Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

personal

Madreperla

“Un semáforo rojo, un estruendo y todo se apaga”.

Así comienza mi novela “Madreperla”, un thriller político, que es uno de mis subgéneros favoritos y que, aunque estos últimos años hemos podido disfrutar de algunas ficciones maravillosas, se ha explorado menos de lo que se merece.

Ya la primera frase introduce al lector en la trama a través de un accidente de causas desconocidas. Laura, la protagonista, se verá interpelada porque la víctima, Manu, es periodista y la expareja más importante de su juventud. No tendrá más remedio que abandonar su vida tranquila para aclarar las causas que llevaron a Manu a su final fatal. Además de una compleja red de intereses, no podrá evitar preguntarse por los sueños abandonados, las razones por las que se apartó y si estos son compatibles con su vida actual.

Otros dos personajes protagonizan las principales subtramas; Julio es un ambicioso e ilustrado político que aspira a todo para reparar el fracaso de su padre que, postrado en una cama como un vegetal durante años, había luchado por lo mismo. Finalmente, Sergio creó una startup en el sector biomédico que acaba en fracaso, pero recibe una misteriosa oportunidad que lo salvaría de la quiebra y, de pasada, de perder a su hijo.

Me he tomado con calma su escritura, dejándola solo para cuando de verdad me apetecía y, tras muchas relecturas y ajustes, estoy orgulloso del resultado final. Incluso las decisiones pequeñas han sido emocionantes. Me encantaría compartir una relevante para que se entienda a qué me refiero. Cuando me decidía por un subtítulo, opté por “lo que el poder esconde” porque, ciertamente, es de lo que va la historia. Sin embargo, durante tiempo, estuve decidido a formular una pregunta que los tres personajes se hacen en diferentes momentos de sus tramas. ¿Cuál es el precio de la honestidad? No es que sea una cuestión muy explícita, pero es fundamental en el desarrollo de las pericias de cada uno de ellos, y me seduce ese nivel de sutilidad.

Las intrigas, los claroscuros y las persecuciones al límite son los ingredientes fundamentales con los que he trabajado. No he dejado de lado las relaciones amorosas ni, por supuesto, las familiares y las toneladas de contradicciones con las que vivimos el día a día. Pero, sobre todo, espero que a los lectores los acompañe durante muchas páginas una pregunta: ¿Qué demonios es Madreperla?

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guion y cine

El deseo inalcanzable

El deseo es la materia prima sobre la que crecen la mayoría de las ficciones, y pocos son más poderosos que el sexual. Suntuoso, empuja nuestro ánimo por derroteros con destinos cubiertos con la niebla de la incerteza, donde se agazapa la frustración de lo que nunca sucederá.

“Deseando amar” es uno de los films que mejor lo expresa. Sus dos protagonistas y vecinos son engañados por sus parejas. Tratando de reconstruir la relación de sus conyuges se despierta en ellos un deseo casi imposible de contener. Sin embargo, sus anhelos sólo tienen cabida en su imaginación porque los separa un velo tan transparente como irrompible.

La relación entre Su Li-zhen y Chow Mo-wan es el arquetipo de la imposibilidad. De miradas que quieren curzarse pero pasan de largo. Del contacto físico interpuesto a través de objetos, que devienen casi en caricias. Sólo consuman por vía interpuesta, a través de sus parejas.

Hay quien dice que “Deseando amar” es la mayor alegoría del amor no realizado de la historia del cine, pero no es el único ejemplo importante. En unas ocasiones los limitan las circunstancias. En otras, la maldad. Sin duda, quien mejor encarna ese papel es la femme fatale, que expresa sus mejores virtudes en el thriller. Multitud de protagonistas renuncian a su amor tras reconocer que sólo les llevará a un callejón sin salida. O a la muerte. Otros no conseguirán escapar a sus fauces, como el protagonista de “El ángel azul”, que acaba convertido en el ridículo payaso que ignora al inicio del film.

La conquista inasequible no necesita más protagonismo que el de una subtrama para manifestarse con toda su fuerza. Así lo demuestra Bergman en su soberbia “Gritos y susurros”. En su cine es constante la confusión del amor carnal y el parentesco. Pero si hablamos estrictamente de pasión, Maria, el personaje interpretado por Liv Ullman, y David, el doctor de la familia al que da vida Erland Josephson tiemblan cuando están a solas. Una pulsión que no va a más porque la rechaza él.

Maria no es, ni de lejos, el primer personaje femenino que sueña con imposibles. Las raices prototípicas de este personaje se nutren, sobre todo, del cliché romántico de las novelas del s.XIX, como la “Madame Bovary” de Flaubert, dotada de una sensualidad expresiva y profunda, y una de las primeras protagonistas dispuestas a engañar a su marido.

Sin embargo, mi obra favorita sobre la imposibilidad amorosa es la ópera de Wagner “Tristan Und Isolde”, una obra introspectiva donde el amor no consumado de sus protagonistas los lleva, incluso, a la muerte. La obra, de cuatro horas de duración, explora los límites de un amor en la que el contacto les está prohibido. La tensión se palpa en cada nota de la composición, que ya anuncia el famoso acorde de Tristan sólo unos segundos después del inicio del espectáculo.

No será hasta el final que ese amor se sublime a través de la muerte de los protagonistas. En especial, con la última aria de la soprano y, a mi juicio, una de las más espectaculares de la historia de la música. Para vivir el crescendo es mejor escuchar la obra completa, pero el Liebestod no necesita nada más para embargarnos y, poco a poco, llevarnos, con ella, hasta los cielos en un clímax apoteósico.

Wagner ofrece una solución a los deseos imposibles; la muerte. Una propuesta que solo muestra belleza en la ficción. La vida, menos prosaica, no requiere de estos extremos. Pero hay algo de verdad en la sugerencia del compositor alemán. ¿No es la frustración una forma de muerte de una parte de nosotros? ¿De un algo que pudo ser y, finalmente, no fue?

Los deseos inalcancables son dolorosos y angustiantes, pero también son los ojos entreabiertos de Liv Ullman, la mano de Maggie Cheung acariciando el marco de la puerta, o la centena larga de instrumentos ahogando la voz de Isolda. La ficción es capaz de convertir el padecimiento en algo hermoso y sugestivo a la vez que exorziza nuestros propios fracasos.

Economía

“¿Por qué fracasan los países?” De Daron Acemoğlu y James A. Robinson

¿Por qué algunos países son tan ricos y otros tan pobres? ¿Qué diferencia a los que crecen, y disponen de una clase media fuerte y acomodada, de aquellos donde la mayor parte de la población apenas subsiste? El ensayo clasifica los países en dos grandes grupos: los inclusivos y los extractivos:

  • Las naciones inclusivas son aquellas que tienen unas instituciones que descentralizan la riqueza y el poder. Los poderes políticos permiten que la gente use sus recursos de forma libre, lo que empuja a la aparición de emprendedores y, con ellos, la innovación.
  • Por el contrario, las naciones extractivas son aquellas en las que el poder, ya sea político y/o económico, tiende a concentrarse. Sus élites luchan contra la destrucción creativa porque pone en riesgo su statu quo. Como consecuencia, matan la innovación y, con ella, el crecimiento económico.

Los autores consideran que liberalismo económico y político sólo pueden ir unidos. Tanto da si el poder emana de la política y una excesiva capacidad de extraer riqueza del sistema productivo, o de un poder económico con capacidad de protegerse a través de influir sobre el poder político. Ambos son caras de una misma moneda y tienen el mismo final: pobreza.

El libro se apoya en multitud de ejemplos históricos, como La Gloriosa a finales del s.XVII, la revolución inglesa que favoreció la aparición del parlamentarismo, o los squartters en Australia. Estos son sólo dos de los muchos que ponen para mostrar cómo la aparición de instituciones inclusivas revierten crecimiento y redistribución de riqueza.

El libro es una delicia. De lo más interesante que he leído en tiempo y se lo tengo que agradecer al gran Juan Sobejano, que me lo recomendó hace unos meses (lo acabé hace también algún tiempo). Es fácil comprarle la tesis central, sobre todo para un liberal como yo: lo más nocivo para una sociedad es que las instituciones sean tan poderosas que controlen las leyes y se apoderen de los recursos. Poderes menos centralizados generan círculos virtuosos y su contrario espirales de pobreza.

Sin embargo, cuando choca con la realidad, no resuelve bien el embate. Es fácil decir que en la mayoría de los países africanos y latinoamerica tienen gobiernos extractivos que hacen sufrir a sus ciudadanos. Pero el crecimiento de China, el paradigma de país de planificación central y poco dado a las libertades individuales, contradice sus argumentos. Simplemente lo zanjan con que su crecimiento topará con un techo cuando su mano de obra deje de ser barata.

El análisis sobre China es superficial porque hay un pecado escondido en su planteamiento. Tratan como sinónimos sociedad inclusiva y sociedad capitalista. Los autores pintan la línea entre los países con mercados libres y los países con mercados socialistas. Y ahí creo que cometen un error. Primero, porque impide entender el éxito de China y concluir que, necesariamente, es un éxito efímero. Pero, sobre todo, porque impide la autocrítica y sesga el análisis del éxito al presente: obtener éxito es ser exitoso ahora. Quién sabe si el éxito con fecha de caducidad será el nuestro…

Hubiera deseado que analizaran el escenario que muchos economistas dicen que vivimos: el mercado libre ha traído muchas bondades. Negar eso es negar una evidencia. La práctica totalidad de los países libres son capitalistas. Sin embargo, todos los indicadores GINI nos dicen que la riqueza se está concentrando en esos mismos países. Mucha gente que innovó en el pasado, ahora en el poder, tiene los mismos incentivos que esas clases extractivas que describe el libro. ¿Pueden acabar las sociedades libres ahogadas por culpa del “premio” que otorga a los que más aportaron en el pasado? Hoy mismo las GAFAM se pelean por seguir controlándonos. ¿Canibalizan el sistema de libertades convertidos en la nueva clase extractiva?

Los autores ni plantean esa cuestión. Para ellos, la razón que explica el éxito o fracaso no es multifactorial. Sólo responde a una discusión binaria: sociedades inclusas o extractivas. Si inclusivo y capitalista es lo mismo, no hay más que decir. El resto de cuestiones sencillamente son irrelevantes. Por ejemplo, ignoran en qué medida el bloqueo que algunos países ejercen sobre otros empobrece a los segundos, o cómo algunos de los recursos de los países pobres acaban drenando a los países ricos a través de relaciones dudosas entre poderosos occidentales y estructuras políticas corruptas. ¿Qué parte de ese extra de crecimiento de las sociedades “inclusivas”, y que redundaba en construir sociedades aún más libres, tiene que ver con la “exportación” de la pobreza y extracción a través de formas modernas de esclavismo?

Los autores despachan deprisa que la geografía no es una variable que condicione la economía de los países. Ponen ejemplos como Sonora, una ciudad cruzada por la frontera entre EEUU y México. La parte de la ciudad en el norte es rica, la parte en el sur pobre. Así, concluyen, la geografía no es un elemento crítico para explicar el éxito o fracaso de un país. Sonora u otros ejemplos, demuestran que la geografía por si sola no explica la pobreza de los países, pero eso no quiere decir que sea irrelevante. Sorprende que no expliquen por qué los países tienden a agruparse según su riqueza. Si la geografía no incidiera de ninguna forma en las posibilidades de éxito de un país, deberíamos esperar una distribución de países ricos y pobres más repartida.

Las evidencias sustentan la tesis central: las sociedades inclusivas (¿podemos llamarlas abiertas de mente?) tienden a ser más receptivas a la innovación y, por tanto, al crecimiento económico. Sobre todo, es más agradable vivir en ellas. Sin embargo, es simplificador equiparar capitalismo y libertad y considerar que las interacciones entre estados y las condiciones iniciales no juegan ningún papel relevante.

guion y cine

“Me cago en Godard!” de Pedro Vallín

Una de las lecturas más estimulantes que ha caído a mis manos en tiempo es “Me cago en Godard!”. Lo más brillante del ensayo de Pedro Vallín es la absoluta obviedad de su tesis central que, sin embargo, pasa desapercibida para la mayoría de nosotros. Como en el cuento de Andersen nos señala que vamos desnudos, aunque con menos inocencia que el niño del relato. 

Vallín afirma que, impregnada de soberbia marxista, la crítica europea castiga el cine de Hollywood y premia, desde su atalaya, historias de personajes ensimismados en problemas burgueses del yo. A sus ojos, los films norteamericanos son más emancipadores y anticapitalistas. El texto despliega multitud de ejemplos con los que justifica sus argumentos. 

Acierta y mucho. Retrata con gracia y mala leche al público de arte y ensayo. Les (me) pone delante de un espejo con un reflejo arrogante y altanero. Pero creo que falla en un aspecto importante y, como amante del cine que critica, no puedo sino agarrarme a ello. ¡Qué difícil se me antoja expresar que acepto su argumentario y, sin embargo, hacer este post poniendo el acento en las discrepancias! Este nudo gordiano puede deshacerse inspirándose en el amor por la controversia que destila el autor.

Estoy alejado de posiciones marxistas, pero quizás, como el niño russelliano, y sumergido en el ecosistema europeo, disfruto más con el cine de Auteur que con el blockbuster. No por ello voy a discutir lo indiscutible. El cine europeo tiende a construir personajes con conflictos de identidad que sólo se dan cuando el estómago no ruge. Es cierto que hay un indisimulado sentimiento de superioridad en la sentencia de que el cine de Hollywood es escapista, pero eso no lo hace necesariamente falso. Géneros como el western o el cine de superhéroes quizás son emancipadores, pero invitan al individuo a asumir responsabilidades que hemos convenido otorgar a lo público. 

Sea como fuere, es cierto que no hay razón para sentirse culpable por disfrutar de un blockbuster. Al contrario, celebro con efusión cada vez que me pasa. Y es que el gran problema de Hollywood no son sus valores. Al fin y al cabo, los snobs que nos emocionamos con “El triunfo de la voluntad”, de Riefenstahl, no nos damos de alta en el partido nazi el día después.

El gran problema es la repetición de fórmulas hasta la extenuación. No niego que el libro me ha hecho cambiar mi perspectiva sobre los remakes con su acertado e interesante análisis de la tradición cuenta cuentos de la costa oeste americana. Pero discrepo en que esa sea la razón central por la que hoy la industria abusa de la repetición. Cuando una fórmula que le funciona, la explora hasta desgastarla y convertirla en un tedioso sinfín de convencionalismos. Y, al ritmo de producción que sigue, este desgaste se produce en un poco puñado de años. La última vez que fui al cine hace un par de semanas, de seis trailers, tres eran historias de superhéroes. Exprimir hasta que el tedio lleva a los espectadores a un nuevo género… 

Quizás la autoría es soberbia, voluntad de apartarse del populacho y encarecer la obra. Pero no sólo. Es en el cine de autor donde se explora fuera de los marcos preestablecidos, donde se juega con los límites del relato, donde se experimenta. También hay convencionalismos y conforts para el público que se siente cómodo en lo supuestamente alternativo. Pero deja un espacio para la verdadera exploración. Allí se encuentran los márgenes en los que construyen las fórmulas que, con una década de decalaje, Hollywood explota hasta la saturación. ¿O puede explicarse el New Hollywood sin la Nouvelle Vague? ¿El cine negro sin el expresionismo alemán? ¿El cine contemporáneo sin los Sundance Kids? Hollywood es tan business que no puede permitirse innovar.

La industria piensa en beneficios y hace bien. No les pido que asuman un rol que no es el suyo. Pero, ¿qué sería del cine comercial si no fuera por los Auteurs soberbios que exploran los límites del medio? Así pues, son dos mundos que se quieren y se odian. Que se reprochan y se envidian. En definitiva, que se necesitan.

personal

“El poder del mito” de Joseph Campbell

Hace pocos días acabé de leer “El poder del mito”, que reproduce unas conversaciones entre Joseph Campbell, prestigioso experto en mitología comparada, y el periodista Bill Moyers. El libro desarrolla la tesis de Campbell, conocida por su primer ensayo El héroe de las mil caras, de enorme influencia en la narratología moderna.

El ensayo mantiene dos ejes centrales. En primer lugar, redunda en la conocida idea de que todos los mitos, en realidad, explican la misma realidad adaptada a las necesidades de cada sociedad. Cuando estudias narratología es habitual considerar que todas las historias son ulisíacas. Un héroe parte de su hogar con el objetivo de mejorar la sociedad. Este viaje físico no es más que una metáfora de un viaje interior que transforma al protagonista y su entorno. Estas tesis son las que, luego, utilizará Christopher Vogler en El viaje del escritor, un libro imprescindible si quieres construir relatos.

El segundo concepto es consecuencia del primero y de carácter más religioso o trascendente. Campbell se pregunta si la constatación de que todos los mitos responden al mismo relato y, por tanto, a las mismas necesidades humanas subyacentes, no hace anecdótico el relato mito en sí. ¿Qué sentido tiene ocuparse de la literalidad del relato cuando lo fundamental es cómo este ayuda a las personas y las sociedades a alcanzar un bien superior?

En términos más prácticos para nuestra realidad, Campbell sostiene que el mito de Jesucristo, desde sus enseñanzas hasta su muerte y resurrección, se expresan en otras regiones del planeta con mitos similares. Todas ellas ofrecen la misma respuesta. Según él, herramientas para trascender. Unos lo hacen a través de la meditación y otros a través de la oración, pero el objetivo es el mismo. Si esto es así, ¿hay que considerar de forma literal, por ejemplo, la ascensión a los cielos? ¿O no es más que la forma concreta en la que el mito cristiano construye la metáfora del viaje interior?

Por tanto, para Campbell la espiritualidad es fundamental, pero la idea de Dios no tiene sentido fuera del ser humano. No discute la realidad del mito. Más bien al contrario. Le preocupa el qué y no el cómo. No importa Jesucristo, sino como, a través de la oración, podemos explorar nuestro trascendente.

Como ateo, la considero una reflexión muy interesante. Comparto la idea que el ser humano necesita ver más allá. La única enmienda que le hago es que, el hecho de que sea una necesidad antropológica no es necesariamente consecuencia de la existencia de una espiritualidad real.

drama / peliculas

“The Assistant” de Kitty Green

Julia Garner interpreta a una secretaria junior que trabaja para un gran magnate del mundo del cine. Ella sueña con convertirse en una productora. Sin embargo, su sueño puede tener un precio alto. A través de una de sus largas jornadas laborales, descubrimos con ella los indicios que apuntan a que su jefe es un depredador sexual.

Inspirada en el famoso caso de Harvey Weinstein, Kitty Green dirige un relato sutil, donde casi todo lo relevante sucede por elipsis. Parece como si tratara de construir la antítesis de los macguffins de Hitchcock. Cada pequeño objeto y cada silencio es significante y aporta un pequeño detalle para reconstruir a un depredador. Son estas nimiedades las que describen a un personaje que se mantiene siempre fuera de campo.

Esta propuesta, bien ejecutada, impulsa la película hacia un guion con mucha materia prima para su actriz protagonista. Precisamente la falta de texto pone el foco en el juego expresivo y Garner lo desarrolla con solvencia. Situaciones cotidianas y conversaciones intrascendentes las aprovecha para mostrar cómo aumenta su desasosiego a cada nueva revelación. Todo ello no hace más que remarcar los diálogos que sí son fundamentales para empujar la historia. Rebosan de dramatismo y complejidad. Es muy notable la escena donde ella expresa sus impresiones a un ejecutivo.

La fotografía, muy naturalista, pero, a la vez, muy subjetiva, se alinea con el punto de vista de la aspirante a productora. La banda sonora es acertadamente inexistente. Historias así no necesitan subrayar lo que ya es, de por sí, dramático y real.

“The Assistant” pone sobre la mesa un retrato con el que explorar los déficits que nuestra sociedad aún tiene por resolver para ser igualitaria.

personal

“Los dos Papas” de Fernando Meirelles

La película situa al Papa Francisco y al emérito Benedicto XVI en una conversación fictia previa a la renuncia al cargo del segundo. Bergoglio quiere renunciar, cansado de una Iglesia que no cuida de los más débiles y Benedicto trata de convencerlo que, si lo hace, dañará la imagen de la institución.

La película mezcla la teatralidad de “La duda” con unos debates sobre el papel que debería jugar la Iglesia y el Vicario de Cristo como máximo exponente, que recuerdan a los que Guillermo de Baskerville tiene con Jorge de Burgos en “El nombre de la Rosa”. Y, como sucediera en el clásico de Eco, los dos modelos de Iglesia chocan a través de dos figuras carismáticas y, en este caso, reconocibles por todos.

La historia está razonablemente bien trenada y los diálogos fluyen, a pesar de que asumen el riesgo de estar contados en tiempo real, lo que tiene un mérito considerable. El texto, además, lo remachan las interpretaciones que, a ratos, brillan.

Donde la película se encalla para mi gusto es en la construcción de los personajes. Benedicto es casi tan temible como Jorge de Burgos y Francisco más santurrón que Guillermo. Después de la flojísima “Francisco, el Padre Jorge”, el documental de Wenders “Francisco, un hombre de palabra” y esta de Meirelles, al Papa Francisco le habrán hecho todas las hagiografías antes de morir.

Meirelles no es santo de mi devoción. “Ciudad de Dios” me interesó más, pero quizás es mejor que los otros films suyos que he visto (me decepcionaron “A ciegas” y “El jardinero fiel”). Debo, eso sí, tacharle que califique su film de “inspirado en hechos reales” porque sabe que muchos interpretarán la reunión como real. Me pregunto a qué tipo de Iglesia achararía una conducta así.

drama

Estiu 1993

Estiu 1993

Algunos directores y guionistas hacen enormes esfuerzos por explicar historias naturalistas. Quieren reproducir la vida sobre un celuloide. Ha sido el motor de algunos de los más inspirados movimientos cinematográficos de la historia, como el realismo poético francés, o el neorrealismo italiano. Cada uno con sus formas propias, deseaban ser fieles a la realidad y, pasada por la mirada del creador, hacer emerger lo poético. Hoy en día, sigue siendo uno de los faros que, paradójicamente, lleva a más realizadores y realizadoras contra las rocas. Confunden lo realista con lo trágico y lo sutil con lo insustancial. Y la tragedia, en este caso no la del relato, se consuma.

“Estiu 1993” tiene todos los ingredientes para acabar chocando con esas mismas rocas llenas de buenas intenciones y excesos de autoestima. Basa la historia en las vivencias de la realizadora, la protagonizan dos niñas muy pequeñas y no tiene ninguna intención evolucionar a través de la acción. Es muy probable que sea la combinación de estas decisiones tan arriesgadas la que hace al filme tan mágico.

Si dirigir actores es difícil, dirigir niños está casi prohibido. Laia Artigas, Frida en la película, y Paula Robles, con apenas 4 años interpreta a Anna, no se comportan como dos personajes sino como dos niñas reales. Juegan como juegan las niñas, tocan como tocan las niñas, ríen y lloran como ríen y lloran las niñas. Juegan felices y, de repente, algo explota y pasan al llanto, o a la inversa. A este nivel sólo se puede llegar mediante la improvisación. El riesgo es que las niñas no digan aquello que es necesario que digan para que la trama fluya, algo que no pasa jamás. Algunas escenas son increíblemente largas y, a pesar de ello, las niñas hacen lo que la historia requiere con esa naturalidad.

La directora, Carla Simón, sube la apuesta manteniendo casi con rigor total el punto de vista de Frida. Los padres (Bruna Cusí y David Verdaguer) parecen decorado en muchos momentos. Sobre todo al principio, cuando Frida aún no está familiarizada con ellos. Sus conversaciones son esa especie de rumor que los niños apenas atinan a entender pero del que, en cambio, captan la emoción a la primera. Los planos, a ratos, son casi subjetivos. Las conversaciones entre los “mayores” condicionan los comportamientos de Frida, pero el espectador casi nunca los recibe de forma explícita, como suele suceder. Como ella, cazas palabras, frases, tonos, emociones. Lo demás, lo reconstruyes.

Cuando acabó la película, que tuve la oportunidad de ver en Xiscnèfils, hubiera querido ir a dar las gracias a todo el equipo que participó. Pocas veces me han hecho vibrar tanto con un relato tan cotidiano. Recuerdo una emoción muy parecida en la trilogía Antes de amanecer, o en La soledad. Son películas en las que uno se reconoce porque son capaces de captar lo esencial de lo que sucede y vestirlo en un cuadro hiperrealista.

Transmitir verdad es un bien preciado, perseguido por muchos. Simón ha conseguido con creces mostrar los rincones de su historia sin darlos de forma obvia. Nos lleva al mundo interior de Frida, a nuestra psicología más infantil. Quizás ingenua, pero compleja.

Política

Sobredosis de “procés”

Unos días antes del referéndum, un amigo tuiteó que le sorprendía la cantidad de gente que sólo escribía mensajes a favor o en contra, como si la vida no tuviera más cosas importantes. Me sentí interpelado porque soy consciente de que tuiteo demasiado sobre el “monotema”. No tanto por estos días, en los que es lógico que lo inunde todo. Es sobre todo por los años que hace que esto es así.

Es una reflexión que me he hecho de forma íntima muchas veces. Comprendo el mensaje de mi amigo porque hasta yo estoy cansado de mí mismo en twitter. Como si sólo me interesara esto. La vida es más una suma de retales; familia, amigos, trabajo, cervezas, viajes, retos, y aspiraciones, que un trozo de tela único, plano y repetitivo.

Mi vida sigue centrada en mis proyectos profesionales, me preocupa estar al día de cómo va la economía y los sectores que me afectan de forma más directa. Continúo apasionado por la ciencia y consumo libros y revistas como lo hacía. Me acuno viendo una película o serie casi a diario. Quizás es el mejor momento del día. Mucho mejor que cuando pienso o discuto sobre la independencia. Y ahora he añadido a mis entretenimientos escaparme a escuchar ópera de vez en cuando.

La pregunta lógica que me hago es, si me interesan tantas cosas, ¿por qué demonios escribo siempre de lo mismo? Suelo llegar a una serie de justificaciones, que no acaban de calmar del todo la mala conciencia por no mostrarme más diverso.

La causa principal es que me interesa. Es así. De hecho, siempre me ha interesado la política. Sobre todo, porque implica informarse un poco de todo. La identidad, como proceso de construcción personal, social y como espacio político me parece un tema apasionante.  En él interseccionan presente, pasado y futuro, cuestiones mediáticas, culturales, históricas, y sociales muy complejas y donde, en mi opinión, se da una clara situación de injusticia en Catalunya desde muchos puntos de vista.

No voy a entrar en esto ahora, ni en rebatir su percepción de que las redes sociales han radicalizado al pueblo. Aunque han jugado un papel importante y las redes tienden a la endogamia y maniqueísmo, no estoy muy de acuerdo con él. Pero justificarme me obligaría entrar en unos matices, que me apartarían del tema central del artículo.

Además de interesarme mucho, cuando entro en twitter, hay un río de gente hablando sobre el monotema. En uno y en otro sentido. Es muy sencillo dejarse llevar por lo que todo el mundo habla. Twitter es una herramienta donde la clave está en la interacción entre usuarios y el grado de interacciones que obtengo hablando de esto es muy superior al resto de temáticas. Sé que, al integrarme en el debate de todos, alimento que en otros temas nadie interaccione conmigo, pero no puedo negar la sensación de hablar en el desierto si comento lo último que he leído en “Investigación y ciencia”.

Antes de escribir un twitt, intento preguntarme si voy a aportar algo de verdad con él. Aunque me apasione, escribir digamos que sobre física o economía me da pudor. Me da la sensación de que hay gente más adecuada para hacerlos porque saben más. Reconozco que este filtro es muchísimo más liviano si es sobre política. Sí tengo seguridad cuando hablo de cine. Pero el problema es que no suelo ver las cosas cuando se estrenan y veo desfasados mis comentarios sobre una película que hace tiempo que abandonó las salas.

Los debates en twitter son muy limitados. El esfuerzo de síntesis te obliga a expresas cosas que son fácil de malinterpretar en temas polémicos. Pocas cosas son tan fáciles como acabar abrazándote a una discusión con un energúmeno que te lleva al barro. Y claro, él ahí se maneja mejor. Este es el motivo más importante por el que, algunas épocas, he tratado de distanciarme de twitter, pero la carne es débil.

Me he propuesto publicar twitts sobre otros temas y evitar un poco el debate sobre la independencia. Soy consciente que estos días va a ser complicado. De hecho, tengo algunos posts pensados y medio preparados para estos días. Pero me esforzaré en ir un poco más allá y hablar de la última película o serie que he visto (ahora miro “The night of” y es fantástica), de la próxima ópera que disfrutaré (llevo semanas escuchando “Un ballo di maschera” de Verdi, que veré en el Liceu en 15 días), trataré de compartir también los links de noticias de ciencia (como esta misma semana, que se entregó el nobel de física al equipo que detecto las ondas gravitacionales, o el nobel de medicina a los que explicaron bien los ritmos circadianos)…

En fin, la vida es más compleja y completa que un solo tema. Mostrar demasiado una misma cara en un ámbito en concreto (twitter en este caso), no significa que haya renunciado a todo lo demás. Creo de verdad que el tema es muy importante y que debe hablarse. Pero eso no es óbice para no hablar de nada más.