra de MGM, desde mi punto de vista, es algo más compleja.

Mucho antes de que internet empezara a ser de uso masivo y mucho antes de que descargarse películas de internet tuviera sentido, la industria del cine ya estaba en crisis. ¿Y desde cuando eso es así? En realidad, el cine sufrió mucho durante más o menos, 30 años: de los años 40 con la aparición de la tele hasta los 70 en los que el sector se refunda. O sea, que se reencuentra con el público.

Es a partir de ese punto que tomo interés en la cuestión. Tras este reencuentro popular, la industria topa con nuevas estrategias para llegar a él. Yo me atrevería a decir que, en esencia, el cine descubrió en su enemigo a su mejor aliado; la televisión. Campañas de marketing para dar a conocer sus nuevas propuestas.

Pero la parte más interesante de esta nueva relación con la televisión es que encontraron una vía de negocio; los vídeos VHS. Los ingresos se multiplicaron y, aquí llega la clave, las pocas estrellas de la industria se cobraron su parte del pastel. Los ingresos se estabilizaron pero las demandas de los actores no.

Los economistas saben que cuando un mercado es «muy estrecho» (es decir, cuando hay poco donde elegir) el cliente acaba pagando un precio por encima del valor que aporta. Pero no puedes renunciar a el «producto» porque eso es garantía de fracaso. Así, las productoras pagaban cantidades irrecuperables para fichar a las Julia Roberts y Mel Gibson de turno y garantizar así el éxito. Éxito de público que no económico.

Ese proceso de gastos desmesurados no acaba aquí. La entrada en la era digital provocó una locura por generar los efectos especiales más increíbles. Recuerdo que cuando se estrenó Parque jurásico y Titanic se creaban empresas de FX que, para estar a la última, debían cambiar sus equipos informáticos ultramodernos cada 6 meses. Y quebraban una tras otra.

Y todo ello conlleva una consecuencia casi más escondida (y más debastadora) que las 2 ya comentadas. El público que la industria encontró en los 70’s era joven. Y se especializaron en cine para ellos. Pero la oferta de ocio, en especial para esta generación, aumentó exponencialmente. Sobre todo, las videoconsolas.

Existen más factores que me llevarían a extenderme más; modelos de producción, exceso de exhibidores y el consecuente exceso de copias, partners que están focalizados en otras áreas de negocio que intervienen demasiado en las decisiones estratégicas del sector, estructura de la cadena de valor…

Y es cierto que, en este entorno, llega internet que permite algo perverso: la industria genera algo de valor para el público que puede conseguir… ¡gratis! Y lo terrible es que no saben de qué manera ganar con todo esto.

La industria acabará encontrando de nuevo el camino porque la gente seguirá demandando ficciones. De eso no tengo ninguna duda. Cómo se consumirá ya no lo sé. Pero aunque internet pueda ser la estocada final a una industria en crisis, no es el único factor ni necesariamente el más importante. Dicho con otras palabras, la industria ya venía con la crisis de casa.

No reduzcamos las causas y los efectos de las cosas al ámbito que nosotros, como individuos, tocamos. Internet lo está cambiando todo, eso es verdad. Pero no convirtamos esto en una cosmovisión exclusiva y excluyente de otras realidades. Dejemos de simplificar o nuestras abuelas no entenderán de qué les estamos hablando.

La comisión de la propiedad intelectual y la realidad

La semana pasada publiqué un post donde criticaba el hecho de que el gobierno haya aprobado una ley que permite la creación de una comisión mixta entre la sociedad de autores y el ministerio de cultura. Y una de las cosas que decía es que no me preocupaba demasiado porque me parecía que iba en contra de la realidad y que eso es suficiente para hacer volver las cosas a su sitio.

En uno de los comentarios Jose Antonio me decía que no estaba teniendo en cuenta la gravedad de la situación. La aprobación de una ley no era algo baladí. Y tiene razón. Es evidente que no expliqué bien lo que quería decir.

Un gobierno nace con el espíritu de ser popular. Más que garantizar la viabilidad del gobierno, más que cualquier otra cosa, a lo que aspira es a perpetuarse en el mando. Y sabiendo lo impopular que es ir en contra de las descargas ilegales, el razonamiento lógico es que han cedido (por motivos que desconozco) a las presiones de los «artistas».

Ya me parece divertido que la creación de una comisión de este tipo se apruebe en medio de la elaboración de una nueva ley para la reactivación de la economía. Igual es mi ignorancia en legislación y resulta que la gestión de derechos siempre va ligada a las leyes de desarrollo económica, pero parece metido con calzador.

La cosa es que, por ley, creamos una comisión con aires macarthistas. En los años 50 y en plena guerra fría, el senador Joseph McCarthy inició lo que hoy conocemos como caza de brujas. El denunció una conspiración comunista en el seno del departamento de Estado y se inició una persecución contra posibles comunistas.

Ahora parece que corremos el riesgo de vivir algo parecido. Una comisión controlada por los «artistas» tendrá la capacidad de cerrar de forma preventiva una web que, según su criterio, esté haciendo uso de forma fraudulenta de alguna obra sujeta a propiedad intelectual. Y eso los convierte en juez y parte. Un auténtico galimatías.

Se me escapa con qué intención se arranca todo esto. No sé si la voluntad real del gobierno es permitir que esta comisión empiece desde el primer día a señalar con el dedo portales, si pretenden que espere un tiempo o si es sólo para asustar.

Sea como sea, hay un elemento ya muy grave. Imaginemos un portal que está tratando de ser cuidadoso. Aún así le llega un aviso de la comisión de marras conforme está haciendo haciendo uso de algo con propiedad intelectual. Y este portal llega a la conclusión de que la comisión se equivoca y decide no retirarlo.

Lo terrible del asunto es que esta comisión tendrá potestad para decirle, te cerramos el portal hasta que esto se dirima en los tribunales. Esto, en muchos casos, es el cierre efectivo del portal porque matas su fuente de ingresos.

En definitiva, si la comisión te acusa de algo y tú estás en desacuerdo, te ves obligado a eliminarlo para no  poner en riesgo todo lo demás. Claro que siempre podrías denunciarlo, pero el daño ya estará hecho porque el modelo de negocio de un portal se basa en la audiencia y no en ganar sentencias.

Para los «autores», el problema es que la justicia va demasiado lenta. Pues señores, eso se soluciona haciendo que la justicia vaya más rápida, no haciendo ustedes de jueces. Y es que este sistema es perverso.

Entonces, ¿por qué yo no le doy tanta importancia? Por la misma razón que digo que a la gente no le preocupa que se esté limitando el acceso a la cultura, ni la libertad de expresión. La gente seguirá descargando las cosas que quiera ver. ¿Que los portales/servidores no estarán en España? ¿Y qué? ¿A la gente le preocupa eso?

Las tecnologías digitales, si algo han demostrado, es que cuando las tapas por un lado, acaban saliendo por otro. Da igual si son virus o descarga de ficheros de forma ilegal. Tú tapas un lado y te acaba explotando por otro.

No me cansaré de repetir que el gobierno y la industria han de ser realistas; las descargas sólo se pararan si ofreces algo mejor a los usuarios. Y no lo están haciendo pero, tarde o temprano, se verán obligados. De eso va la realidad.

Acceso ¿libre? a la cultura

En estos días en los que la cuestión del acceso a la cultura en internet está en las páginas (y a veces portadas) de todos los diarios, me parece pertinente tomar posición sobre este tema.

No han sido pocas las veces que me he significado a favor de las descargas. A mi, como concepto, ya me está bien tener tan a mano la posibilidad de ver/leer/escuchar lo que me apetezca just in time. Insisto en ello porque cuando no estás puesto en un extremo es fácil que algunos puedan perderlo de vista.

También he dicho muchas veces que ello requiere un matiz. Lo que, en realidad, me atrae, es que obliga a que todo se mueva mucho más rápido y como estoy convencido de que a la gente le sigue gustando que le cuenten cosas (sea en el soporte que sea), la industria acabará por encontrar modelo de negocio. Incluso me atrevo a decir que los que nos movemos en el ámbito de las nuevas tecnologías, tenemos claro, al menos, por donde debería intentarse.

Pero la industria todavía no lo tiene claro y hace todo lo posible por mantener el control de la situación. Aunque creo que se equivocan, entiendo que les de miedo dar el paso y, desde ese punto de vista, me parece razonable que no quieran que esto se les vaya de las manos.

La asociación de internautas, y la red en general entendida como el conjunto de sus usuarios «relevantes» han defendido que las medidas que se están tomando ponen en grave riesgo a la libertad de expresión o el modelo de negocio de algunos portales entre otros aspectos.

Uno de ellos es el acceso libre a la cultura. Según parece, el no poder descargar un film supone un recorte en la libertad del acceso a la cultura. Pero, ¿es eso verdad?

Analicemos con un mínimo de rigor qué significa acceso libre a la cultura. Este derecho es uno de los más importantes de las sociedades modernas y conlleva un buen puñado de cosas; educación para todos, universidades, no prohibición de publicaciones o películas, impedir la destrucción de ciertas obras arquitectónicas, literarias, escultóricas…

Visto desde este punto de vista es seguro uno de los derechos más importantes del ser humano y sólo después de algunos muy esenciales como el derecho a la vida. Así, el poder disfrutar de películas descargadas de internet no es sino una pequeña (pequeñísima) parte del sentido profundo de uno de nuestros mayores valores.

¿Qué significa libre? Libre significa que nadie por ningún tipo de razón tiene vetada la posibilidad de disfrutar de la obra artística. Implica universalidad. Nadie debería poder pararme en la puerta del museo del Prado por ningún motivo que no sea poner en riesgo las obras de arte que allí se exponen (o lo que es lo mismo, poner en riesgo el mismo derecho que exijo para mi).

Pero, ¿es lo mismo libre que gratis? No. Libre sólo significa lo que significa. Ni más ni menos.

Así pues, si la industria y el gobierno impideran de facto (algo imposible si no ofrecen algo mejor) las descargas ilegales, ¿estarían poniendo en riesgo el libre acceso a la cultura? En absoluto. Esas obras seguirían siendo accesibles libremente por cualquiera que quisiera verlas. Eso sí, previo pago en taquilla.

Para mi hay dos conclusiones importantes;

1º/ No podemos permitirnos el lujo de vanalizar conceptos tan importantes y trascendentes de nuestra sociedad para defender algo también de mucho valor pero que se situa lejos en relación a ello.

2º/ ¿No merecería la pena que defendieramos todo con más seriedad? Yo creo que sería positivo porque nos entenderían mejor. Cuando a mi padre le hablo del riesgo a perder libertad de expresión o de la limitación del acceso libre a la cultura me mira con cara rara. Soy consciente que en muchos ámbitos, cuando se reivindica algo, suele caerse en el lema fácil. Pero yo opino que es un error y aleja al que no está contigo.

La famosa disposición de la ley de economía sostenible es muchas cosas (un grave error irrealista, inaplicable, falaz), pero no pone en riesgo el acceso libre a la cutura. O hablamos con propiedad de las cosas o acabaremos por hacernos trampas al solitario.

Consumiendo ficción

¿Por qué una película dura entre 1 hora y media y 2 horas? La respuesta tiene mucho que ver con el marco en el que se desenvuelve. Entrar en una sala de cine, en plena oscuridad, con una imagen proyectada sobre una pantalla blanca… Es el tiempo en el que ninguna necesidad fisiológica (en especial la de ir al lavabo o beber si no tenemos agua) nos molesta. Y también coincide con que la comodidad que nos ofrecen sus butacas suele no ser suficiente cuando sobrepasamos ese tiempo.

Pero resulta que ahora estamos dejando de utilizar la sala oscura para consumir ficción. ¿Cómo afecta eso a la ficción? Probablemente mucho.

Por el momento, ahora con la ayuda de un mando a distancia, paramos la «proyección» o la «rebobinamos» cuando nos parece. Eso cambia el concepto de arriba a abajo. ¿Por qué? Pues sencillamente porque ahora la ficción puede durar tanto como seamos capaces de estirarla.

Todo ello, sumado a la época dorada que estamos viviendo en las series americanas, está cambiando radicalmente los usos que hacemos de la ficción. Ahora mucha gente, ya sea comprándose los DVD’s de toda una temporada o descargándola de la red, consume 20 horas de Lost, o Dexter, o El ala oeste de la Casa Blanca, en un fin de semana. Es decir, que se levantan del sofá para comer y para dormir.

Llegados a este punto, la pregunta es; ¿por qué la ficción tiene que durar 90 minutos? Yo no tengo ni idea de qué pasará. Puede que los tiempos se hagan más elásticos y que encontremos ficciones de 1 hora y otras de 5. O puede, cosa que considero muy probable, que los tiempos que ahora tenemos por costumbre, pasen a ser un estandar porque sí. Ahora mismo, esos tiempos son 12 minutos para un corto «largo», 20 y 40 minutos para ficciones episódicas, y entre 90 y 120 minutos para narraciones unitarias.

Gonzalo Martín llega a preguntarse si el concepto cine seguirá teniendo vigencia. Esa afirmación tiene mucho sentido. En el momento en el que consumimos ficciones que ocupan un fin de semana entero, y las películas dejen de ser eso, una película, y, en vez de rodar, grabemos, ¿qué diferencia habrá entre una TV movie y una «película»? En realidad ninguna. Así que esa distinción, podría, pasar a la historia.

Sea como fuere, lo que es seguro es que nuestra forma de consumir ficción está cambiando. Y eso afectará a la forma en la que los productores nos servirán los cotenidos en el futuro. Ya veremos hasta dónde llega esa transformación.