Desde el mes de Febrero y hasta este fin de semana (13 de junio de 2010), el Cosmocaixa de Barcelona hace una exposición de Fellini. Como me hacía mucha ilusión ir a verla y hacía demasiado que no veía películas del director italiano, he hecho un repaso (algo superficial, para qué engañarse) de su filmografía. Fui y la disfruté como un niño.
Fellini es uno de esos directores que si coges una sola película puede resultar desconcertante. Puede incluso llegar a costar entender sus resortes, si tienes las neuronas muy acostumbradas a un cine con un paradigma más clásico o comercial.
El cine de Federico Fellini podríamos separarlo en dos grandes bloques. De hecho, aunque hay un cierto hilo conductor, los cambios son muy notables. Incluso me atrevería a decir que el cambio es disruptivo. Es decir, no hay una evolución lenta entre la primera época y la segunda sino que, de repente nos encontramos con películas muy diferentes.
Según dice la wikipedia, Fellini empezó en el cine haciendo carteles de películas. Pero el elemento clave es que Vittorio Mussolini, hijo del dictador y apasionado del cine, le presentó a Roberto Rossellini. Y empezó a trabajar para este como guionista.
Como toda dictadura que se precie, se obsesionó por hacer películas propagandísticas. Hemos de tener en cuenta que, además, estaban en guerra contra el mundo. Eso requería importantes chutes de nacionalismo cerril. Claro, tanto Rossellini como Antonioni, entre otros, colaboraron a hacer estas películas de corte fascista. Pero en realidad, ellos debían sentir una fascinación increíble por un movimiento estético frances de raiz comunista; el realismo poético. Básicamente era un cine hiperrealista y que ponía en solfa las injusticias sociales.
Ello llevó a que, acabado el régimen, el cine italiano dio un giro de 180 grados hacía lo que se conoce como neorrealismo italiano, muy inspirado en el movimiento realista poético francés. Y es en ese momento que Fellini se pone a escribir guiones y pronto a dirigir. Su implicación en este campo es tan importante que es coguionista del primer film neorrealista; una película de Rossellini llamada Roma, ciudad abierta de 1945.
En 1950 empieza a dirigir. Su primera película no sólo apunta maneras sino que me parece un ejercicio de increíble sensibilidad; Luces de variedades. En una historia que me recuerda mucho a la maravillosa El ángel azul (1930) de Sternberg. Una joven con grandes aspiraciones en el mundo de la interpretación se acoge a los brazos de un artista con delirios de grandeza.
Después vendrían películas como Los inútiles (1953), La strada (1954) o Las noches de Cabiria (1957) entre otras. Muchas de ellas las podríamos considerar obras maestras. Y en todas ellas se muestran una serie de constantes:
En primer lugar es un cine claramente neorrealista todo y que, a diferencia del realismo poético o el trabajo de alguno de sus contemporáneos (como Vittorio de Sica), no siempre acaba hablando de gente “pobre”. De hecho, en algunos momentos se centra en medio burgueses para hablar de los problemas que le preocupan.
Desde el punto de vista narrativo, las estructuras tienden a ser clásicas. Con una estructura muy bien definida aunque con un ritmo y una forma de retratar la realidad que no acostumbra a verse en el cine mainstream de la época.
A pesar de que su cine hablaba de dramas terribles, era muy positivo, en tanto que habla de gente que acaba sacando agallas frente a situaciones muy difíciles. Paradigmático podría ser el caso de Las noches de Cabiria. Perdonadme si cuento un final (si no queréis leerlo, saltaos este párrafo). La protagonista se ve abocada a perder todos sus ahorros, que se ha ganado prostituyéndose, porque se los roba el hombre de su vida. Este, incluso, intenta matarla. Aún así, ella recupera la ilusión en un increíble plano final de ojos emocionados. Eso provocará que la democracia cristiana italiana se sienta muy próxima a su sensibilidad artística.
Por último, destacaría una constante maravillosa, que se mantendrá en la segunda época; su mujer Giulietta Masina. Actriz maravillosa, combina a la perfección en sus personajes un carácter fuerte con una sensibilidad profunda y entrañable. Este carácter encaja a la perfección con las tramas que propone Fellini, por lo que se convirtió en su verdadera musa.
Aunque en su cine no se nota, en los años 50, Fellini empieza a interesarse por el psicoanálisis. Y en 1960, el director italiano estrena una obra que será el primer paso a ese cine más psicoanalítico; La dolce vita. En ella cuenta la historia de un fotógrafo de famosos a los que dará nombre por siempre más; paparatzo (paparatzi en plural). Míticas son, sin duda, la secuencia con Anita Ekberg en la Fontana di Trevi y la de los helicópteros que transportan la estatua de Jesús.
La película muestra una sociedad desenfrenada; sexo, drogas, alcohol, orgías fáciles y un alto grado de irreverencia. La democracia cristiana quedará sobrecogida hasta el punto que lo dejarán de considerar de los suyos.
Este es sólo el primer paso hacia ese cine del que hablamos menos narrativo y más inspirador de sueños. Se adentrará en ese terreno definitivamente con 8 y medio (1963). Protagonizada por Marcelo Mastroianni, que se convertirá en una constante de su cine, cuenta la historia de un director de cine que va perdiendo el rumbo. Llega a ser tan autobiográfica que el título hace referencia a las 8 películas y el cortometraje para la película Boccaccio ’70 (1962).
Películas como Roma (1972) llegan a ser una serie de episodios con un hijo conductor muy fino (en este caso, la propia ciudad). En este film Federico Fellini hizo un precioso e irreverente retrato de la capital italiana. Desde una severa crítica al fascismo (empieza con un profesor antes de la caída del régimen cruzando el Rubicón), pasando por secuencias totalmente modernas, como un regimiento de motos cruzando la ciudad.
Una de las más divertidas es Amarcord (1973), que significa “me acuerdo”. Como en Roma, Fellini hace un retrato muy personal sobre los años de la dictadura. Míticos son los pechos entre maternales y eróticos de la estanquera de la que está enamorado el protagonista.
Su cine irá perdiendo fuerza con el paso de los años. Eso no significa que películas menores en su haber, como La ciudad de las mujeres (1979). sean malas películas. Eso estaría muy lejos de la realidad. De hecho, la secuencia (de nuevo onírica) del final es una pequeña joya.
Si vivís en Barcelona y aún no os habéis pasado por la exposición, os la recomiendo mucho. No pasa nada si no habéis visto ninguna o pocas de sus películas. Puede ser una buena vía de acceso para tomar una visión general de su obra. Os dejo con el anuncio que hicieron.