La cultura de la subvención (y IV): el fin del Estado

Que nadie se asuste. No me refiero a que haya que terminar con el Estado. La palabra fin tiene otro significado mucho más constructivo. Y es que el Estado tiene un papel insustituíble que sólo se puede hacer desde el sentido de lo público. Y es ahí donde debe reservarse sus funciones.

Por tanto, el Estado debe regular, establecer las reglas del juego. Debe estipular claramente qué es un fraude y qué no, si podemos circular a más o menos de 120 km/h por cuestiones de seguridad y medio ambiente. Pero nunca intervenir, decidiendo si tal empresa o sector son más importantes que otros. Eso el mercado ya lo hace por si solo (y mucho mejor que ellos, por cierto).

Así, podríamos hacer una lista de responsabilidades (enormes) del Estado:

Garantizar la propiedad privada. Es clave. Fundamental para cualquier sociedad que quiera mejorar. ¿Qué sentido tiene que yo me esfuerce en conseguir cosas si luego otro puede venir y quitármelas por la cara? Y la propiedad privada no es sólo mi casa, que también, sino mi coche, mi teléfono o mi comida.

En segundo lugar, debe garantizar la igualdad de oportunidades. Suena utópico y probablemente a día de hoy lo es, pero es la dirección en la que debe trabajar. Desde mi punto de vista es clave que buena parte de los recursos del estado estén dedicados a las partes más deprimidas del territorio para garantizar que las diferencias se reduzcan.

Cuidado, igualdad de oportunidades no implica igualdad de resultados. No puede obtener los mismos resultados alguien que opta por potenciar su carrera profesional que alguien que hace lo contrario (cosa que, a veces, tengo la sensación que la gente reclama).

Y, si me preguntan a mi, esas ayudas deben ir ligadas al aumento del conocimiento. Es obvio que hay gente que necesita lo primordial, comer. Pero todas esas ayudas (como me consta que hacen, por ejemplo, en los servicios sociales de Cerdanyola), cuanto más ligadas estén a la formación, mucho mejor.

Tercero: Ofrecer unas condiciones mínimas de sanidad y de garantías sociales para todos. Hospitales o el subsidio de paro son buenas herramientas para garantizar una cierta estabilidad. También todo lo que tiene que ver con la movilidad o garantías de conectividad (electricidad, internet, carreteras…).

Cuarto: El Estado debe preocuparse por los bienes comunales. Aquellos que, por ser de todos, les damos un mal uso. De alguna manera, uno saca un beneficio y reparte los costes entre todos. Por ejemplo, cuando una fábrica contamina el aire, se beneficia con el producto que luego vende. Pero el coste se reparte entre todos nosotros, que respiramos un aire viciado.

Lo mismo sucede cuando alguien tira un papel al suelo, o sobreexplota una región marina, vierte sustancias tóxicas al río, o decide que pagar impuestos no va con él. Es fundamental el papel regulador que el estado tiene sobre este tipo de bienes que, si deja a mano de todo el mundo, acabará por perderse.

Puede que me deje algún elemento importante, pero creo que se entiende el espíritu de lo que intento explicar. A las izquierdas les parece fatal que se ayude a las empresas pero, en cambio, están encantadas cuando se ayuda a sus colectivos. A las derechas les parece que la única ayuda con lógica es aquella que les beneficia a ellos. Y yo apuesto por suprimir las unas y las otras.

Y es que, aunque el Estado tiene un papel clave, este no es el de alimentar a unos con subsidios a costa de quitarles a otros el plato de la mesa, sean quienes sean los unos y los otros. A todos nos iría mucho mejor (menos a los elementos «egoístas» del sistema).