Hollywood hace muchos años que conoce la fórmula del éxito. Ya en los años 20 descubrió que en un sistema basado en el Star System y en generar ciertas convenciones de género, el éxito era mucho más fácil de obtener. ¿Para qué, entonces, asumir riesgos? En realidad, ya había quien asumía esos riesgos y quien le descubría nuevas vías para contar historias que luego, la industria ha ido adoptando como propias. Y ahí surge una pregunta difícil de contestar ¿Qué es lo que hace que una película con, a priori pocas posibilidades de tener éxito, triunfe como lo ha hecho Slumdog Millionaire?
La película nos explica la historia de Jamal, un analfabeto que participa con éxito en el conocido programa de televisión ¿Quieres ser millonario? Utilizando como gancho las preguntas, descubrimos el pasado de Jamal, en el que siempre están presentes su hermano y una preciosa niña.
Como los que seguís el blog sabéis, suelo contar cosas del desarrollo de la película, así que no recomiendo seguir a aquellos que no quieran conocer nada del argumento más allá de la tag line.
La película establece una interesante, pero yo creo que ya explorada, relación con el tiempo a 3 niveles; un falso presente, el concurso, un pasado, y un presente real, la detención policial. A priori, permite unos primeros 5 minutos sobervios, donde saltamos entre los 3 niveles temporales continuamente, convirtiendo el montaje en uno de los más dinámicos e interesantes que recuerdo. No puedo negar que es un gran gancho inicial. El problema es que, superados esos minutos iniciales, la tensión dramática desaparece en esa articulación temporal. A partir del momento en el que Jamal está dispuesto a colaborar con la policía (minuto 5 aprox), la dinámica del film acaba por convertirse en pregunta del concurso, respuesta en el pasado, y así continuamente. En ese momento, yo como espectador quedo desamparado. Porque presupongo que Jamal ha ganado el concurso, así que no padezco por si sabrá o no la respuesta, como en la escena del lavabo, donde el presentador intenta una treta para hacerle errar que fracasa.
La historia no recupera la tensión hasta que el espectador transfiere su interés por el concurso a la recuperación de esa niña de la que se enamoró. Pero en ese momento han pasado los 45 minutos. Así que, en el fondo, siento que me han robado más de media hora de mi tiempo para nada. Si ese iba a ser el motor de la historia, ¿por qué no establecerlo desde el principio? ¿Por qué hacernos esperar tanto?
En mi opinión, David Boyle, el director, lo que buscaba era que nuestro interés se centrara en cómo podía ser que supiera las preguntas. Pero en ello no hay tensión. Como máximo una pequeña curiosidad que, en muchos casos, quedaba satisfecha mucho antes de que la resolución se entregue.
Uno de los aspectos que, teóricamente, más alejaba al espectador medio del film era sus supuestas influencias bollywoodienses que, como sabéis, es el cine producido en la India. Digo teóricamente porque no son pocas las películas que han llegado últimamente influenciadas por ese cine. No se puede negar que el espectador empieza a estar acostumbrado a esa sensibilidad, a esos colores y a esa música. De hecho, es todo pretendido, ya que el director es muy europeo en su estilo, así que, en realidad, no dista tanto de sus películas anteriores, como transpotting, la playa, o 28 días después.
En realidad, el cine de Bollywood se caracteriza por ser algo parecido a lo que aquí llamaríamos variedades en teatro; casi 3 horas sazonadas con música, bailes, amor, acción, épica… Cada una de ellas tienen una especie de voluntad de completitud, de tener todos los ingredientes para interesar el máximo de espectadores. El concepto género que tenemos aquí no es muy exportable porque allí todas las películas tienen elementos de todos los géneros (incluído el musical).
Incluso la canción y baile en los títulos de crédito finales que, por cierto, son lo mejor de la película, resultan fáciles de asimilar por la sensibilidad occidental. Ya imagino que nadie que haya visto la película se los habrá perdido, por lo pegadizos que son. Pero, a pesar de ello, vale la pena remarcarlos.
Otro de los elementos cohesionadores entre occidente y oriente es el famoso concurso en el mundo entero Quieres ser millonario. Para empezar, su banda sonora, su escenario, y el concepto de programa es fácilmente asimilable por gran parte de la geografía planetaria. Pero a ello añadiría otro elemento. El simple hecho de participar en un concurso de esas características nos lleva a una forma de pensar muy occidental, la del triunfo basado en un personaje humilde que se hace rico gracias a su esfuerzo, pero de forma rápida. Nadie puede negar que esa es la base de gran parte del pensamiento capitalista occidental. De nuestro pensamiento.
En el fondo, creo que no es más que una cuestión de maquillaje el supuesto tono alternativo. No puedo negar, y supongo que algunos se agarrarán a ello, que la película estuvo a punto de no distribuirse por el circuito de salas. Pero eso sólo demuestra que el capital es miedoso. Hay multitud de ejemplos de películas muy comerciales que estuvieron a punto de morir en un armario. Dicho con otras palabras, el hecho de que costara que alguien se atreviera a comprarla no quiere decir que no fuera diseñada para ganar, como al final lo ha hecho (mucho más de lo esperado, también lo reconozco).
No pretendo decir que la película es mala, ni mucho menos. Lo único que trato de decir es que es entretenida, ni más ni menos. No es, desde luego, la mejor película del año ni un título para guardar en nuestra videoteca 5 estrellas.
No soporto ni el recuerdo de esta película, por una simple razón: el tono aberrantemente paternalista del hombre blanco que mira a su ex-colonia. Me sobran los argumentos de tipo cinematográfico.