David Fincher saltó al estrellato en 1995 cuando, dirigiendo a Brad Pitt, rodó Se7en, sobre un asesino en serie que mataba a sus víctimas en base a los 7 pecados capitales. La película fue un auténtico boom gracias a su sorprendente final y una condena a buena parte de su carrera posterior. The game y el club de la lucha son los dos ejemplos más claros, ya que partían de la necesidad de un giro final que, en mi opinión, empobrecía el resto de la película. Es un proceso parecido al que sigue sufriendo el bueno de M. Night Shaylaman, desde que rodara el sexto sentido.
Después de la, para mi, sobrevalorada Zodiac, el curioso caso de Benjamin Button es la primera gran película después del espectacular inicio de su carrera, otra vez con Brad Pitt a la cabeza. Benjamin Button es un hombre que nace viejo y que, con el paso de los años, se irá haciendo más joven. En el fondo no es más que la clásica historia de amor imposible pero desde un punto de vista nuevo que enriquece la narración.
He comentado varias veces que los nuevos creadores de la industria audiovisual están explorando nuevos caminos en el tratamiento del tiempo. En efecto, es uno de los hechos definitorios del cine contemporáneo, llegando a influir en el cine comercial, como podría ser La casa del lago o la archiconocida Matrix.
En general, el uso de esos nuevos conceptos suele venir acompañado de desordenar la historia, como comenté hace poco respecto a Lost. Pero en este caso, la clave del nuevo punto de vista no está en cómo se presenta esa estructura sino que es el propio protagonista, al ir juveneciéndose (en ningún rejuveneciéndose, ya que nunca lo fue), el que aporta esa nueva estructura en la historia.
Así, lo que durante más de una década era una obligación de David Fincher de no defraudar en el final del metraje, con grito de asombro concluyente necesario, se ha convertido en sorpresas sucesivas y suaves a lo largo de todo el metraje. En ningún caso te llevas las manos a la cabeza porque todo son soluciones inevitables a los conflictos, imposibles de acabar de otra forma. Pero, dado lo diferente del punto de vista, no deja de sorprender, lo cual arranca, de cuando en cuando, una sonrisa.
El número de preguntas que surgen es enorme nada más empezar; ¿Qué trato le darían la gente de su entorno a alguien con estas dificultades? ¿De quién se enamoraría un niño viejo? ¿Cómo sé comportaría un niño viejo? ¿Cómo haría los decubrimientos propios de la adolescencia? Todo el mundo querría ser más joven. Pero alguien que creciera al revés, ¿estaría tan contento de tener lo que todo el mundo quiere? ¿Y qué tipo de relación laboral establecería con el patrón? ¿Cómo sería una relación en la que, mientras uno se hace mayor el otro se hace más joven? ¿Quién lo llevaría peor? ¿Cómo sería tener un hijo que, tarde o temprano, sería compañero de juegos tuyo?
SPOILER; Ojo, voy a contar alguna cosa que, aunque no sea directamente el argumento, puede interpretarse como tal.
Lo que me parece más bello de la historia es su estructura capicua. Es bien sabido que el trato que se le da a los más mayores de nuestra sociedad tiene fuertes parecidos con el que se le da a los más pequeños. Pero visto en el curioso caso… la estrucura se torna en belleza. Hace llamar la atención como, procesos que parecen maravillosos en la vida real, con la nueva mirada, se tornan en algo casi insoportable. Y, en consonancia con ello, las soluciones a las que llegan las tramas da una consistencia a la historia difícil de encontrar en la mayoría de films.
Para acabar de redondear la propuesta, Fincher cuenta la historia parte de un presente en el ocaso de la vida de una mujer acompañada de su hija, que dará pie a una serie de flashbacks para contar parte de su vida. Y estos hechos del pasado, a su vez, también incluyen flashbacks aún más remotos. En realidad, es uno de los puntos más débiles de la narración.
Otro de los elementos que fallan es la identificación del espectador en el clímax. En realidad, lo que está (o debería estar) en juego es la paternidad de Julia Ormond. El problema es que pasan tan de puntillas, veo tan poco interesada al principio a su personaje sobre ese tema en concreto, que es difícil llegar al final motivado por este aspecto clave en la clausura. Puede que esta sea una de las pocas reminiscencias de ese pasado del que hablábamos, cuando Fincher estaba obsesionado por la sorpresa final. Así, imagino que pretendía sacarse esa carta de la manga a media historia en forma de sorpresa. Pero lo que acaba pasando es que ese elemento no es clave para el espectador. Así que tanto le da.
En resumen yo diría que es una nueva e interesante aportación a la narrativa visual a pesar de algunas de sus debilidades. Fincher ha dado un paso al frente para desatarse de sus cadenas. Ojalá no deje este camino que tomó ya de alguna manera en Zodiac, ya que promete ofrecernos emociones más que impactos. Y eso, al final, es mucho mejor.