Cahiers du cinema es siempre una fuente de reflexión muy interesante. Este último número lo han dedicado al estado del cine en España y un artículo, con más preguntas que respuestas, de Àngel Quintana, profesor titular de Historia y Teoría del Cine de la Universitat de Girona, me ha ayudado a comprender el por qué de las cosas de nuestro cine.
Àngel constata que los años 90, triunfó un cierto cine de autor postmoderno en el que lo importante era la mirada personal. Pero era una mirada aséptica no necesariamente ligada a la realidad que nos rodea. Entre ellos destaca autores como Juanma Bajo Ulloa (Airbag, La madre muerta), Julio Medem (Vacas, Los amantes del círculo polar) o Álex de la Iglesia (Acción mutante, El día de la Bestia).
Con la llegada del nuevo milenio, empezó a triunfar una serie de autores que hacían producciones medianas que se contextualizaban en un cierto entorno. Se trata de un cine realista con una cierta conciencia social y partiendo de unas premisas más bien próximas a la izquierda.
Paradójicamente, estos autores no hacen un cine político en sentido estricto. En la mayoría de estos films, el posicionamiento político es muy débil, «tímido». No hay una voluntad de lanzar un discurso en el que se presente unas posiciones como negativas y otras como razonables. Más bien son un retrato social de ciertos ambientes sociales.
Los máximos exponentes de este movimiento son Fernando León de Aranoa (Barrio, Familia, Los lunes al sol, Princesas…), Icíar Bollaín (Flores de otro mundo, Te doy mis ojos…), Achero Mañas (El bola, Noviembre…) o Gracia Querejeta (Héctor, 7 mesas de billar francés…). Aunque León de Aranoa quizás sí tiene una lectura algo más política, personalmente sólo recuerdo un film especialmente posicionado; ¡Hay motivos!, donde bastantes realizadores pedían el voto por la izquierda.
Este tipo de cine es lo que Àngel llama realismo tímido, básicamente producido en Madrid. Aunque no consiguieron acabar con el típico y constante visión de que el cine español está en crisis, estas películas consiguieron atraer al público a las salas ofreciendo producciones de una cierta calidad. El problema es que jamás consiguieron cruzar las fronteras. Ningún país parecía estar interesado en nuestras producciones, si descontamos a Almodovar, Amenabar y, en otro ámbito, Coixet.
Pero en el 2006 se produjeron dos films también de autor esta vez con clara vocación internacional y de alto presupuesto; Alatriste, de Agustín Díaz Yanes, y El laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro, claros predecesores en la épica de la actual Ágora, de Amenabar. Es como si el cine patrio decidiera lanzarse a cruzar las fronteras (cosa que Alatriste apenas consiguió) y que, como actitud de mercado, me parece muy acertada.
En paralelo, un cierto cine de vanguardia y muy bajo presupuesto, ha crecido a una gran velocidad, que hace un gran uso del género documental y con base en Barcelona. Cuenta entre sus máximos exponentes autores como Jordà (De nens, 20 años no es nada), Guerín (la ciudad de Silvia), Lacuesta (Los condenados), Recha (Dies d’Agost, Petit indi), Portabella (El silencio antes de Bach), Rosales (La soledad, Tiro en la cabeza) o Albert Serra (El cant dels Ocells).
Curiosamente, este cine minoritario está consiguiendo cruzar las fronteras y triunfar en los festivales internacionales y Àngel Quintana se pregunta si esto implica un cambio de ciclo creativo. Así podría estar abriéndose una brecha que la nueva ley del cine podría acabar por fomentar, entre grandes y pequeñas producciones en las que no parecen tener cabida las producciones típicas del último decenio ¿Estaremos ante el final del realismo tímido? ¿Se abre un nuevo camino a producciones de bajo coste pero más atractivos para mercados (también minoritarios) internacionales? ¿Cuál será el rumbo que tomará nuestro cine?
El artículo (de hecho, toda el número de Octubre) analiza estos posibles cambios, las estructuras productivas, las inversiones de las televisiones y los nuevos modelos creativos. Yo no tengo claro que esté acabando este tipo de cine. De hecho, películas producidas en Barcelona en ese entorno no tan documental, ha hecho dos films como Lo mejor de mi (Roser Aguilar) o Tres dies amb la família (Mar Coll) que podrían tener puentes con el realismo tímido.
En todo caso, es eviente el crecimiento espectacular que ha tenido el documental y parece una evidencia que todo ello acabará por influenciar con fuerza el resto de la producción. Es bueno que nuestro cine triunfe fuera de nuestro país aunque sea en ámbitos minoritarios, y acabará por darnos réditos desde diversos puntos de vista (no sólo económicos). Quizás estemos encontrando nuestro camino.