Después de que durante 40 años, y desde su origen, el cine musical fue, junto con el western y el cine negro, una de las fórmulas de expresión más atractivas para el gran público. Los primeros años, liderados por la pareja Fred Astaire y Ginger Rogers, y la maduración (representada sobre todo por Gene Kelly) acabaron por desgastar a un público que buscaba cosas nuevas.
A pesar de ello, Hollywood produjo algunas de las mayores obras maestras de la historia de los musicales. El género siguió evolucionando tomando algunos de los rasgos más distintivos de la década de los 50 y abandonando los usos más antiguos.
Los bailes continúan perdiendo fuerza abandonando casi por completo el claqué. Cada vez los bailes serán menos baile y más una coreografía narrativa, es decir, menos abstracta y más diseñada para contar cosas. En contraposición a lo que había sucedido hasta ahora, los nuevos actores y actrices serán más grandes voces que interpretes, como en el caso de Barbra Streisand.
Ya a mediados de los 50, las películas empezaron a ganar en duración. Entre los grandes films podríamos decir que la tradición la empieza Ellos y ellas (1955) de Joseph L. Mankiewicz, con más de 140 minutos. Sólo un año después, se estrena El rey y yo (1956) de Walter Lang en 2 actos y 133 minutos.
La estructura tiende a separarse en dos actos ya sea con intermedio o sin él. Hasta el final del primer acto se cuenta una historia, casi cerrada. A partir de ahí, el conflicto evoluciona en una nueva dirección.
Uno de los grandes títulos (puede que el más grande) de la década fue West Side Story (1961) de Jerome Robbins y Robert Wise. Es una clara excepción a lo que decía de los bailes (en esta predominan) y de las voces. De hecho, a la protagonista Natalie Wood hubo que doblarle la voz.
La verdadera alma de la película fue Jerome Robbins, un coreógrafo tan duro como perfeccionista hasta el punto que lo despidieron porque atrasó mucho el rodaje.
Muchos de sus números son archiconocidos, como Tonight o Maria. Quizás no tan conocido es el número con el que arranca la película y que describe la relación entre los personajes y entre las bandas a la perfección.
Pero si tengo debilidad por un número es America. Su fuerza, la ironía (que después se cerrará en una de las más duras secuencias del final), el drama de la emigración, y el conflicto de la integración y la xenofobia. Sin duda, una gran síntesis.
El 64 fue un año increíble en el que llegaron 2 de los mejores musicales de la historia; Mary Poppins, de Robert Stevenson, y My fair lady, de George Cukor.
My fair lady es uno de los títulos más divertidos que he tenido ocasión de ver. Cuenta la historia de un lingüista (Rex Harrison) que acoje a una chica de la calle (Audrey Hepburn) para convertirla en una princesa. No hay duda de que el casting es inmejorable, Hepburn resulta adorable, como siempre. Y Harrison está genial como misógeno.
Uno de los números más conocidos es cuando el personaje de Audrey consigue pronunciar bien una frase cacofónica de las que Harrison utiliza para que aprenda a vocalizar; The rain in spain.
Mary Poppins, además de contar una historia infantil maravillosa, nos descubrió a Julie Andrews. Sólo un año después, Julie estrenó una de mis preferidas; Sonrisas y lágrimas (1965), de mismo director de West Side Story, Robert Wise.
Sonrisas y lágrimas no necesita demasiadas presentaciones. Sin duda, su número más conocido es do-re-mi, donde enseña a los niños a cantar.
Probablemente, el último gran título de la década, y que acabó teniendo una secuela, dio a conocer otra de esas grandes voces en una película que yo creo que ha condicionado el resto de su carrera; Barbra Streisand en Funny Girl (1968) de William Wyler.
Barbra interpreta a una cantante a la que el físico no le acompaña. Yo, que no soy un gran amante de la actriz, creo que tiene secuencias maravillosas. Yo tengo especial debilidad por la parte en la que ella se presenta como cantante, bailarina y actriz a un casting con escaso éxito. Por azares, consigue salir delante del público y ocurre esto;
El gran director Carol Reed dirigió, ese mismo año, otro de los musicales que han trascendido a su época; Oliver Twist (1968). Y tampoco podemos olvidarnos de El violinista sobre el tejado (1971) de Norman Jewison. Trata acerca de la relación entre la diáspora judía, y la época de la revolución comunista en Rusia. Entre todos sus temas, hay uno que ha superado a la película en el sentido que mucha gente conoce la canción sin haber oído hablar del film; Si yo fuera rico.
En la década de los 60’s se cerrará una época. El hecho que el público abandonara el gusto por el género tuvo dos importantes consecuencias; las majors dejarían de producirlos hasta convertirse en algo residual, y una corriente muy minoritaria en producciones (que no en taquilla) tomó el discurso artístico de aquí en adelante; el pop.