Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

Un viaje en el metro

Si te gusta escribir, seguro que más de una vez has salido del trabajo con la cabeza hirviendo como una olla a presión. Mientras mandabas el último mail se te ha ocurrido una idea que podrías plasmar en el guion de un cortometraje. O quizás de un largo, si eres muy ambicioso.

El camino a casa, el viaje en el metro se hace eterno. La idea es tan brillante que es probable que acabe siendo el mejor texto que has escrito nunca. Montones de ideas empiezan a agolparse en tu cabeza, que acabarán por condimentar la historia.

Casi se te cae la tarjeta de 10 viajes del metro de las prisas cuando has de introducirla en el torno. Has de llegar cuanto antes a casa. Sales a la calle con el paso ágil, con prisas. No hay un minuto que perder.

Y llegas al papel blanco. El bolígrafo debería bailar al ritmo de tu creatividad, pero nada. El folio, o acaba en blanco nuclear manchado con cuatro frases inconexas, o lleno, pero de un texto ininteligible y mucho más pobre de lo que esperabas. Un cúmulo de ideas lleno de tópicos. Y llega la frustración…

Seguro que te sientes identificado y alguna vez te ha pasado algo parecido. Incluso puede que, en algunos momentos, hayas sentido una necesidad aún más abstracta; escribir a pesar de que no tienes ninguna idea. Y suele acabar por llevarte a la misma sensación de desazón.

Escribir es un proceso muy creativo; de construcción y, sobre todo, de destrucción. De llenar muchas páginas y desechar bastantes más. De ideas que en el experimento mental funcionan de maravilla pero que en el papel no aguantan ni la primera réplica.

Pero el hecho de que sea creativo no significa en absoluto que no exista metodología para su ejecución. Es justo su complejidad la que casi exige encontrar fórmulas que te acompañen en el proceso para que no te pierdas. En esencia, el truco consiste en crear un proceso más o menos rígido que, eso sí, te permita en cada uno de sus pasos el máximo caos (creativo).

La idea de este (breve) manual de cómo escribir un guion es ofrecer al- gunas de estas herramientas. Pero ahora llega el momento desolador del libro; no esperes recetas mágicas ni en este ni en ningún otro manual. El liberarte de las cadenas del tópico depende de ti. Así que, si lo que buscas es alguien que escriba los guiones por ti, este no es tu sitio (a no ser que estés dispuesto a contratarme como negro).

Desde que decidí que mi trabajo debía estar vinculado en mayor o menor medida a la escritura de guiones (y la realización audiovisual) he leí-   do montañas de libros. Y muchos de ellos me han enseñado muchísimo. Pero recuerdo que los primeros me dejaban una gran desazón porque, a pesar de que el contenido era magnífico, no me ayudaban a escribir.

Me di cuenta de que, sobre todo los más interesantes, hablaban de unos conceptos que a mí me parecían muy teóricos. Pero pronto acabé asistiendo a clases, que es lo que me dio el verdadero impulso. Y fue entonces cuando todo aquel conocimiento adquirido de grandes sabios, se tornó utilísimo.

Así, este libro está pensado para que puedas leer los capítulos a la vez que escribes tu guion. En algunos casos, incluso, he alterado la forma natural de transmitir los conocimientos para que pueda ser útil con el fin de acompañar el viaje de tu primer texto.

En mi opinión, lo más recomendable es que, después de leer este manual de guion, te apuntes a algún grupo donde alguien que sepa mucho destripe las cosas que escribes. Notarás que evolucionas mucho más y más rápido si alguien hace evidente aquellos errores que conoces de la “teoría” pero que no son tan obvios a la “práctica”.

También te recomiendo que, te digan lo que te digan, y por útil que te pueda resultar este manual y/o las clases, leas a los grandes; Syd Field, Linda Seger… Y, claro, libros de pura teoría cinematográfica; ¿Qué es el cine? de André Bazin, o El tragaluz del infinito, de Noel Burch, son dos ejemplos de libros poco a nada relacionados con guion, pero imprescindibles si quieres entender qué significa contar historias con imágenes.

Por último, no olvides ver cine. Buen cine. Mal cine, si quieres, también. Pero el buen cine es obligatorio. Digo esto porque a veces tengo la horrible sensación de que mucha gente queda fascinada por el glamour y las cosas que rodean al aparato y la industria cinematográfica. Pero es poco probable llegar a esas cotas, sobre todo si tu cultura audiovisual no está muy por encima de la media. Incluso para hacer el peor bodrio que hayas visto, hacen falta unos conocimientos altísimos.

Y eso me lleva a una nueva consideración. En antítesis al perfil de cinéfilo superficial que he presentado, hay otro mucho más ambicioso; con pretensiones artísticas. Y me parece fantástico. Los autores artísticos son aquellos capaces de romper las reglas elaborando una nueva forma de lanzar el discurso sin caer en sinsentidos.

Para ello son necesarias dos condiciones; primero un talento sobresaliente. Lo segundo, conocer muy bien las reglas. Esta segunda condición puede ser sustituida por aún más talento, pero para ello hace falta que   el mismísimo Dios se haya tomado la molestia de entregarte una dosis extra. Y, ante lo improbable de que tú y yo seamos uno de estos escasos afortunados, es imprescindible que primero ensayes escribiendo textos comerciales o, al menos, basados en una estructura clásica, que es de la que aquí hablaremos.

Insisto en ello porque puede que alguno tenga por referente algún direc- tor o guionista que se jacta de no ver nada de cine. Incluso les parece que infecta su discurso con ideas de otro, haciéndoles caer en la trampa de los tópicos. Y algunos de ellos son muy buenos, como el gran Herzog. Pero has de ser consciente de que algunos de los que dicen eso tienen casi tantos años como el cine como lenguaje y, por tanto, han crecido con él. A ti se te presupone una especie de “culturilla previa”. Y, además, casi seguro has puesto el ojo en alguno de los autores más talentosos. Estima qué probabilidades tienes de ser como ellos. Si decides que eres uno de ellos, te recomiendo que abandones este libro y te compres uno con un título parecido a Mi ego y yo. Tampoco va a ayudarte a escribir guiones, pero igual te hace más feliz.

Has de encontrar tu manera de trabajar. Las recetas de otros son sólo una guía. Tu forma de trabajar la encontrarás escribiendo. Pero no olvides que este no es un trabajo de ebullición rápida sino de cocción más bien lenta. Cuando notes la intensidad, baja el fuego y deja que las cosas avancen a su ritmo.

Hoy en día, es necesario añadir una visión más amplia, que trasciende de lo audiovisual, si lo que quieres es contar historias. Han aparecido nuevos soportes, sobre todo internet, que ayudan a la distribución de tus

contenidos. Pero no acaba ahí.

Cada vez más, distribuir tus contenidos por internet no es sólo cuestión de subir tus cortos a youtube. El propio audiovisual se puede enmarcar en una página web, que ofrece contenidos relacionados. E, incluso, el relato puede ir acompañado de un desarrollo narrativo a través de las redes sociales. Además, pueden haber libros, comics, fotografías…

Hay dos posibles técnicas narrativas que casan con esta forma de tratar las narraciones; el crossmedia y el transmedia. Hablaremos de ellos. De hecho, los expertos en transmedia se enfadarían si vieran que insinúo que el audiovisual es el protagonista de esta concepción. En realidad, no tiene por qué ser así. La gracia es la coexistencia de los diferentes soportes y que estos pueden ser autocontenidos. Es decir, no hace falta consumir la historia a través de todos los soportes para entender la historia.

En todo caso, aunque tu obsesión sean la narrativa a través de lo audiovisual, debes ser consciente que tu visión debe ser hoy más amplia.

Verás que tardo en profundizar sobre transmedia y crossmedia. El motivo es que la narratología que explico para hacer cine también sirve para las otras formas de narración.

Así, y en resumen, puedes tomar este texto de dos maneras; o como una base para luego lanzarte a libros “serios”, o como una forma de ordenar todo el conocimiento que has adquirido en esos libros maravillosos. Sea como sea, te recuerdo que este libro es como los productos de adelgazamiento; sin deporte (es decir, sin escribir) y sin régimen (es decir, sin conocimientos “de verdad”), no va a servir para nada.

A partir de ahí, depende de ti.

¿Te atreves a seguir? Sigue aprendiendo por qué es fundamental que definas una premisa para tu historia.