De vueltas al relato

Vía Catalana

He hablado varias veces en el blog sobre la importancia del relato en la política. Las sociedades tienen una mítica colectiva que otorga legitimades y poderes que se dan «de facto». Y los políticos tratan de llevar ese relato a su terreno tanto como pueden porque eso los convierte en centralidad política.

Un buen ejemplo de ello es Gibraltar. Los españoles, en general, sienten que aquel territorio es legítimo de España, aunque no forme parte de su mapa oficial. En cambio, los ingleses también lo sienten como propio. Ello lleva a un choque de legitimidades, que suele basarse en discursos más emotivos que, de verdad, racionales. Paradógicamente, la gente siente que sus opiniones son de lo más «razonadas». Esa es la gran fuerza del relato.

A raiz de un debate en twitter, he vuelto a sacar el concepto respecto al proceso independentista catalán. En alguna ocasión he justificado que la gran manifestación del 11 de septiembre de 2012 cambia por completo el relato. El derecho a decidir se convierte en centralidad. Y eso «centra» al independentismo. Por primera vez, los independentistas se miran y se plantean si son mayoría.

Recuerdo que en 2009 se presentó un libro «Jo no sóc espanyol» (Yo no soy español) donde gente conocida afirmaba que era independentista.Creo que el título dice mucho del independentismo pre sentencia del TC de 2010. La afirmación nacional era en negativo. Se hacía difícil sumarse a un proyecto en el que el objetivo principal no era ser catalán sino dejar de ser español.

Pero eso cambia radicamente en 2010. De los por qués no estoy muy seguro. Si sé que la reacción coherente con el pasado en aquel momento hubiera sido un cabreo monumental. Lo que pasó es que mucha gente dijo: «Basta». Pero fue un «basta» con voluntad de cambiar las cosas. De construir. Y eso traía como consecuencia abandonar el «yo no soy» para pasar al «soy y quiero afirmarme como». Diferencia sustancial.

Conforme el relato independentista ha ido calando, élites academicistas han dotado al independentismo de un cuerpo teórico muy potente. A cada argumento por la unidad, se ha enviado una respuesta razonada y razonable. Hasta el punto en el que mucha gente que se siente española se siente incapaz de contestar esas argumentaciones. Frente a eso, han tomado tres actitudes diferentes: los que aceptan los postulados de la independencia, los que lo entienden pero no pueden sumarse por el corazón, y los que se molestan porque son minoría, sin darse cuenta que antes les tocó a otros.

Una de las claves reside, precisamente, en que es factible sentirse español y, en cambio, querer la independencia. Porque el relato, a pesar de lo que publican en Madrid, no es anti español sino pro catalán. Sin ese click, hubiera sido imposible un cambio tan sustancial en una Catalunya donde, incluso los que se apellidan Puig o Domenech, de segundo apellido tienen Rodríguez, Martínez o Fernández.

En cambio, el relato español, paradógicamente, es profundamente excluyente. Ni los Martínez se pueden sumar a un «si os vais, os haremos la vida imposible». ¡Entre otras cosas porque viven aquí! No hay ni un solo argumento por parte de los «generadores» de relato (políticos, medios…), que vaya en la línea «España merece la pena». Algo sobre lo que los españoles deberían abrir una reflexión (con independencia del caso catalán).

Eso es lo que lleva a que gente muy cercana a mi hace muy pocos años lloraban (literalmente) al escuchar el himno de España (por ejemplo, en las olimpiadas de Barcelona, o después de ganar un Mundial de Fútbol) y hoy dudan. Cuando no, tienen claro que votarían un rotundo sí. Puedo equivocarme, pero mucha de esa gente está deseando un mensaje conciliador de España. Están deseando una buena oferta para tener una excusa para dar el no. Pero que llegue, se hace aún más imposible que la propia independencia (que ya es harto difícil).

A medio plazo y de seguir así las cosas, el relato catalanista ganará. Eso sí, su gran reto es que, ahora que se siente mayoría, no se pase al discurso excluyente. Sería un grave error estratégico hacer sentir a los que defienden el «no» que esta no es o no podrá ser su tierra si gana el «sí». Porque entonces muchos votarán «no». Y, sobre todo, porque aunque ganara el «sí», sus emociones van a seguir ahí. Donde estaban. Y han de tener el derecho que hoy no tengo dentro de España. O esto no merecerá la pena.