Ecología liberal

Leí la semana pasada en La Vanguardia impresa (no lo encuentro en la versión digital) que el PP no está de acuerdo con contener las emisiones de CO2 al aire. No he llegado a leer la noticia en profundidad, pero estas posiciones suelen articularse en base a tres argumentos:

– No hay una demostración científica de en qué grado está modificando la contaminación humana el clima de la Tierra. Ni si esto es de verdad tan malo como nos explican. Nadie riguroso os dirá que hay pruebas concluyentes, por mucho que tenemos muchos indicios que señalan en la dirección de que tenemos un grado de responsabilidad importante y que las consecuencias podrían ser fatales (para nosotros, no para el planeta).

– Los costes de proyectos como el protocolo de Kyoto es altísimo. Con su presupuesto podríamos acabar varias veces con el hambre. Y parece ser que la incidencia prevista por su aplicación es más bien pequeña (sobre esto no tengo una seguridad plena).

– Por último, y el verdadero motivo que se esconde detrás de los dos primeros, reducir las emisiones de CO2 resta competitividad a quien lo hace.

Las tres cosas son ciertas. El drama es que las contraargumentaciones ecologistas, y siento mucho decir esto, me suelen parecer un tanto infantiloides. Suelen poner el acento en que las empresas son malas y sólo miran sus intereses. El capital y los neoliberales (salvajes) controlan el «mercado» y hacen y deshacen a su gusto. Y ahí acaba (casi) todo. Salvo (muy) honrosas excepciones.

Ante todo quiero dejar claro que la contaminación ilimitada no tiene nada de liberal. Otra cosa es que los liberales (y sobre todo los que se jactan de ello porque les suena mejor que conservadores) tienden a priorizar el crecimiento económico sobre todo lo demás.

Leyendo el libro de Xavier Sala-i-Martín sobre economía liberal, hace una disgresión a cuáles son las funciones del estado según los postulados liberales. Uno de ellos es la protección de los bienes comunales. Se consideran bienes comunales todas aquellas cosas que pertenecen a todos y a nadie en concreto y que, por tanto, están sujetos a que alguno de los miembros quiera aprovecharse de ellos en detrimento de los demás.

El aire es algo que nos pertenece a todos. Y cuando una empresa contamina, lo que está haciendo es obtener un beneficio a base de explotar algo que es de todos: el aire. Eso tiene un coste colectivo en forma de peor salud, además de entrañar un posible riesgo futuro enorme para la humanidad.

Es decir, la producción de ese bien que la empresa produce tiene un coste real que no estamos computando en su precio y que pagamos todos (los que compran el producto y los que no). Y ahí reside la clave. Lo que propone la teoría liberal (más que los liberales) es que, en estos casos, el Estado debe buscar una solución porque en eso, el mercado, falla.

Puede que haya otras, pero la única que yo conozco es una tasa. Hay que computar qué coste real tiene esa contaminación y, en consecuencia, incluir ese coste en el precio. Y puede que, de repente, descubramos que algunas cosas que resultaban muy competitivas en precio, en realidad, son carísimas.

Conste que el objetivo no es recaudar más ni esperar mejores servicios sociales. Siento no confiar nada en la capacidad de la administración pública de reinvertir el dinero con tino.

Por último, si bien es verdad que no está demostrado que el cambio climático por causas humanas sea un hecho, lo que sí que es seguro es que, de ser verdad, el riesgo es enorme. Con tantos indicios, lo que aconseja el sentido común cuando desconoces las consecuencias reales de algo es ser conservador. Quizás no sea malo que la temperatura suba mucho, pero la gravedad de una supuesta extinción es tan alta que mejor mantener el clima actual que sabemos que sí es propicio a nuestra biología.

Dicho esto, también hay que ser realista. ¿Aplicaría de hoy para mañana un montón de tasas que fijaran un precio real de las cosas? No, ni en broma.

– Esto no lo puedes hacer sólo en tu país a no ser que estés dispuesto a provocar una fuga de empresas y, por tanto, un incremento del paro. Y no creo que estemos para estas alegrías. Es un objetivo poco realista a corto plazo. Pero precisamente por eso, hay que ponerse a trabajar ya.

– El poder adquisitivo de la gente bajaría de golpe. De hacerlo de forma repentina, al comprar productos que detrás tienen procesos contaminantes (la mayoría de productos) subirían de forma repentina.

– Con la derecha no podemos contar. Así que la izquierda debería abandonar la demagogia fácil. No puede defenderse una cosa y su contrario a la vez. Debería ser consciente de que la defensa del medio no es coherente con estar en contra a, por ejemplo, la subida de la luz. Imaginad ese incremento aplicado a todos los productos. La única alternativa para no esquilmar a la clase baja y media es subir poco a poco.

La articulación del discurso ecologista puede y debe tener su respuesta en el lenguaje propio de las empresas: el dinero. Pero la solución requiere cesiones por parte de la derecha defensora más de los lobbies que de los mercados y coherencia por parte de la izquierda. Las soluciones requieren tiempo. Cuanto antes empecemos, mejor.