MAGNOLIA

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Magnolia es la historia cruzada de un buen puñado de personajes que arrastran profundas cargas de su pasado. Entre ellos, un presentador de televisión, próximo a la muerte, intenta recuperar la relación con su hija cocainómana, un fracasado que trata de enamorar a un camarero del que está enamorado, la mujer de un productor agonizante se siente culpable por lo poco que lo ha querido, mientras este quiere contactar con su hijo, una celebritie del ligoteo, con quien también perdió el contacto.

SPOILER: Ojo porque voy, literalmente, a destripar todo el argumento.

Hasta aquí no es más que la «típica» película coral donde, previsiblemente, todas las historias acabarán confluyendo en un emotivo final. Pero cuando empezamos a verla, ya en el minuto uno, comprendemos que no es el caso.

En ellos se nos antepone una premisa que será clave para comprender el resto del metraje; la inclusión de lo casual, del deus ex machina como eje narrativo, lo cual suele estar prohibido para lo que debería ser un buen guión.

magnoliaEn este caso lo aprovechan a su favor, partiendo con la explicación de 3 historias deconstruidas y rocambolescas que tienen vida propia, autocontenedoras, ya sobresalientes separadas del resto del film.

Este punto de partida impregna de casualidades el resto del metraje, enriqueciendo la trama más que empobreciéndola, y dándole un toque de personalidad que hace a Magnolia una película única.

La película viene a ser la expiación de los pecados acumulados a lo largo de sus vidas de dimensiones bíblicas. Las palabras no dichas en el momento adecuado, las mentiras, los silencios, la soledad… Cargas sólo curables mediante la intervención divina, la mayor de las deus ex machina posibles. Y con ella Dios decidirá quién debe y quién no debe morir, quien debe soportar la carga de su pasado algunos años más. Y es el Dios más vengativo, el del Antiguo Testamento, el que hará acto de presencia reproduciendo una de las plagas que sufrieron los egipcios, una lluvia de ranas gigantes.

Las plagas son la muestra del enfado divino, de los errores acumulados. Pero tienen algo de purificador. Acabada la plaga, los pecados son aliviados y la posibilidad de volver a empezar son mayores. Y así, en el único momento en el que la película se da un respiro es en el final, donde se abre una ventana y deja abierta la posibilidad de una redención, cerrando con un plano que resume ese espíritu; la sonrisa de uno de los personajes más tristes.

tom-cruise-en-magnoliaEl otro punto fuerte de la película es el uso de la banda sonora que, como pocas veces, acompaña al ritmo de la película a la perfección. En algunos de los momentos claves de la película, la banda sonora refuerza las emociones que sufren (y digo sufren con intención) a lo largo de la historia.

Magnolia es, sin duda, una de los mejores films enmarcado en eso que venimos llamado postmodernidad y una experiencia casi extrasensorial que no podéis perderos.

P.D.: Os recomiendo este post en inglés, donde Manuel Yanez habla de ese último plano que os comentaba. Breve y genial.

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON

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David Fincher saltó al estrellato en 1995 cuando, dirigiendo a Brad Pitt, rodó Se7en, sobre un asesino en serie que mataba a sus víctimas en base a los 7 pecados capitales. La película fue un auténtico boom gracias a su sorprendente final y una condena a buena parte de su carrera posteriorThe game y el club de la lucha son los dos ejemplos más claros, ya que partían de la necesidad de un giro final que, en mi opinión, empobrecía el resto de la película. Es un proceso parecido al que sigue sufriendo el bueno de M. Night Shaylaman, desde que rodara el sexto sentido.

Después de la, para mi, sobrevalorada Zodiacel curioso caso de Benjamin Button es la primera gran película después del espectacular inicio de su carrera, otra vez con Brad Pitt a la cabeza. Benjamin Button es un hombre que nace viejo y que, con el paso de los años, se irá haciendo más joven. En el fondo no es más que la clásica historia de amor imposible pero desde un punto de vista nuevo que enriquece la narración.

He comentado varias veces que los nuevos creadores de la industria audiovisual están explorando nuevos caminos en el tratamiento del tiempo. En efecto, es uno de los hechos definitorios del cine contemporáneo, llegando a influir en el cine comercial, como podría ser La casa del lago o la archiconocida Matrix.

brad-pittEn general, el uso de esos nuevos conceptos suele venir acompañado de desordenar la historia, como comenté hace poco respecto a Lost. Pero en este caso, la clave del nuevo punto de vista no está en cómo se presenta esa estructura sino que es el propio protagonista, al ir juveneciéndose (en ningún rejuveneciéndose, ya que nunca lo fue), el que aporta esa nueva estructura en la historia.

Así, lo que durante más de una década era una obligación de David Fincher de no defraudar en el final del metraje, con grito de asombro concluyente necesario, se ha convertido en sorpresas sucesivas y suaves a lo largo de todo el metraje. En ningún caso te llevas las manos a la cabeza porque todo son soluciones inevitables a los conflictos, imposibles de acabar de otra forma. Pero, dado lo diferente del punto de vista, no deja de sorprender, lo cual arranca, de cuando en cuando, una sonrisa.

El número de preguntas que surgen es enorme nada más empezar; ¿Qué trato le darían la gente de su entorno a alguien con estas dificultades? ¿De quién se enamoraría un niño viejo? ¿Cómo sé comportaría un niño viejo? ¿Cómo haría los decubrimientos propios de la adolescencia? Todo el mundo querría ser más joven. Pero alguien que creciera al revés, ¿estaría tan contento de tener lo que todo el mundo quiere? ¿Y qué tipo de relación laboral establecería con el patrón? ¿Cómo sería una relación en la que, mientras uno se hace mayor el otro se hace más joven? ¿Quién lo llevaría peor? ¿Cómo sería tener un hijo que, tarde o temprano, sería compañero de juegos tuyo?

SPOILER; Ojo, voy a contar alguna cosa que, aunque no sea directamente el argumento, puede interpretarse como tal.

cate-blanchettLo que me parece más bello de la historia es su estructura capicua. Es bien sabido que el trato que se le da a los más mayores de nuestra sociedad tiene fuertes parecidos con el que se le da a los más pequeños. Pero visto en el curioso caso… la estrucura se torna en belleza. Hace llamar la atención como, procesos que parecen maravillosos en la vida real, con la nueva mirada, se tornan en algo casi insoportable. Y, en consonancia con ello, las soluciones a las que llegan las tramas da una consistencia a la historia difícil de encontrar en la mayoría de films.

Para acabar de redondear la propuesta, Fincher cuenta  la historia parte de un presente en el ocaso de la vida de una mujer acompañada de su hija, que dará pie a una serie de flashbacks para contar parte de su vida. Y estos hechos del pasado, a su vez, también incluyen flashbacks aún más remotos. En realidad, es uno de los puntos más débiles de la narración.

Otro de los elementos que fallan es la identificación del espectador en el clímax. En realidad, lo que está (o debería estar) en juego es la paternidad de Julia Ormond. El problema es que pasan tan de puntillas, veo tan poco interesada al principio a su personaje sobre ese tema en concreto, que es difícil llegar al final motivado por este aspecto clave en la clausura. Puede que esta sea una de las pocas reminiscencias de ese pasado del que hablábamos, cuando Fincher estaba obsesionado por la sorpresa final. Así, imagino que pretendía sacarse esa carta de la manga a media historia en forma de sorpresa. Pero lo que acaba pasando es que ese elemento no es clave para el espectador. Así que tanto le da.

En resumen yo diría que es una nueva e interesante aportación a la narrativa visual a pesar de algunas de sus debilidades. Fincher ha dado un paso al frente para desatarse de sus cadenas. Ojalá no deje este camino que tomó ya de alguna manera en Zodiac, ya que promete ofrecernos emociones más que impactos. Y eso, al final, es mucho mejor.

MY BLUEBERRY NIGHTS

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En el 2000, me hablaron de una película que me impactó. Se llamaba Deseando amar, aunque yo creo que es más conocido el título en inglés; in the mood for love. Así conocí al director de Hong Kong Wong Kar-Wai, al que luego me he filedizado y he visto casi todas las películas que ha estrenado desde entonces; eros, 2046, y ahora my blueberry nights.

Lo más fascinante de Wong Kar-Wai es su capacidad de crear admósferas que acorralan a sus personajes, cargadas de barroquismo hasta puntos muy extremos. No son pocos los que le critican por ello. Los planos tienden a romper con las reglas establecidas por la my-blueberry-nights-planoortodoxia. Si debieran respetar que, allá donde va la mirada del personaje haya un «aire», él por sistema lo coloca en el lado contrario, aumentando así la tensión que nos transmite la escena. Los continuos travellings laterales y circulares, con objetos que se interponen entre el personaje y nosotros, son constantes y de una belleza difíciles de ver en la gran pantalla. Y eso mismo sucede con el montaje del film diseñado, con sus no convencionalismos, para aumentar más, si cabe, la ansiedad de los personajes y la participación del espectador.

La película es, además del primer desembarco del director en occidente, una historia episódica, una pseudo road movie en la que apenas aparecen los medios de transporte. Prevalecen los interiores, que en muchos casos resultan claustrofóbicos. El personaje interpretado por Norah Jones huye del dolor recorriendo buena parte de los Estados Unidos, encontrándose en ese camino con Jude Law, Rachel Weisz y Natalie Portman.

El único punto débil de la película es, precisamente, cuando abandona los my-blueberry-nights-kissinteriores y rueda en unas Vegas que ya forman parte de nuestro imaginario colectivo común. A pesar de la gran interpretación de Portman y del delicioso trabajo de Jones, que por cierto sorprende, ese «episodio» flaquea y no aguanta ninguna comparación con el resto del film. Aún así, no menoscaba el interés general que me despierta el conjunto de la película que, por cierto, tiene un beso que ha presentado candidatura a estar en el top ten de los de toda la historia del cine.

En todo caso, pasa por ser una de las horas y media mejor invertidas en tiempo, por lo que seguiré confiándole parte de mi tiempo a este director de lo interior.

LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA

Es habitual que la gente, cuando quiere ver una película, prefiera saber, por lo menos, de qué va la película. No es ese mi caso. Me gusta que el primer minuto ya me sorprenda. Y, para eso, no puedes ni siquiera haberte acercado a una sinopsis.

Eso es lo que me ha pasado con «la escafandra y la mariposa», un título que es como la película. Poético sin caer en la cursilada. La película cuenta la historia real de un alto ejecutivo de una revista de moda que sufre una extraña enfermedad, el síndrome del cautivo. Son personas que padecen una parálisis a la práctica total pero que razonan con absoluta normalidad. En este caso, el protagonista sólo puede guiñar un ojo. Con tenacidad, se propondrá escribir un libro con la ayuda de sus terapeutas.

Desde el punto de vista formal, la película hace una propuesta que va más allá de lo que estamos acostumbrados a ver. Aprovechando el camino que marcó en su día la premiada «johnny cogió su fusil» a principios de los 70’s, cuenta la historia desde un punto de vista muy subjetivo. No podía ser de otra manera, si tenemos en cuenta las características del personaje. Pero el cine ha evolucionado mucho a nivel estético desde entonces. Y en este camino que hemos emprendido para superar el postmodernismo, el film está contado en gran parte en planos subjetivos. Superan la mitad del metraje. Y, a pesar de la supuesta limitación que ello supone, las composiciones del plano rozan lo pictórico. De una belleza innegable.

Todo y que como propuesta estética es muy interesante, aún lo es más desde el punto de vista conceptual. Parece que, poco a poco, estamos rompiendo una barrera que el cine clásico nos había impuesto. Durante años creímos que la única forma de contar una historia era mediante campos-contracampos apoyados con planos generales. El plano-secuencia subjetivo está ganando terreno. Propuestas como «REC», «Monstruoso», «Blair Wicht project» están haciendo uso, de diversas formas, de la tensión que produce un plano en continuidad.

De todas formas, «la escafandra y la mariposa» da un nuevo paso en esa dirección. Introducirse, por tanto tiempo, en la manera de ver las cosas (literalmente) del protagonista nos conmociona. Nos imprime algo del cinismo que no esconde respecto a su delicada situación. Y nos transmite toda su fuerza, todas sus ganas de vivir, de «moverse».

En coherencia con la historia de quien está paralizado y no puede apenas comunicarse, la película cuenta con muchas imágenes puramente oníricas, como las propias escafandra, símbolo del cuerpo como cárcel, y la mariposa, como la libertad que da la imaginación.

Esta coherencia también se palpa en la relación que se establece entre la psicología del personaje y la composición de los planos. El ejemplo más claro lo encontramos en su forma de ver a las mujeres. Él es un mujeriego y eso convierte a todas en objeto de deseo para nosotros, los espectadores. Sus escotes, sus faldas cortas o sus sonrisas mueven nuestras entrañas y deseamos tocarlas. Pero, como él, no podemos.

Os recomiendo mucho que la veais aquellos que no la hayáis hecho aún. Y a los que sí, pues este es el mejor espacio para llevarme la contraria 😉

RESERVOIR DOGS


«Reservoir Dogs» es una de las obras más brillantes de la historia del cine que, desde mi punto de vista, marca un antes y un después. Lo digo por la sencillez de medios, por la capacidad de contar algo y mantener la atención del espectador desde el primer minuto, por la estética más que interesante que ofrece, que luego muchos han imitado, por la grandísima banda sonora y por cómo la música se integra en la acción… Pero, sobre todo, por hacer mayores a los espectadores.

Pocos eran los que estaban acostumbrados a que una historia no estuviera contada de forma lineal, cronológica. «Reservoir Dogs» llevó a muchos espectadores a comprender que una trama no tenía por qué ser ininteligible si no se explicaba empezando por lo primero y acabando por lo último. Godard, preguntado sobre esta cuestión, dijo que toda película debía tener un principio, una trama y un desenlace, aunque no necesariamente por este orden. No es casualidad que la productora de Tarantino se llame como una de las películas más interesantes de Jean Luc, «A band Apart». Algún día hablaré de ella…

El nuevo punto de vista nace de la experiencia de haber bebido de todas esas fuentes que un cinéfago, como él se define, tiene; vease series B, manga, comics, series de televisión, terror… Toda esa experiencia convierte su lenguaje en un texto desestructurado, lo que transforma una trama casi tópica de un atraco frustrado, en una nueva forma de entender el lenguaje cinematográfico.

Me parecen muy interesantes dos aspectos, además del ya destacado de la nueva estructura reflejada tanto en la globalidad de la obra, como en escenas concretas, entre otras la de la anécdota del lavabo;

1º/ Esta nueva estructura permite que la trama gire en torno al topo que hemos de descubrir. Para evitar que sepamos quién es, lo convierte en un herido de muerte al que nosotros damos por descontado que ha disparado la policía, lo cual le descarta. Esta carta sólo nos la descubrirán en el midpoint, en uno de los puntos culminantes de la película, justo después de la tortura al policía. A partir de ese momento, la pregunta que se hace el espectador varía y se centra en algo casi más interesante. ¿Cómo se lo tomará el personaje de Keitel, que lo ha estado defendiendo, cuando lo descubra? Y en este caso, desencadenará el clímax.

2º/ Mi amigo Lluis me hacía notar que, justo el «midpoint cronológico» es el atraco, que se convierte en la gran elipsis de la película. Luego sucedería algo parecido en «Pulp Fiction», donde este punto lo partió en dos y lo puso para abrir y cerrar la película. Finalmente, en «Kill Bill» también jugaría con este elemento rompiendo el ritmo del clímax y convirtiéndolo en una escena de casi 40 minutos.

Es obvio que visto desde ahora el concepto estructural de la película está superado, incluso por el propio Tarantino en las dos películas que he comentado. Ahora bien, supuso la mayoría de edad para muchos de nosotros en lo que a narrativa se refiere.

OLVÍDATE DE MI

Cuando trato de convecer a amigos de que «otro mundo es posible» en el género de la comedia romántica, me aseguran el problema es que el modelo inevitable es chico conoce a chica. A mi me cuesta mucho argumentar lo contrario. Pero para ello aparecen genios como Charlie Kauffman, que son capaces de darle la vuelta a esa premisa.

Con una lista de títulos brillantísima («Human Nature» o «el ladrón de horquídeas» entre otras), el guionista es capaz de ofrecer un nuevo punto de partida; «¿Y si chico quiere desconocer a chica?». Decía Hitchcock que era mejor partir de un tópico que acabar en él. Charlie es capaz de hacer lo que pocos; abandonar el cliché y no acercarse ni un ápice.

Sólo la estructura de «Olvídate de mi» tiene una belleza intrínseca brutal. Adoro esas películas que no te cansas de verlas porque cada vez descubres elementos nuevos. Además, plantea retos muy atractivos. La pregunta principal, una vez uno descubre que vamos a deconstruir una relación es, cómo va a convertir en clímax lo que, para la mayoría es la primera escena del film. Y responde a ella con una diligencia envidiable.

Quisiera dejarme perder entre los entresijos de cada una de las escenas que desarrollan el metraje. Podría atravesar la secuencia en la que el protagonista se convierte en un niño y en la soberbia, repito SOBERBIA, interpretación de Jim Carrey. Podría dejarme enamorar por los primeros compases, en los que cada movimiento de Kate Winslet me seduce. También podría dejarme llevar por el retrato que hace de los dos personajes principales, sin olvidarme de los secundarios; Mark Ruffalo, Elijah Wood, Kirsten Dunst, Tom Wilkinson… Pero no acabaría nunca…

La clave de la película está en cómo el relato va deslizándose, poco a poco, por nuestro paladar.

Los primeros planos del film nos dan la idea de una película romántica algo diferente. La conversación que tienen en el tren me parece deliciosa. Se toma su tiempo, y retrata con profundidad a los dos personajes.

En él dibuja a un introvertido, triste y aburrido que simpre trata de resultar «nice». En cambio, ella se considera a si misma mágica, divertida e intuitiva, cuando no es más que una superficial que reposa toda su «profundidad» en el color de su pelo.

Pronto descubrimos que, en realidad, se trata de una narración invertida. Es fácil identificarse con el proceso de borrado de él. ¿Quién, en un arrebato, no hubiera borrado todo lo que recuerda de alguien que le ha hecho mucho daño? ¿Y quién no se arrepentiría cuando, iniciado el proceso, empezara a borrar los buenos momentos?

Desde el punto del vista del guión, la utilización de los hechos es genial. Las primeras secuencias son aquellas escenas que, poco a poco, han degradado a la pareja. A Kauffman le son muy útiles para vehicular la «desgracia inmerecida» que debe sufrir el protagonista. La pregunta es; ¿cómo vehicular la acción cuando llegamos a los buenos momentos que, cinematográficamente hablando, no tienen ningún interés por carecer del conflicto? El guión plantea un reto interesante. El protagonista intenta escapar literalmente del recuerdo para que este no sea borrado. De nuevo, así, tenemos un motivo en el que agarrarnos a la trama. Es un claro midpoint que nos reengancha a la trama cuando esta podría perder fuerza.

Todo ello nos lleva a un climax brutal, donde el primer encuentro es intensísimo. ¡Y es justo como lo vivimos en la realidad! Para entonces, hemos olvidado todos los problemas que Clementine nos creó al principio. Es el personaje maravilloso que nos tiene cautivados con sus reflejos en el pelo incluídos. Para darle aún más fuerza, Charlie se permite el lujo de que este sea el único recuerdo que realmente consigue modificar.

El desenlace de la película, con las reglas del juego claras, es sencillo y brillante. De nuevo, vuelve a lanzarnos una pregunta y plantea una cuestión que está (o debería estar) presente en el arranque de cada nueva relación. Cada vez que nos lanzamos al vacío con alguien no es más que un deja vu, una situación que ya hemos vivido otras veces y que siempre ha acabado en fracaso. Hay algo que nos dice, «¿por qué esta vez no iba a ser un fracaso?». Son sus cintas de casette, la crónica de una muerte anunciada. Pero, en cambio, nosotros queremos aventurarnos y explorar lo que, en realidad, ya conocemos.

Quizás la realidad, esta vez, no nos ponga en su sitio. O sí.

HIJOS DE LOS HOMBRES

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A menudo la industria cinematográfica nos ofrece títulos de factura comercial que no merece la pena perder ni un segundo en su visionado. Pero en este caso, Alfonso Cuarón, nos atrapa en esta película que, he de confesar, no me atraía en absoluto.
Para empezar presenta una plantilla de actores con un nivel muy notable. En mi opinión, especialmente Clive Owen y una de las mejores interpretaciones de Michael Caine. Reconozco que no disfruto tanto con la guapa Julianne Moore.

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La narración, claramente postmoderna en muchos aspectos por la tridimensionalidad de los personajes, sus estructuras «antisistema», como esos largos planos secuencia o, incluso, las claras influencias que los videojuegos tienen sobre la película, es espectacular. No es tampoco muy habitual films donde las sorpresas son en realidad eso, sorpresas. Los giros son constantes y las escenas que generan nuevos problemas a los protagonistas tampoco resultan nada previsibles.
La profundidad de las descripciones es enorme. Sólo con lo que la película nos muestra en segundo plano podríamos realizar un análisis profundísimo sobre el modelo de antiutopía que el film ofrece; los conflictos con la inmigración, la manipulación mediatica, el conflicto seguridad vs. democracia, los ideales vs. pracmatismo… Sólo queda un pequeño espacio donde la indolente oligarquía del control del poder queda diluída. Sólo allí donde los coches y los enormes pisos se transforman en una gran finca hippie y liberal, los miedos a la vigilancia total, desaparecen.
Me parece que hay muchos momentos en la película sobervios, pero destacaría 3;
– En primer lugar, hay una jugada a tres bandas muy interesante. Antes de poder ver la primera imagen escuchamos diversas noticias que nos intrucen en la antiutopía. Es el sonido de un mundo sin niños. A la hora de película, la comadrona en una escuela ya vacía, recalca el mensaje con una de las frases importantes («es muy raro lo que sucede en un mundo sin voces de niños»). Pero todo eso quedará ligado con un último plano en el que la esperanza se hace posible y, cuando los créditos aparecen, se materializa con el sonido de un grupo de niños jugando.

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– También destacaría la brillante persecución del coche que no arranca. Estamos acostumbrados a escenas de persecuciones con continuos cambios de plano, en la urbe, y a 5000 revoluciones. En este caso, Cuarón juega con la convención de género y hace justo lo contrario; plano secuencia, en el campo y con coches que se niegan a arrancar.
– Un último elemento. La película tiene 2 clímax, cosa poco habitual y, en mi opinión, arriesgada. Y, en cambio, el resultado es genial. Consigue emocionarnos tanto cuando los protagonistas salen del edificio, como cuando a la película le queda apenas 1 minuto.
En definitiva, uno de esos pocos títulos donde los cinéfilos y los consumidores de productos comerciales, podemos encontrarnos.