Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

personal

Viaje a Grecia (I): Acrópolis

Este verano, con mi pareja, nos hemos ido de viaje a Grecia. La idea era hacer un mix de vacaciones cañeras y de vacaciones tranquilas. Así que, a priori, Grecia era un destino más que adecuado porque es una suma de ruinas cargadas de historia y de islas donde hay poco más que hacer que disfrutar de vistas y de playas.

Así que el día 17 de Agosto, tomamos el avión muy temprano y, después de una escala en Praga, aterrizamos en Atenas. El recibimiento fue un golpe de aire caliente en la cara. No os podéis imaginar el calor que hemos llegado a pasar. En Atenas las máximas rondaban los 40 grados. Eso cuando estás en casa es duro, pero cuando estás visitando ruínas en las que no hay una sombra, inhumano.

Pero superada esa fase de sufrir el calor, pones los pies en el suelo. La primera impresión que te llevas de Atenas es que se trata de una ciudad sucia, con mugre por todas partes. Los edificios no tienen ningún interés y no parece que los atenienses traten la ciudad como se merece.

Tras la primera pequeña decepción, dejamos las cosas en el hotel y fuímos a pasear a dos de los barrios más típicos de Atenas: Plaka y Monastiraki. Están señaladas como zonas turísticas y no se equivocan. Son dos barrios de calles estrechas con alguna pequeña iglesia por en medio, restaurantes para guiris y camisetas por paredes. La conclusión es tan dolorosa como evidente: no me gusta nada.

Teníamos sólo un día y medio en Atenas, así que el día entero era para ver los típicos lugares. Así que, al día siguiente, nos levantamos temprano y a las 8 y poco entrábamos en la Acrópolis. Todo la desilusión que te llevas al ver la ciudad, se compensa cuando entras en el recinto a pesar de que deberíamos haber ido más tarde para no coincidir con los cruceros (que también lo visitan a primera hora). A parte de un par de teatros y una estoa a sus pies, la Acrópolis tiene 3 cosas casi de visita obligatoria.

Eso sí, antes de verlas tienes que subir las escaleras que dan acceso a la superficie de la acrópolis, los propileos. Aunque había demasiada gente, eran una pasada. Con la emoción contenida de que saber que todo aquello se había construído nada menos que 3500 años y que, en pocos segundos, tendría ante mi el Partenón. Tan contenida que, en la foto, lo disimulo muy bien. Yo creo que era calor.  Y eso que no eran más de las 9…

La más importante de estas tres cosas a ver, por supuesto, es el Partenón. Antes de salir leí bastante sobre lo que íbamos a visitar, pero el Partenón es tan conocido que no voy a contaros gran cosa. Intento imaginarme a la gente de aquella época cuando se plantaban delante de aquellas increíbles columnas, con sus proporciones perfectas.

Dentro estaba dividida en dos naos. En una de ellas había una estátua de Atenea, la diosa de sabiduría, altísima. Debía ser muy impactante allí dentro. La segunda estancia, por lo visto, sólo podía ser visitada por sacerdotisas. Sí, imagino que esta estampa no es muy científica, pero no puedo evitar imaginármelas consumiendo drogas, semidesnudas y conectándose con su trascendencia en una especie de orgía. ¿Os imagináis alguien mejor que Tinto Brass para reflejar una escena así? ¡Yo lo fichaba!

Pero también hay dos templos a su alrededor que tienen un encanto especial porque están relacionadas con la propia historia mítica de la ciudad. Nada más entrar, a la derecha queda el templo de Atenea Nike. No tengo fotos porque era una montaña de andamios. Pero fue allí donde el rey de la región Ática, Egeo, esperaba a que su hijo Teseo volviera vencedor de su enfrentamiento con el minotauro. Estaba tan nervioso que le pidió al hijo que, si vencía, cambiara las velas negras del barco por unas blancas. Pero el hijo, aunque volvía vencedor, estaba despechado por Ariadna y olvidó cambiarlas. Dicen que Egeo esperaba sobre el templo para ver llegar el barco cuanto antes. Y cuando vio las velas negras, se suicidó tirándose al mar al que luego dio nombre.

El otro templo es el Erecteion, que tiene las cariátides, estás preciosas columnas con forma de mujer. Fue allí donde Poseidon y Atenea se disputaron covertirse en el protector de la ciudad. He leído varias versiones sobre cómo se produjo, pero más o menos, todos vienen a coincidir en que cada uno de los dioses tuvo que entregar algo a la ciudad. Poseidón clavó su tridente justo al lado de este templo (algunos afirman ver el golpe del tridente en una piedra), y brotó una fuente. Pero era de agua salada. Atenea, en cambio, hizo crecer el primer olivo, dando alimento a sus ciudadanos. Una de las versiones dice que fueron los dioses quienes tomaron la decisión. Otra que los ciudadanos optaron por Atenea. La última, es que los hombres votaron Poseidón y las mujeres a Atenea. Ganaron ellas. Pero para no enfurecer a Poseidón más de la cuenta, le quitaron el voto a las mujeres. Bonita manera de justificar su no derecho a voto, ¿no os parece?

Aunque durante el día visitamos algunas cosas más, que contaré en los próximos posts, el día de visitas lo acabamos en el monte Filopapos, que está muy cerquita de la Acrópolis. Desde allí hay una vista envidiable del monte sagrado. Fue un bonito colofón al paseo por la ciudad griega.

(Esta es la vista desde Filopapos. A la izquierda están los propileos, la montaña de andamios esconde Atenea Nike. A la derecha el Partenón y, entre los propileos y el Partenón, el Erectión con las cariátides)

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