Es un hecho. Incluso yo que me he significado por decir que Avatar es lamentable, he dejado claro que es imprescindible pasar por la sala 3D más cercana de casa para verla. No creo que nadie dude que su más que posible valor histórico.
Pero en paralelo a ello, en la crítica que hice, propuse un experimento mental. Imaginemos esta misma película dentro de 15 años, cuando el 3D ya no sea una novedad, cuando forme parte, incluso, de nuestra cotidianidad doméstica. Qué valor tendrá entonces el mismo metraje. ¿Mi opinión? Nulo.
Aquí la cuestión que se dirime es si el uso de la técnica y la espectacularidad tiene valor intrínseco o no. Y la respuesta para mi es obvia, no. Al menos no en un largometraje. Yo estoy dispuesto a aceptar que un ejercicio de estilo, un cortometraje, puede sustentarse sólo sobre una gran técnica. Pero un largometraje debe apoyarse sobre patas más sólidas.
Ya Aristóteles, hace casi 2500 años, hizo una clasificación de los elementos del drama; argumento, personajes, pensamiento, elocución, música y espectáculo. Y, de hecho, los ordenó en importancia tal y como yo los he escrito. La espectacularidad en si misma es el menos importantes de los elementos narrativos.
¿Qué llevaba al filósofo griego a opinar eso? Básicamente, le parecía facilón. Para un actor, es mucho más fácil hacer un personaje histriónico que uno contenido, para un guionista es más fácil unos diálogos de una gran violencia que una conversación donde el conflicto queda velado… Y eso podría extenderse a casi todos los aspectos de la ejecución de un film.
¿Y qué pasa si lo que a ti te emociona son los FX? ¿Acaso entonces no te gusta el cine o ver películas? Pues no. Aquí cada uno es libre de ver lo que le apetezca. No estoy metiéndome con los gustos de nadie ni estoy obligando a nadie a que deje de gustarle algo que le encanta. Pero lo que sí ha de saber es que lo que le gusta es lo que es fácil de hacer.
Que nadie se equivoque. Hacer buenos efectos especiales o la historia 3D más increíble de la historia es sólo cuestión de dinero. Dependen del Mac más potente del mundo y de un montón de gente trabajando en paralelo quemando montañas ingentes de dinero. ¡Ah! ¡Y lo más importante! Un departamento de marketing, este sí dotado de gran talento.
Ahora, un buen guión, un desarrollo narrativo al ritmo adecuado, unos diálogos ingeniosos, el plano adecuado, una interpretación ajustada a las necesidades de la narración dependen del talento, del esfuerzo y del cariño que se le pone a lo explicado. También hay marketing en eso (que nos convence de las interpretaciones del año), pero cuesta más esconder las carencias.
Por ese motivo me trae a la fresca si los personajes del Avatar están digitalizados, son maquillaje y tardaban 12 horas en ponerlo o los han ido a buscar al Pandora real. Si en los 15 años que Cameron se ha pegado para hacer la película no ha sido capaz de escribir una historia mejor, los personajes no son más que una caricatura bonita que me distrae los primeros 30 segundos.
Desde mi punto de vista, es una pena que no aparezcan nuevos realizadores que utilicen la maestría tecnológica con unas historias apasionantes como hicieron en sus inicios Spielberg o George Lucas. Aquellas han envejecido como lo han hecho, convertidas en clásicos y capaces de entretener a niños 30 años después. Ya veremos qué pasa con la oleada de 3D y croma que se nos avecina…
No deja de sorprender que algo que ya los griegos fueron capaces de ver, nosotros no podemos evitar caer en la trampa. Quizás forma parte de la esencia humana disfrutar con los últimos avances de la humanidad. Pero una cosa deben saber las majors. No es la primera vez que una nueva tecnología ha fascinado a la masa. Pero, eso sí, tarde o temprano, la misma masa que quedó fascinada, ha acabado reclamando buenos guiones. Las historias han tenido que volveral rescate. Y algo me dice que esto volverá a pasar. Y pronto.