«Eso en la Cibeles no pasa…»

Una de las cosas que más me interesan en comunicación es cómo se emite la propaganda. Evitaré la cita a Goebbels que todo el mundo hace en estos casos, pero hay que reconocer que tenía más razón que un santo (a pesar de ser todo lo contrario). Las mentiras repetidas acaban calando como verdades.

Lo que me interesa tanto como me asusta es que, cuando una de esas «verdades» interesadas cala se torna irrefutable casi con más fuerza que si fuera real. Forma parte del imaginario y se convierte en un elemento obvio, indiscultible. Y se defiende con vehemencia porque sigue sin ser «razonable».

Detecto, al menos en mi entorno próximo, dos situaciones en las que la propaganda se emite: cuando en el mismo ámbito compiten dos discursos propagandísticos y cuando uno de ellos impera sin posibilidad de respuesta porque compite contra un frente lejano al lugar donde se emite.

Podría hablar de la muerte de Bin Laden (que puede ser una ejecución o un asesinato). Pero prefiero hacerlo de fútbol, que ha significado estos días una gran metáfora de lo que estoy explicando. La prensa de(l) Madrid (y por ende la de toda España) lleva años repitiendo la cantinela de la competición adulterada. Villaratos y similares. Yo creo que hay argumentos más que contundentes que demuestran que es falso (si no es que sucede todo lo contrario). Sólo hay que mirar cuántos penaltis han pitado a cada uno.

En todo caso, nadie hace unos años se hubiera creído semejante estupidez. Pero alguien decidió repetirlo, y repetirlo, y repetirlo… Y ahí está la «verdad», con mucha gente convencida. Roncero no sólo está convencido de que el Barça es el bueno de la película ahora sino que esto ya pasa desde hace décadas.

Y eso es lo que permite ver la anulación de un gol legal (que era gol) pero, a la vez, olvidar las expulsiones que el Madrid debería haber padecido. Ir al límite del reglamento es legítimo pero tiene sus riesgos…

En todo caso, cuando un poder tiene un contrapoder uno puede enfrentar posturas. No es fácil, pero hay una posibilidad. Pero eso no pasa en España con el fútbol. A modo de ejemplo está la retrasmisión de ayer de TVE (no sólo en la teoría sino a la práctica, inevitablemente «la de todos»).

Y esto, desde luego, puede llevarse a muchos ámbitos limítrofes pero no propiamente futbolísticos (eso que tan poco les gusta reconocer). Mostrando las imágenes de cuatro imbéciles liándola en Canaletes, decir cosas como «Eso en Cibeles no pasa…» o «¿dónde está la policía autonómica?» (las propias imágenes demuestran dónde estaba, pero alguien que fuera a dormir un poco pronto…) pisa un terreno que alimenta otra de esas grandes verdades consolidadas a fuerza de repetirlas.

Un aparte merece el tono en el que se hacen las cosas. Que 4 imbéciles tiren cosas a los periodistas evidencian una cosa: hay 4 imbéciles en la celebración. Ahora bien, sí que es verdad que con discursos y con talantes alimentas que en vez de 4 sean 5. Suena a increíble que pueda haber alguien que compare el tono de Guardiola con el de Mourinho. Y también lo diré: el tono de ciertos programas también alimenta los ánimos. No son culpables, pero tienen cierto grado de responsabilidad.

 

pd: Dicho esto, como culer me preocupa sinceramente que un tipo como Roncero pueda convertirse en el líder espiritual de cierto madridismo (me parece peligroso). Aunque, en cuanto a competición, ya me está bien. Mientras el Madrid siga creyendo todo este discurso de los árbitros y el Villarato, los estamentos estarán presionados en nuestra contra, pero el Madrid no solucionará sus verdaderos problemas.

Semiótica nacional

Por lo general, miro de evitar hacer posts relacionados con temas políticos y, cuando lo hago, prefiero no mojarme mucho. Espero ser capaz de expresar lo que quiero decir sin herir sensibilidades.

He tenido que oir muchas veces que fútbol y política no deberían unirse nunca. Y suelen criticar al Barça por mezclar naranjas con melones. Pero, paradójicamente, la competición futbolística más importante del mundo tiene su fundamento en la identificación nacional. Y es divertido ver cómo gente que se llena la boca de «no hay que mezclar deporte con política», en cambio, defienden a Alonso, a Nadal, a Pedrosa o Lorenzo y a la selección con vehemencia.

Parto de la base que a mi me parece fantástico. Quede claro que no lo critico como ya lo expliqué con más detalle en otro post. Pero me sorprende el poder cegador que tiene lo que los sociólogos llaman nacionalismo banal.

Si acaso queda alguna duda que esto que expongo, os propongo que os miréis dos portadas de diario que se han publicado hoy después de la victoria española frente a los alemanes:

La razón no ha podido evitar hacer una portada que dijera «España vence unida». No creo que nadie pueda dudar ni un segundo de su fuerte contenido político-deportivo. Y como, sutilmente, pretende dejar a cierta gente fuera y aleccionar a aquellos que no quieren estar «unidos» tal y como ellos lo entienden.

Las construcciones nacionales, como los idiomas, se hacen en torno a una cierta concepción que la sociedad tiene de si misma. De aquello que valora y de aquello que desprecia, de las virtudes que exalta y de los defectos que trata de esconder. Palabras o expresiones como la roja, podemos, raza, furia, a por ellos, o toreros se relacionan a menudo con los buenos resultados del equipo nacional. Y conectar la «unidad» con la selección genera ciertas construcciones de identidad.

Unido a todo ello un ruído de fondo que surge cuando la furia entró en entredicho; ¿exceso de catalanes en la selección? Yo estoy seguro de que no es una opinión generalizada. Pero algunos de los medios a los que les entraron las dudas van más allá de los que ya proscribimos por radicales; intereconomías, libertades digitales y similares subproductos pseudofascistoides.

Los mismos periodistas que cuando España perdió contra suiza decían que había demasiados catalanes y que se han pasado la liga diciendo que el Barça ha ganado la liga gracias al villarato, se alegran ahora de su estético juego. No dudo que ellos mismos volverán a atacarnos en septiembre…

También forma parte del relato (o del no-relato) el hablar de los (poquísimos) disturbios que hubo ayer en Barcelona y, en cambio, sí hacerlo cuando el Barça (ligado sutilmente al nacionalismo) gana un título. El hecho de publicar algo y el espacio que se le presta modifica profundamente la huella que deja en nosotros esa información.

Más interesante y sutil es la portada de hoy del AS ha hecho una portada que dice «Visca España», donde se evidencia que hubo un debate (y cómo se ha resuelto). Por cierto, estoy gratísimamente sorprendido. Lo digo con sinceridad.

Parte de ese discurso también se genera a traves de las radios y también representan parte de cómo nos expresamos colectivamente cuando identificamos ciertos símbolos nacionales, en especial aquellas de marcado carácter nacionalista español.

Por ejemplo, la COPE hoy decía: «Un tío como, pongamos por caso, Montilla. Se nos antoja una reliquia de otra época. O tal vez sólo un señor pelmazo con problemas de estreñimiento. Pero, ¡hombre de Dios! Celebre usted las victorias de España dándose un abrazo con la parienta o con la vecina, o con la muchacha.»

Pero no sólo un medio de constrastado desprestigio como la COPE ha aprovechado la ocasión para atacar lo que ellos interpretan como nacionalismo. En Punto Radio, Luis del Olmo decía: «Un alcalde de un pueblo vasco, que esta mañana o ayer por la noche decía: ‘a ver si nos da una alegría Alemania’. ¿Qué cara…? ¡Bah!» «¿Quién ha dicho eso?» «Pues nada, un tío…» «En el camino yo también me he encontrado gente que no tienen el nombre del padre en el carné». Sólo pensad por un momento qué pasaría si un nacionalista llamara hijo de puta a algún «no nacionalista».

Y, lo que más me interesa porque es mucho más sutil. Digo sutil porque no insulta sino que ensalza elementos que forman parte del imaginario colectivo. En la Cadena SER decían: «Va a presionar arriba. ¡Qué pelotas tiene este Busquets! Yo te juro que el otro día le vi de espaldas, y te juro que el caballo de Espartero no las tiene como este». Y en otro momento, enfadados por un supuesto penalty decían: «¡Alonso la pone! Llega Ramos… ¡Penalty! ¡Penalty mamón!»

He cogido ejemplos muy extremos para que se entienda lo que trato de explicar. La identidad nacional de (todos) los países se construye en torno a ciertas formas de expresarse mediante signos iconográficos y verbales. Y parte del proceso de identificación supone asumir como propio ese discurso.

En lo personal, me cuesta mucho no ponerme de los nervios cuando escucho a J. o Camacho en Tele 5, por no hablar del comentario (supuestamente inocente) de Luis del Olmo explicando, como quien no quiere la cosa, que un nacionalista le ha dicho que prefiere que España pierda encendiendo, con cierta lógica, los ánimos de los españoles.

Así, mientras los titulares de los medios de comunicación cada vez que abren la boca me distancian emocionalmente del equipo (y de paso del pais), el equipo me genera muchísimas simpatías. España, desde la Eurocopa, es la única selección que me ha hecho disfrutar. Y me refiero a única de TODAS las selecciones actuales y pasadas. Me identifico con su forma de jugar y con muchos de sus jugadores. Pero va más allá…

Cuando la selección la lideraba tipos que me dan tanta rabia como Raul o Hierro, también sentía una cierta identificación. Y ese es mi drama personal: Cada gol de España me produce unas alegrías enormes y el miedo (después casi siempre confirmado) que será utilizado como elemento de agresión contra nosotros. Así que nunca sé realmente lo que quiero.

Dicho esto, no sólo estoy seguro que España ganará el mundial sino que me alegraré cuando eso suceda. Eso sí, me meteré pronto en la cama para que no me lo estropeen. ¡Mucha suerte!

La isla de Lost

La isla es una de las claves de Lost. Desde el primer episodio se mostró misteriosa, cuidadosa de no mostrar todas sus cartas desde el minuto uno. En la mayoría de historias, si cambias el «decorado», la narración permanece intacta. En Perdidos, sin la isla no hay nada.

¿Cuál es el factor clave de la isla? Su magnetismo. Y cuando hablo de magnetismo no me refiero a eso a lo que Desmond tiene tanta tolerancia. No. Me refiero a que los personajes parecen vivir dentro de una especie de burbuja incapaz de ser atravesada. Y que todo aquel que la atraviesa se ve abocado a volver a entrar.

Para conseguir este efecto, los guionistas han desplegado un buen puñado de recursos. En su mayoría son elementos que bien podría haber colocado un ser humano. Pero la coincidencia de tantos elementos atractores hace creer que «hay algo más».

Hay muchos; desde un oso polar en medio de una selva tropical o el magnetismo pasando por una secuencia que hay que escribir para no acabar con el mundo. Pero el más importante son los números. Son un factor clave porque tienen algo de misterioso y parece ser un elemento clave en la atracción de los personajes a la isla hasta el punto que Hugo cree muchas veces que todo es por culpa suya.

Los números son un claro mcguffin (yo diría que la propia isla es el mayor mcguffin de la historia). Aquello que Hitchcock definió como un elemento no relevante de la historia que ayuda a pegarle un empujón adelante. En este post hablo más en concreto de los números de Lost.

No sé si todo esto sería suficiente. Por eso, los guionistas optan por montar una guerra luchando por la isla en función de unos supuestos poderes que te otorga pero (ahora lo sabemos) sin que nadie sepa muy bien cuáles son estos poderes. Nosotros pensábamos que algunos nos lo ocultaban. En realidad sabían lo mismo que nosotros; nada.

A eso juntemos que los enfermos se curan y que John Locke no deja de repetirnos que la isla es especial. Es inevitable que nosotros también nos lo planteemos.

Parte de las frustraciones de los espectadores respecto a Lost es que no han acabado de contar los secretos de la isla. Parece ser que muchos fans hubieran preferido conocer los mecanismos y los por qués de su singularidad. Creo que se equivocan…

La isla es un misterio. Total. Sus mecanismos no los conoce ni el que suponíamos que los conocía; Jacob. Su encanto radica justo ahí, en su sorprendente relación con el entorno.

De haber contestado a esas preguntas, hubieran quitado a la isla de su valor más importante. Cualquier respuesta, cualquier esfuerzo por mostrar sus entrañas hubiera llevado a la isla a convertirse en una más.

Desde mi punto de vista, el punto más débil de la historia es lo más cercano a explicar cómo funciona la isla; la gruta de la luz. La verdad es que me pareció un poco «cutre» y me preocupó lo que podíamos acabar viendo ahí dentro.

Por fortuna no vimos nada más allá de una piedra que hacía de cerrojo. Volviendo a la explicación de las mistery boxes, por fortuna, los guionistas de Lost no nos abrieron la última caja misteriosa; la que lleva a la frustración.

Estoy seguro que Lost acabará contestando muchas de las cosas que han quedado sueltas en libros y similares que acabarán de rentabilizar el producto. Pero yo no necesito esas respuestas. Me basta mi relación con esa conocida/desconocida isla.

Lost y el tiempo narrativo

No hay ninguna duda que uno de los factores de éxito de Lost es el tratamiento que hace del tiempo. Y no estoy hablando de nuestro tiempo sino del tiempo narrativo (que suele conocerse como tiempo cinematográfico aunque en este caso no se trate de cine todo y estar  rodado como tal).

Nuestro tiempo es rígido, impasible. Avanza siempre al mismo ritmo, con la misma cadencia. El tiempo narrativo, en cambio, es mucho más elástico. Una sola imagen pueden ser un montón de años mientras que un minuto puede dilatarse eternamente.

En el anterior post sobre Perdidos, he comentado que se ha conjugado muy bien la metodología de las mistery boxes (no vuelvo a explicar lo que es, pero puedes leerlo aquí) con el uso del tiempo. En esencia, parece evidente que un buen uso del tiempo puede ser muy útil para mostrar sólo aquella parte del pasado del personaje que te interesa y esconder aquello que luego será un recurso interesante para el futuro.

Si recuerdas, la primera, segunda y tercera temporadas ayudan a presentar a los personajes. Partimos de un presente en la isla y vamos retomando los pasados de los personajes siempre rebobinando hacia su pasado. Es decir, cada nuevo episodio nos muestra elementos más «viejos». Así, nos cuesta mucho descubrir por qué Kate es perseguida o cómo Desmont conoce a Penny.

No sólo era un buen recurso para tener preguntas abiertas (¿por qué Kate es perseguida?) sino que, a cada nuevo flash back cambiaban nuestra percepción de los personajes. Por ejemplo, Jin acostumbrábamos a leer muy distintas sus voluntades en cada uno de los flash backs.

Con el final de la tercera, llega uno de los mayores ejercicios de sutileza (con alguna trampa, es cierto). Todo el capítulo final asumimos que es un flash back hasta que nos descolocan con el encuentro entre Kate y Jack y descubrimos que se trata de un flash forward, es decir, un salto hacia adelante en el tiempo.

Con ello, la cuarta temporada juega con inteligencia una dialéctica pasado-futuro. Basándose en el equívoco, no sabemos si las escenas son del pasado o del futuro. La mayoría son del futuro, pero eso no es una garantía. Y, además, también juega con una de las mejores mistery boxes de toda la trama; los 6 de Oceanic. Sabemos que 6 han salido de la isla y esperamos que los flash forwards nos digan cuáles.

Todo ello con un añadido. Así como los flash backs iban del presente a un pasado más lejano, los flash forwards de Lost hacen el camino inverso; del futuro al presente (la isla). Es decir, otra mistery box; El «We have to come back, Kate» («Tenemos que volver, Kate») queda justificado después de, en los siguientes capítulos ver un montón de cosas mucho más próximas a la experiencia de la isla.

Llegado este punto, como espectadores dimos por hecho que ya no había más opciones de juego con el factor tiempo narrativo. Y nos equivocamos. Hasta el arranque de la 5ª temporada somos nosotros, los espectadores, los que mediante la estructura narrativa viajábamos al pasado y al futuro de los personajes. Pero en la 5ª temporada son los propios personajes los que sufren esos saltos. Así, toda la historia la vivimos en presente pero cambiando el «contexto histórico». Apasionante…

La sexta temporada empieza después que diéramos por hecho el estallido de una bomba nuclear en la isla. Eso llevó a la conclusión acertada de que los personajes volverían a coger el vuelo del avion como si nada hubiera pasado. Eso le dieron los guionistas para satisfacer las vanidades a los espectadores. Pero sólo era una nueva trampa…

Lo desconcertó sirviendo esta historia continuando también las tramas en la isla. E incluso comenzamos a utilizar una palabra que no sé si antes existía para describir un montaje en paralelo de presentes simultáneos en el tiempo pero no en el espacio para el mismo personaje; flash sideway. Y nos pasamos 15 capítulos convencidos de que se trataba de eso…

Volvía a ser interesante; pensamos que con los flash backs, los flash forwards y los saltos de los personajes no había más alternativas narrativas en relación al tiempo. Nos enseñaron que nos equivocábamos. También existen los flash sideways. Ahora sí, ya no había más opciones.

Pero a 10 minutos del cierre descubrimos que ese sideway no es un presente simultáneo sino una trama ¡atemporal! ¿Cómo llamaremos a eso?

Puede que si tuvieran que seguir la serie serían capaces de encontrar nuevas fórmulas pero, más allá de bromas, Lost ha significado un claro avance en el tratamiento del tiempo narrativo.

Los «excesos» en el uso exótico del montaje temporal obligaba a la serie a seguir dos reglas casi obligatorias;

Cada vez que había un salto temporal (esto puedo garantizarlo en los últimos episodios y diría que se repite en toda la serie) la banda sonora era la misma. Una especie de «música» (por llamarlo de algún modo) muy inquietante. De esa manera, como espectadores, se nos dispara el resorte de resituarse en el nuevo espacio-tiempo.

También obligaba a distinguir muy bien visualmente los flash del presente. Pero esto en Lost era relativamente fácil porque la trama principal transcurría en una isla tropical y el resto de historias en la ciudad. Así, sólo ver la ciudad sabíamos que habíamos cambiado de espacio-tiempo. De haber hecho los saltos dentro de la misma isla, nos hubiera sido mucho más difícil y confuso. De hecho, la quinta temporada, con dos tramas en diferentes épocas dentro de la isla era algo confusa. No estamos preparados para eso. Todavía…

Por último, añadiría que uno de los personajes ha parecido condensar algunas de las características de la isla y su relación con el tiempo. Desmond era, por ese motivo, uno de los personajes más importantes de toda la serie. Muy interesante su particular relación con el tiempo, que se articula casi como una auténtica máquina del tiempo; es la constante.

En cualquier caso, Lost es uno de los mejores ejercicios que jamás se ha hecho sobre el tratamiento temporal de la narrativa. Con él nos han manipulado, engañado y sorprendido. Pura esencia de lo que es contar un cuento…

Lost, the end

Y se acabó. Para bien y para mal. Un aroma; costará que volvamos a tener entre manos una obra de este calibre. Y una seguridad; hemos sido partícipes y disfrutado de una obra maestra sin ningún tipo de paliativo (a pesar de pequeños defectos). Algunos momentos han pasado a la historia de la televisión como; «We have to come back, Kate» o la aparición de Jacob.

Si no la has visto, te recomiendo que la veas y te envidio por lo que vas a vivir. Pero te prohibo que sigas leyendo. Cualquier cosa que descubras de más será un desastre para tu futuro goce de una serie enorme. Lo dejo bajo tu responsabilidad.

Antes de empezar esta última temporada hice un post dando mi propia teoría que luego analizaré. Antes preguntémonos qué es lo que ha hecho tan grande a Lost. Yo diría que es una suma de 3 factores; la isla como misterio, el uso de las mistery boxes y el tratamiento del tiempo cinematográfico (o televisivo, claro).

Las mistery boxes es una metodología que propuso J.J. Abrams, el creador de la serie. Lo explico con más detalle en otro post, pero en esencia consiste en ofrecer a los espectadores cajas cerradas sin que este sepa lo que hay dentro. Y, cuando se la abres, lo que ha de encontrar dentro es otra caja misteriosa.

A ese «truco», que genera ansiedad por abrir la nueva caja sorpresa, se le suma el factor tiempo. Durante las 6 temporadas hemos visto cómo los guionistas utilizaban flash backs, flash forwards y los cada vez más conocidos flash sideway (dos tramas simultáneas en el tiempo pero no en el espacio para un mismo personaje) con mucha inteligencia generando la necesidad de respuestas.

Por último, la isla; una isla que se ha establecido como protagonista real de la historia. Donde se ha librado lo que parecía una guerra entre el bien y el mal aunque, al fin, no ha sido tan así. Y, sobre todo, llena de misterios que no llegan a resolverse porque (afortunadamente) no nos dan todas las claves.

¿Afortunadamente? Por supuesto. Cualquier respuesta que hubieran dadolos guionistas de Lost nos hubiera llevado irremediablemente a topar con algo que ya nos han contado en alguna película o libro. Y eso es el mejor atajo a la frustración. A la sensación de haber caído en lo fácil. Sé que mucha gente se siente decepcionada justo por no haber recibido una respuesta clara a las preguntas. Con el tiempo las darán (en otras formas no seriales). Pero a mi no me interesan.

Las tramas permitían una dialéctica muy divertida entre ciencia y fe, que se rompe en el último capítulo de la 5ª temporada. Y era así como los fieles debatíamos si la isla era un centro de ciencia o de conexión con las divinidades.

¿Y el último episodio? Para mi, la guinda. Un gran cierre para una serie que había generado unas expectativas increíbles. Lo analizaré con detalle en otro post, pero creo que es absolutamente fiel al resto de la serie. Un ejercicio brillante de volver a tomarnos el pelo con inteligencia hasta el último minuto.

¿Y mi teoría? Cuando empezaba esta sexta temporada defendí que el enfretamiento acabaría siendo entre Jack y John. En eso no me equivoqué. También deduje que Jacob acabaría siendo el «bueno» (en aquel momento lo habían presentado más bien como el malo). Lo que no acerté (tampoco tenía ninguna pista) fue que la serie iba a proponer la trama «flash» en paralelo a la isla.

Analizaré algunos aspectos de Lost por separado para poder profundizar un poquito más; el tiempo, la isla o el último capítulo me parece que lo merecen.

No puedo despedirme sin antes preguntarme por la posibilidad de alguna especie de secuela, precuela o spin off. Dudo que fuera inteligente hacer eso y no tengo ninguna idea de si se lo han planteado. No descartaría una precuela que hablara de la fundación Hanso o Iniciativa Dharma. Sobre todo si a alguno de los implicados en el asunto tiene algún problema económico. Ya sean los productores o la televisión.

P.D.: La cena estuvo genial aunque luego Cuatro (o quien fuera) nos la aguara un poco. Conste que ya les he perdonado. Intentaron algo muy difícil y es de agradecer.

The pacific

The pacific es la nueva serie que está siendo promocionada fundamentalmente con 3 aspectos; es la más cara de toda la historia, que está liderada por Tom Hanks, Steven Spielberg y Gary Goetzman y que se estrena con sólo un decalaje de 1 día respecto a USA. Puede que la serie esté muy bien aunque a priori tampoco es que me interese personalmente demasiado. Pero creo que su estreno implica que la industra ha asumido los cambios que la red ha traído.

En primer lugar, parece que cada vez es más fácil rentabilizar un gran presupuesto en televisión que en el cine. El deporte sigue siendo de riesgo (8 de cada 10 estrenos acaba en fiasco).

Por lo menos, del lado de los gastos, la televisión parece no requerir tanto el protagonismo de mega estrellas o, al menos, no exige que todos lo sean. Eso baja mucho los presupuestos. No hay que olvidar que los presupuestos desmesurados del cine llegaron con los videoclubs y la sensación de que el mercado crecía tanto que nunca pararía. Algo parecido a lo que ahora estamos pagando con el tocho. Así, el presupuesto puede dedicarse a, de verdad, adornar la narración en elementos más atractivos (sobre todo, efectos especiales).

Del lado de los ingresos, hace poquísimo, alguna serie de éxito ha tenido que cancelarse por un excesivo coste. Es conocido el caso de Roma. Es verdad que la televisión requiere unas audiencias descomunales para soportar los gastos si estos son muy elevados (24 caerá por eso). Pero dicho esto, que se supere el mayor presupuesto de la historia (en este caso hablamos de 200 millones de dólares) es un hecho significativo.

Todo ello viene acompañado de una campaña de marketing propia del hermano mayor, el cine. Carteles en todas partes, promos espectaculares en televisión. Todo un ejemplo de cómo atraer lo cinematográfico a la pantalla, ya no tan pequeña.

Hemos hablado algunas veces de cómo la televisión está, poco a poco, atrayendo el talento del cine a sus feudos. Eso nunca había sido así. En el caso de España, a pesar de que la mayoría de actores se ganan mejor la vida en la tele que en el cine, optan por lo segundo si está a su alcance. Poco a poco, eso está dejando de ser así. Algo de calado está cambiando.

Parte de ello yo creo que es a causa del uso intensivo de internet. Nos hemos acostumbrado a consumir todo un día en una sola ficción. Nunca, hasta ahora, nos habíamos sentado delante de la televisión (o del ordenador) para tragarnos 12 horas de la misma historia. Es un cambio muy relevante en las costumbres de los espectadores.

Y sobre el último elemento internet aún tiene más incidencia; el estreno simultáneo entre USA y el resto del planeta. Es algo que demuestra que la industria americana, además de quejarse (y mucho), ha tomado cartas en el asunto. Teniendo en cuenta que la serie la hacen en Canal + y, por tanto, sin publicidad, ¿para qué iba a descargarla la gente? Así, internet y la piratería, están trayendo cambios positivos para el usuario (conste con esto que no estoy tratando de justificar las descargas fraudulentas. Creo que ya conocéis mi opinión).

Lost se ha convertido en el símbolo del cambio de los usuarios. Quizás The pacific sea el símbolo del cambio de la industria. Lo que es seguro es que, unos y otros, estamos cambiando nuestra relación con el hecho audiovisual. Y a una velocidad de vértigo.

Lost e internet

Hoy arranca la sexta y última temporada de Lost, recupero una entrevista que hicieron a Damon Lindelof, uno de los 3 creadores de la serie. El periodista le pregunta por la influencia que internet ha tenido en la serie. Él dice que es imposible cuantificar el efecto multiplicador que puede haber tenido la red sobre el éxito de la obra. Lo que sí que, para él, es obvio (y yo también lo creo) es que la posibilidad de, tal como se acaba el episodio, compartir tus impresiones ha cambiado las reglas del juego.

A parte de la parte que más me preocupa, que es la relación con internet, me llama la atención que la gente que es capaz de crear estos éxitos tan rotundos no acaben de saber muy bien qué hace diferente al producto con el que han explotado. Lo demuestran casos como el de Flash Forward que, buscando repetir modelo, ha provocado una desorientación muy seria en los guionistas.

Si queréis, podéis recuperar la entrevista entera en El Pais aquí.

La regulación de la publicidad en televisión

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No soy ningún experto en regulación en los medios de comunicación, pero creo que la nueva ley audiovisual permitirá que los canales de televisión emitan hasta 29 minutos por hora. Así que, a la práctica, la mitad del tiempo, las teles podrán ser anuncios.

Las asociaciones en defensa de los consumidores han protestado. No les parece bien. Claman a que la saturación de publicidad perjudica a los espectadores y a los anunciantes. Y yo digo, ¿y qué?

¿Por qué hay que marcarles un tope de tiempo? Si una televisión quiere ser publicidad las 24 horas del día, ¿por qué no podría serlo? Si hay alguien dispuesto a anunciarse y otro dispuesto a verlo en esas condiciones, yo no tengo nada que decir.

El tema es que, como en casi todo, el mercado debería autorregularse. La gente no es tonta y, si en una cadena hacen menos publicidad que en otra y esta llega a estorbarles, pues sólo se pasarán a la competencia. Por otro lado, los clientes, que son los anunciantes y no los espectadores (no olvidemos este detalle), saben perfectamente que los espectadores aprovechamos para ir al lavabo o preparar la cena mientras ellos se dejan un dineral. Así que ellos tampoco entrarán en un espacio que esté demasiado saturado.

Alguien quizás podría pensar que hay pocas televisiones y pueden ponerse de acuerdo; todas metemos 40 minutos de publicidad y el que no quiera tendrá que asumirlo. Aunque ya no es así (en Barcelona tenemos casi 50 canales de televisión), aceptándolo como premisa, no tengo ninguna duda de lo que pasaría. Sería un incentivo a la fuga de espectadores. ¿A dónde? Allí donde no hay barreras en el campo… todavía; internet.

Yo, y no soy el único, sólo miro en televisión fútbol. Y, algunos domingos, fútbol americano. Nada más. Las películas y algunos programas los veo por internet. Y una vez se llega a la red, no hay duda que los medios ya no podrán ponerse de acuerdo porque, de hacerlo en contra del espectador, acabarán por encontrarse alguien que lo haga sin tanta publicidad.

En este país tenemos la mala costumbre que el papá estado tiene que velar siempre por nosotros. Eso acabará por traducirse, ya lo veréis, en que regularán la publicidad también en internet. ¿Por qué no iba a hacerlo si es a lo que está acostumbrada la gente?

En mi opinión, el estado sólo debería controlar dos cosas; el horario infantil (cosa que, por cierto, no hace) y que cuando se hace publicidad, se avise (cosa que tampoco hace siempre). Traspasado a internet, lo único que queda es el control sobre avisar de la publicidad, porque el horario infantil pasa a ser responsabilidad total de los padres (no tiene sentido hablar de horario en internet, es asíncrono).

Nos hace falta un cambio de chip. El espectador/usuario lo tiene ahora más fácil para tomar decisiones. Las empresas están obligadas (estamos obligadas) a gustarles o nos abandonarán. Que el estado no juege ni el papel del ciudadano ni el de las empresas. Con que haga de estado, es suficiente.

Viva el mal, viva el capital

¿Os acordáis de esta frase? Yo creo que todos los que nacimos a finales de los 70’s nos acordamos, con cierta nostalgia, aquel programa de televisión infantil que ahora es parte de nuestra iconografía: la bola de cristal.

El programa lo dirigió la periodista y cineasta Lolo Rico. Basté, en RAC1, le hizo una entrevista que merece la pena escuchar (es casi toda en castellano, por si queréis oirla). Y lo presentaba Alaska. Pero lo que no podemos olvidar los que lo vimos era su psicodélica voluntad de transmitir una serie de valores ahora (para bien y para mal) muy asentados en nuestra sociedad; desde las imágenes de animales con una voz en off que invitaban a leer, hasta los electroduendes. Pero, si hay un personaje inolvidable, es el que chillaba;

«Por un ergio y un terminal,
soy ultraliberal,
viva el mal,
viva el capital.»

Por supuesto, hablamos de la bruja Avería.

Lo que pensaba mientras recuperaba estas imágenes es lo imposible de imaginar un programa de este tipo hoy. Y, ¿nos gustaría? Yo creo que aquel programa tenía aspectos muy positivos y otros que no tanto.

El programa tenía un claro discurso político. Tenemos que situarnos en la época en la que el programa empezó a emitirse, a mediados de los 80’s. España vivía una crisis económica muy profunda y la sociedad empezaba a sentirse liberada de 40 años de opresión de una dictadura lamentable.

Ese fue el caldo de cultivo ideal para que se fraguara un programa profúndamente de izquierdas pensado para niños. Años después, Lolo sigue defiendo los postulados del programa e, incluso, considera que sólo hablaba para quien quisiera escuchar. Pero, el hecho cierto, es que las ideas que el programa sembró están hoy muy arraigadas en nuestra generación. En el ámbito personal, por lo menos, me cuesta encontrar a gente que no vea el capital (entendido como los ricos, los empresarios…) como algo cosustancial al «mal», a la corrupción, a una cierta explotación o abuso de los trabajadores.

Yo no estoy demasiado de acuerdo con el posicionamiento político tan radical del programa. Pero hubo otros aspectos de los que históricamente ha hecho bandera la izquierda, que también transmitía el programa y que eran profundamente positivos; el espíritu de aprender, de construir un yo propio, de experimentar, de romper barreras establecidas.

Si comparamos la bola de cristal con la televisión actual surge una pregunta inevitable; ¿es esta televisión menos ideológica? No lo sé. Quizás sí. Quizás está menos interesada en presentar unos ideales que le parecen positivos. Pero yo creo que es incluso más ideologizante. Tras un velo de un cierto nihilismo de contenidos, se encierra una forma de ver la vida basada en términos profundamente estéticos. Y todo ello haciendo gala de una supuesta neutralidad, de un supuesto respeto por la ética de cada uno, sin reconocer que la estética no es más que una forma de transmitir ética.

Sé que no es imposible pero cuesta encontrar a un facha con una camiseta de Iron Maiden, alguien rapado con una esvástica con ideas moderadas, o a un hippie con escasa conciencia ecológica. Cuando la televisión nos cuenta la historia de un joven que reconoce cultivar más su cuerpo que su mente, o una famosa con subidas de azucar dice que por su hija mata, también se está poniendo su propia camiseta de Iron Maiden sin reconocer lo que se esconde tras la tela.

Es difícil decir qué prefiero. Y aunque la educación neutra no existe, no comparto el maniqueo mensaje «viva el mal, viva el capital». Pero, ¿dónde queda el espíritu crítico en High School Musical? ¿Hemos mejorado o salimos de Guatelama para caer en Guatepeor?

Fareed Zakaria: «Menos lectores pagarán más»

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Brutal contra de La Vanguardia de hoy (30 de Septiembre de 2009). Es una entrevista de Lluis Amiguet a Fareed Zakaria, nada menos que editor de Newsweek y analista para la CNN y el The Washington Post.

Según Fareed el número de lectores de las publicaciones bajará drásticamente pero esos lectores estarán dispuestos a pagar mucho más por los contenidos que estos ofrecen. De tal manera que se acabará con lo que él califica como la «subvención de la publicidad».

Él comenta, y a mi es lo que me parece más interesante del razonamiento es que lo que ahora vende es el sensacionalismo. Pero, ¿es eso por lo que la gente estará dispuesta a pagar? Cuando la publicidad deje de ser la auténtica fuente de ingresos de los medios de comunicación, según Fareed Zakaria, la gente pedirá realismo y argumentos con los que analizar la realidad. Literalmente dice; «deje el sensacionalismo para los medios baratos».

Es el eterno debate de si la gente está o no dispuesta a pagar por los contenidos y al decir esto me refiero no a lo que ahora nos «cobran» (en prensa algo más de un euro y en televisión en mucho tiempo personal perdido), sino a lo que, en realidad, cuestan.

Yo compro prensa. No todos los días, pero sí muchos. Y el papel me da unas sensaciones que los medios digitales aún no me hacen sentir. Quizás es puro romanticismo pero es así. Pero aún así, cuando los diarios subieron 10 céntimos, me dolió. ¡Y hablamos de 10 céntimos! ¿Estaré dispuesto a pagar lo de que de verdad cuestan los contenidos que leo? ¿Cuánto debería cobrarse por un diario sin publicidad? No tengo ningún dato, pero creo que la mayor parte de los ingresos viene de la publicidad y no de la venta. Y todo ello en un entorno donde los contenidos se pueden obtener de forma gratuíta aunque la mayoría de grandes medios parecen estar planteándose la posibilidad de cerrar de nuevo sus contenidos.

Os recomiendo que le dediquéis los 5 minutos que cuesta leerlo porque merece la pena por este y otros temas.