Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

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REBOBINE POR FAVOR

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¿Cómo sería el cine si en vez de estar en manos del asustadizo capital lo estuviera en las de gente con talento? Esa parece ser la cuestión central de Rebobine, por favor (be kind, rewind), una comedia alocada donde se revisa gran parte de la filmografía que forma parte del imaginario generacional que se crió en los 80’s.

Elroy Fletcher, interpretado por Danny Glover, tiene un videoclub de VHS que se cae en la época del DVD. Su negocio va de mal en peor y la cosa se complica cuando en 60 días tirarán abajo el edificio donde tiene su negocio si no consigue una suma muy importante de dinero. Este realiza un viaje para investigar cómo salvarlo mientras Mike (Mos Def) y Jerry Gerber (Jack Black) se quedan a cargo de la empresa. Por accidente, estos borran todas las cintas y se verán obligados a reconstruir ellos mismos las películas.

La ha dirigido Michel Gondry, que se enmarca en una generación que está reformulando el cine moderno. La industria, en una clara crisis de ideas que se traduce en económica, tiene en directores y guionistas como Charlie Kaufman, Spike Jonze, Christopher Nolan o el propio Gondry el punto de partida para crear una nueva industria que sorprenda a los espectadores.

rebobineRebobine por favor, como el resto de títulos del director, esconde tras su tono de comedia, una profunda reflexión sobre el artefacto. Ya desde el principio, como demostró en olvídate de mi, es un artesano que prescinde de los efectos digitales en caso de no ser imprescindibles. Es un retorno a los orígenes, a Méliès, a aquellos grandes artistas que usaban más su ingenio que cantidades ingentes de dinero.

Varios son los aspectos en los que la reflexión se hace presente; la elección de los títulos que recrea (los cazafantasmas, 2001: una odisea en el espacio, King Kong…) son, en su mayoría, películas de muchos efectos especiales. Cuando habla del pasado, lo recrea con una imagen propia de los primeros años de esta invención, casi anteriores a la creación del cine tal y como hoy lo entendemos. Y, por supuesto, también en la intervención de la cámara como elemento activo de la narración, como cuando la imagen se imanta, vía por la cual el director nos señala que todo es falso, todo es mentira, que todo es un artificio.

En el fondo lo que hay es un cuestionamiento del modelo; ¿de verdad es necesaria la intervención tan salvaje de la industria digital? El hecho cierto es que cada vez que el cine ha dispuesto de una nueva herramienta (ya sea el sonoro, el color o los efectos digitales), la industria ha hecho un uso y abuso que ha acabado por ser contraproducente y que, finalmente, le ha llevado a una crisis. Gondry nos reclama un cine más directo, más sincero. Más donde el director haga uso de su ingenio para desarrollar su historia sin caer en el recurso fácil.rebobine

Una de las reflexiones más importantes de la película se produce cuando el personaje de Glover está en una de esas dvdtecas convertidas en horrortecas modernas llenas de dvd’s infumables, con escasa variedad y una repetición abusiva de los mismos títulos.

Es clave la elección de los actores, que son, como los títulos de la dvdteca, constantes repetidas en las comedias comerciales. Sobre todo el protagonista, Jack Black, que lo recicla en uno de sus papeles más interesantes en una parodia de si mismo.

Todo este replanteamiento del sistema de producción moderno va acompañado de una crisis también en las estructuras clásicas del cine. El genio Godard ya dijo que “una historia debía tener un principio, un trama y un desenlace, pero no necesariamente en ese orden”. Y esa es parte de la esencia de Gondry. El director francés disfruta destripando la historia, poniéndola patas arriba y sorprendiendo más en el cómo  que en en el qué. Sin ir más lejos, es justo lo que los personajes hacen cuando deciden cómo ordenar los elementos de la película que rodarán con todo el barrio.

Desde mi punto de vista, el film sólo tiene un punto débil, que es el final. Lacrimógeno y facilón, desentona con el resto, que sí te transporta a tus años mozos en una de las películas más interesantes del último año.

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ficción que se avanza a la realidad

Esta semana publiqué un post donde comentaba que el primer presidente negro de los estados unidos lo dio la ficción. Y, así, convertimos a la ficción en inspiración de la realidad. He aquí un ejemplo mucho más llamativo.

En la película de Michel Gondry, con guión de Charile Kaufman, “Olvídate de mi” (de la que hice una crítica y que en inglés tiene un título muy elegante; “eternal sunshine of the spotless mind”), Jim Carrey decide borrar de su memoria a su novia Kate Winslet una vez que ella deja la relación.

Como decía, el argumento debió inspirar a algunos científicos, porque leo en microsiervos que un grupo de científicos han coseguido borrar elementos dolorosos de la memoria de una rata. Por lo visto, el principio del experimento consiste en borrarlos en el momento en que la rata trata de evocarlos.

Hay otros casos que también llaman poderosamente la atención. Durante años las novelas y películas (“la mosca“, por ejemplo) han planteado el teletransporte para salpimientar sus argumentos. Hace ya un tiempo que equipos de científicos han conseguido hacerlo con grupos de miles de partículas. Y eso no es lo más terrible. Porque el principio (relativista) en el que se basa esta tecnología, no hace otra cosa que partir todas las moléculas y luego, en el lugar de destino, volverlas a juntar. No sé si eso funcionaría o no, pero yo ni de coña me dejo partir en millones de trocitos. ¿Y si luego no aparece un cacho? ¿Qué sucede si, en esa época, en pos de la movilidad las empresas obligan a que lo hagamos a diario para ir a la oficina?

En otro de sus guiones, Kauffman explora la posibilidad de entrar en la mente de un ser humano (“Cómo ser John Malkovich”). Y da una respuesta muy elegante de recursividad cuando una persona entra en su propia mente. Esperemos que ningún científico loco haya visto la película…

Si finalmente acabamos en el mundo de “olvídate de mi”, tendremos que ir con cuidado para que no nos pase como a Arnold Schwarzenegger en “desafío total” y acabemos como él tras el proceso de pérdida de memoria.

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OLVÍDATE DE MI

Cuando trato de convecer a amigos de que “otro mundo es posible” en el género de la comedia romántica, me aseguran el problema es que el modelo inevitable es chico conoce a chica. A mi me cuesta mucho argumentar lo contrario. Pero para ello aparecen genios como Charlie Kauffman, que son capaces de darle la vuelta a esa premisa.

Con una lista de títulos brillantísima (“Human Nature” o “el ladrón de horquídeas” entre otras), el guionista es capaz de ofrecer un nuevo punto de partida; “¿Y si chico quiere desconocer a chica?”. Decía Hitchcock que era mejor partir de un tópico que acabar en él. Charlie es capaz de hacer lo que pocos; abandonar el cliché y no acercarse ni un ápice.

Sólo la estructura de “Olvídate de mi” tiene una belleza intrínseca brutal. Adoro esas películas que no te cansas de verlas porque cada vez descubres elementos nuevos. Además, plantea retos muy atractivos. La pregunta principal, una vez uno descubre que vamos a deconstruir una relación es, cómo va a convertir en clímax lo que, para la mayoría es la primera escena del film. Y responde a ella con una diligencia envidiable.

Quisiera dejarme perder entre los entresijos de cada una de las escenas que desarrollan el metraje. Podría atravesar la secuencia en la que el protagonista se convierte en un niño y en la soberbia, repito SOBERBIA, interpretación de Jim Carrey. Podría dejarme enamorar por los primeros compases, en los que cada movimiento de Kate Winslet me seduce. También podría dejarme llevar por el retrato que hace de los dos personajes principales, sin olvidarme de los secundarios; Mark Ruffalo, Elijah Wood, Kirsten Dunst, Tom Wilkinson… Pero no acabaría nunca…

La clave de la película está en cómo el relato va deslizándose, poco a poco, por nuestro paladar.

Los primeros planos del film nos dan la idea de una película romántica algo diferente. La conversación que tienen en el tren me parece deliciosa. Se toma su tiempo, y retrata con profundidad a los dos personajes.

En él dibuja a un introvertido, triste y aburrido que simpre trata de resultar “nice”. En cambio, ella se considera a si misma mágica, divertida e intuitiva, cuando no es más que una superficial que reposa toda su “profundidad” en el color de su pelo.

Pronto descubrimos que, en realidad, se trata de una narración invertida. Es fácil identificarse con el proceso de borrado de él. ¿Quién, en un arrebato, no hubiera borrado todo lo que recuerda de alguien que le ha hecho mucho daño? ¿Y quién no se arrepentiría cuando, iniciado el proceso, empezara a borrar los buenos momentos?

Desde el punto del vista del guión, la utilización de los hechos es genial. Las primeras secuencias son aquellas escenas que, poco a poco, han degradado a la pareja. A Kauffman le son muy útiles para vehicular la “desgracia inmerecida” que debe sufrir el protagonista. La pregunta es; ¿cómo vehicular la acción cuando llegamos a los buenos momentos que, cinematográficamente hablando, no tienen ningún interés por carecer del conflicto? El guión plantea un reto interesante. El protagonista intenta escapar literalmente del recuerdo para que este no sea borrado. De nuevo, así, tenemos un motivo en el que agarrarnos a la trama. Es un claro midpoint que nos reengancha a la trama cuando esta podría perder fuerza.

Todo ello nos lleva a un climax brutal, donde el primer encuentro es intensísimo. ¡Y es justo como lo vivimos en la realidad! Para entonces, hemos olvidado todos los problemas que Clementine nos creó al principio. Es el personaje maravilloso que nos tiene cautivados con sus reflejos en el pelo incluídos. Para darle aún más fuerza, Charlie se permite el lujo de que este sea el único recuerdo que realmente consigue modificar.

El desenlace de la película, con las reglas del juego claras, es sencillo y brillante. De nuevo, vuelve a lanzarnos una pregunta y plantea una cuestión que está (o debería estar) presente en el arranque de cada nueva relación. Cada vez que nos lanzamos al vacío con alguien no es más que un deja vu, una situación que ya hemos vivido otras veces y que siempre ha acabado en fracaso. Hay algo que nos dice, “¿por qué esta vez no iba a ser un fracaso?”. Son sus cintas de casette, la crónica de una muerte anunciada. Pero, en cambio, nosotros queremos aventurarnos y explorar lo que, en realidad, ya conocemos.

Quizás la realidad, esta vez, no nos ponga en su sitio. O sí.