Évole y el falso documental sobre el 23F

Jordi Évole

Este domingo pasado, y coincidiendo con el 23F, Jordi Évole no hizo un Salvados «normal» sino un documental especial sobre el golpe de estado de 1981. Évole osó hacer un falso documental donde un montón de los protagonistas de los hechos (políticos y periodistas de primera línea) explicaban que toda la historia oficial sobre el 23F era falsa. La alternativa que planteaban era tan delirante como divertida: todo había sido un montaje para evitar un golpe de estado real.

El documental provocó reacciones increíbles. Incluso algunos periodistas reconocidos mordieron el anzuelo, lo que demuestra que la producción era fantástica. Una historia inverosímil acababa cogiendo cuerpo gracias a la gente que sostenía el discurso: Leguina, Vestringe, Ónega, Gabilondo, Ussia, Garci… Y la propia credibilidad de la Évole. Según plantea el documental en su cierre, donde se evidencia la mentira, el objetivo es denunciar que, ni siquiera ahora después de más de 30 años, no se puede saber la verdad sobre lo que pasó.

Las reacciones a posteriori han sido diversas, pero al menos en mi twitter las críticas eran constantes. ¿Había Jordi Évole superado los límites del periodismo? ¿Es aceptable que un montón de periodistas aceptaran jugar a esta mentira cuando su deber es ser creíbles para informar después?

Mientras veía el debate posterior, recordé la importancia que mi profesor de guión le daba a las convenciones de género. Tenía un conocimiento muy profundo de lo que vulgarmente llamamos cine «comercial». Como explicaba la semana pasada, las convenciones son elementos que aparecen necesariamente en función del género: en una película romántica todos esperan un beso muy romántico. En una película de acción, una persecución. O en un thriller, un asesino obsesivo.

Todo esto viene a compilarse en lo que hace unos años Alberto Knapp explicaba en una charla sobre formatos: la gente no quiere sorpresas. Tiene más éxito un formato mil veces repetido que uno muy innovador. ¿Y esto por qué?

Por un lado, porque a la gente le gusta anticiparse. Es muy duro tener que reconocer que te has tragado una mentira. Hace falta una humildad que pocas veces es reconocida por el resto, cuando no se convierte en motivo de escarnio.

Por el otro, no podemos perder de vista que somos animales de costumbres. Nos da seguridad tener las cosas controladas y saber qué pasará forma parte de esa necesidad casi biológica. Hasta el punto de que, ante decisiones importantes de mucha incertidumbre, hacemos enormes rituales que nos ayudan a dar estos pasos. Por ejemplo casarnos.

En general, las críticas que he ido leyendo tienen mucho que ver con esta incomodidad ante el hecho de sabernos manipulados. Porque, ¿es esta causa de crítica a un formato que juega con los límites de la verdad? ¿Es admisible el juego que nos propone Évole?

Sobre el falso documental hay relativamente poco trabajo hecho. Tendemos siempre a hablar de los mismos (y conocidos) títulos : F of Fake de Orson Welles, Operación Luna, donde Évole dice que se ha inspirado, y Zelig, de Woody Allen. En especial los dos primeros, nos hacen reflexionar sobre lo sencillo que es utilizar los medios audiovisuales para mentir y llevar al espectador allí donde queremos.

¿Es esto deshonesto? Desde mi punto de vista, en absoluto. Justamente lo contrario. La honestidad se pierde en el momento en que se produce una mentira que se sostiene como cierta. Ahora, una vez se informa al espectador de la mentira, ¿Dónde está la deshonestidad?

La contraposición de sentimientos que había en mi casa, entre la incredulidad y la fe absoluta a lo que se estaba diciendo, era apasionante. La evolución que viví como espectador creo que es impagable: desde la credulidad absoluta en los primeros minutos de documental, a preguntarme cómo había convencido a toda aquella gente para que dijeran una mentira «cachonda» con un tema tan delicado, hasta el punto de la casi evidencia cuando Garci aparece, lo que implicaba la admisión de que » le han regalado » su Oscar.

Woody Allen, autor de uno de los falsos documentales que citábamos, decía que de todo se puede hacer humor y lo demostró en su discurso a la entrega de los Oscar tras el 11 -S. Poner en tensión al espectador, removerlo por dentro y, sobre todo, darle nuevas herramientas para que tome conciencia del uso que, a veces, hacen de los medios no sólo no me parece inmoral, sino un ejercicio que deberíamos de vivir más a menudo.

Publicidad display vs. búsquedas

search vs display

La semana pasada publiqué un post en base a un estudio sobre publicidad realizado por IAB en el que la gran conclusión era que las pantallas ganan, cada vez, una mayor cuota de mercado frente al resto de soportes. Hay todavía otro dato, que me sugiere un nuevo post.

El estudio describe cómo la publicidad online basada en display (esto es, banners, robapáginas…) pierde cuota de mercado respecto la publicidad en búsqueda. La cuestión no es baladí porque las busquedas y los displays están en lugares diferentes, lo que implica que el dinero se lo llevan agentes diferentes.

La tendencia no tiene por qué mantenerse a lo largo del tiempo y, por tanto, que sea más una cuestión coyuntural. A favor de esta forma de pensar está el hecho de que la publicidad basada en búsquedas está más orientada a venta que la displays, más orientada a marca. En tiempos de crisis, donde los recursos escasean, parece lógico pensar que las empresas prefieran gastar el dinero en publicidad que convierte hoy y no de aquí a un tiempo (como lo es la generación de marca).

display

Pero si esto no fuera así, la forma en la que debe plantearse la publicidad varía. Por lo que respecta al vídeo, implica que los vídeos de producto serán muy relevantes de cara al futuro. En el caso de servicios, aquellos que estén realcionados con las cuestiones que, de verdad, preocupen al cliente, pueden hacer mella en nuestros resultados.

Más importante es, si cabe, para los grandes mass media. Las televisiones basan su negocio en la agregación de audiencias. Es decir, ellos juntan a mucha gente alrededor de la televisión segmentando muy poco los intereses de los espectadores. La que se avecina, por ejemplo, junta a toda la familia delante de la televisión.

Las teles aprovechan a esas grandes masas para vender sus espacios publicitarios. Al anunciante le ofrecen un precio que, por espectador, es pequeño. El anunciante, de paso, ahorra el mucho dinero que le costaría si diversificara mucho los canales. Es una relación winwin clara.

El problema es que, algo que ha sido relativamente fácil de solucionar con fusiones en las televisiones a que emiten a través del espacio radioeléctrico, en internet la cosa no es tan sencilla. Aparecen dos nuevos elementos que colocan a estas grandes corporaciones en dificultades.

Si, al final, resulta que en el vídeo, las búsquedas también son las que concitan mayor interés por parte de los anunciantes, parte del dinero que hoy veían las teles, irá a parar a manos del todopoderoso Google. Se les quedará una parte importante de su pastel.

search

Por si eso fuera poco, dentro del mercado de display el top 10 de las empresas de mayor cuota han pasado de tener el 84,4% en 2008 a un 70,5% en el primer semestre de 2012. Aunque parece que la tendencia a la baja se ha estabilizado, implica que el 30% de la publicidad se la están llevando players pequeños. Eso «desagrega» audiencia, lo que va muy en contra de lo que, de verdad, venden las teles. También, si esa relación se reproduce en el futuro del vídeo, es un nuevo elemento de preocupación.

Quiero dejar claro que sólo abro una reflexión pensando en cómo pueden ir las cosas en el futuro pero que a mi me parece que tiene sentido darle una vuelta. Si la realidad nos indica que las televisiones han padecido mucho cuando sus audiencias se han desagregado en unos pocos canales, qué no les pasará cuando los límites que marca el espacio radioeléctrico no condicione la presencia de nueva competencia.