¿Cómo sería el cine si en vez de estar en manos del asustadizo capital lo estuviera en las de gente con talento? Esa parece ser la cuestión central de Rebobine, por favor (be kind, rewind), una comedia alocada donde se revisa gran parte de la filmografía que forma parte del imaginario generacional que se crió en los 80’s.
Elroy Fletcher, interpretado por Danny Glover, tiene un videoclub de VHS que se cae en la época del DVD. Su negocio va de mal en peor y la cosa se complica cuando en 60 días tirarán abajo el edificio donde tiene su negocio si no consigue una suma muy importante de dinero. Este realiza un viaje para investigar cómo salvarlo mientras Mike (Mos Def) y Jerry Gerber (Jack Black) se quedan a cargo de la empresa. Por accidente, estos borran todas las cintas y se verán obligados a reconstruir ellos mismos las películas.
La ha dirigido Michel Gondry, que se enmarca en una generación que está reformulando el cine moderno. La industria, en una clara crisis de ideas que se traduce en económica, tiene en directores y guionistas como Charlie Kaufman, Spike Jonze, Christopher Nolan o el propio Gondry el punto de partida para crear una nueva industria que sorprenda a los espectadores.
Rebobine por favor, como el resto de títulos del director, esconde tras su tono de comedia, una profunda reflexión sobre el artefacto. Ya desde el principio, como demostró en olvídate de mi, es un artesano que prescinde de los efectos digitales en caso de no ser imprescindibles. Es un retorno a los orígenes, a Méliès, a aquellos grandes artistas que usaban más su ingenio que cantidades ingentes de dinero.
Varios son los aspectos en los que la reflexión se hace presente; la elección de los títulos que recrea (los cazafantasmas, 2001: una odisea en el espacio, King Kong…) son, en su mayoría, películas de muchos efectos especiales. Cuando habla del pasado, lo recrea con una imagen propia de los primeros años de esta invención, casi anteriores a la creación del cine tal y como hoy lo entendemos. Y, por supuesto, también en la intervención de la cámara como elemento activo de la narración, como cuando la imagen se imanta, vía por la cual el director nos señala que todo es falso, todo es mentira, que todo es un artificio.
En el fondo lo que hay es un cuestionamiento del modelo; ¿de verdad es necesaria la intervención tan salvaje de la industria digital? El hecho cierto es que cada vez que el cine ha dispuesto de una nueva herramienta (ya sea el sonoro, el color o los efectos digitales), la industria ha hecho un uso y abuso que ha acabado por ser contraproducente y que, finalmente, le ha llevado a una crisis. Gondry nos reclama un cine más directo, más sincero. Más donde el director haga uso de su ingenio para desarrollar su historia sin caer en el recurso fácil.
Una de las reflexiones más importantes de la película se produce cuando el personaje de Glover está en una de esas dvdtecas convertidas en horrortecas modernas llenas de dvd’s infumables, con escasa variedad y una repetición abusiva de los mismos títulos.
Es clave la elección de los actores, que son, como los títulos de la dvdteca, constantes repetidas en las comedias comerciales. Sobre todo el protagonista, Jack Black, que lo recicla en uno de sus papeles más interesantes en una parodia de si mismo.
Todo este replanteamiento del sistema de producción moderno va acompañado de una crisis también en las estructuras clásicas del cine. El genio Godard ya dijo que “una historia debía tener un principio, un trama y un desenlace, pero no necesariamente en ese orden”. Y esa es parte de la esencia de Gondry. El director francés disfruta destripando la historia, poniéndola patas arriba y sorprendiendo más en el cómo que en en el qué. Sin ir más lejos, es justo lo que los personajes hacen cuando deciden cómo ordenar los elementos de la película que rodarán con todo el barrio.
Desde mi punto de vista, el film sólo tiene un punto débil, que es el final. Lacrimógeno y facilón, desentona con el resto, que sí te transporta a tus años mozos en una de las películas más interesantes del último año.