Malditos Bastardos se sitúa en la Francia ocupada por los nazis. Un escuadrón de judíos, conocido como los bastardos, se dedica a eliminar soldados alemanes cortándoles la cabellera. Mientras, un militar conocido como el cazajudíos, extermina cualquier persona de esa religión que quede. Una joven, que de niña se salvó de una de sus operaciones, se ve obligada a acoger el estreno de una película nazi, donde acudirán los máximos exponentes del Reich.
Como suele ser habitual en las películas de Quentin Tarantino, se trata de una película episódica. Aunque esta vez el tratamiento del tiempo que hace es mucho más lineal de lo que nos tiene acostumbrados. Los saltos en el tiempo son más bien breves, para describir el pasado de los personajes. Pero la historia principal avanza siempre en la misma dirección.
Hablar de Malditos Bastardos no es hablar de la mejor película de Tarantino, pero sí de una gran película. El director vuelve a proponernos una gamberrada, presentando a un Hitler histriónico, y a unos soldados alemanes que, en algún momento, son capaces de mostrar piedad frente a unos soldados de la alianza despiadados.
El film entra en conflicto con la realidad histórica de los hechos. Pero el debate sobre la falta de coherencia con lo sucedido me parece absurdo. La película es honesta en este aspecto. Ya desde el minuto 1 se muestra como un juego y no como un intento de ir más allá. Tarantino nos propone una realidad paralela a la II Guerra Mundial. Y nosotros hemos de dejarnos llevar.
Cuando me enteré de que iba a rodar un film ambientado en la segunda guerra mundial, esperaba violencia y sangre a raudales, pero lo que me he encontrado son un montón de diálogos brillantes que generan mucha más tensión que cualquier secuencia de disparos. Hay 2 especialmente buenas; una nada más empezar. Y una secuencia en una taberna, mi escena favorita de la película.
El efecto que consigue Malditos Bastardos sólo con gente hablando tiene un mérito increíble. Son claramente marca Tarantino. Y no es trivial conseguir mantener la atención del público sólo con gente hablando. Sin duda, es la consecuencia a unos diálogos brillantes y una realización concienzuda que encajan como un guante.
Las películas de Tarantino suelen venir cargadas de referencias a grandes (y pequeños) clásicos. En este caso, no sólo es así, sino que es un homenaje en toda regla al más variado posible de estilos cinematográficos; desde las evidentes referencias al western (por ejemplo, en la primera secuencia), pasando por el cine bélico (la escena del reclutamiento es casi calcada a la de 12 del patíbulo), la nouvelle vague (no hay que olvidar que su productora se llama A band apart, título de uno de los más conocidos films de Godard), al propio cine alemán (con la gran Leni Riefenstahl o el cine judío alemán como el de Lang) e, incluso, al cine de terror (en la secuencia final). De hecho, el propio título (Inglorious basterds) se corresponde al de un western que en España se llamó Aquel maldito tren blindado.
En general, me gusta mucho el trabajo de los actores, aumque es cierto que podrían haberse dibujado un poquito mejor desde el guión. Me ha hecho especial ilusión ver a Daniel Brühl (que interpretó a Puigantich en Salvador pero que, sobre todo, ha hecho una enorme cantidad de películas europeas de gran calidad; Los edukadores, La última primavera y, por encima de todas, Goodbye Lennin) y a Eli Roth (director de Hostel).
Pero si hay un actor que sobresale, por encima de Brad Pitt, Mélanie Laurent o Diane Kruger, es Christoph Waltz, el actor que hace de cazajudíos. Creo que está brillante; mostrando una especie de frialdad que le divierte convirtiéndolo en un ser horripilante pero atractivo.
Si no la has visto, te recomiendo no seguir. Eso sí, te dejo antes con un falso trailer de una película que aparece dentro del film.
Malditos Bastardos arranca con un episodio llamado «Érase una vez, en la Francia ocupada por los nazis». Ya es toda una declaración de intenciones la referencia al cine de Sergio Leone y el spaguetti western. No hay duda de que los planos cuando está llegando la patrulla nazi o el suelo de madera con los judíos escondidos son claros ejemplos del género.
El diálogo es brillante. Como he comentado antes, me parece increíble la capacidad de Tarantino de sostener la tensión con apenas nada.
Más allá de las referencias cinematográficas, el sello Tarantino queda impreso en diversos momentos de la secuencia, como la pipa (una especie de referencia fálica al que la tiene más grande), y cuando el coronel Landa le perdona la vida a Shosanna.
El capítulo 2 (Malditos bastardos) es una hibridación entre el bélico (como la escena del reclutamiento al más puro estilo 12 del patíbulo) y el western. En este caso, los militares cazanazis parecen más interesados en acabar con estos a porrazos y cortando cabelleras (como si fueran indios como, por cierto, desciende Aldo Raine, el personaje interpretado por Brad Pitt). También en ello hay un pequeño juego ya que, en la mayoría de films son los indios los que son malos y no al revés.
Genial me parece la tensión que genera en torno a la figura del Oso judío, del que oímos hablar bastante rato antes de poder verle la cara y en acción. También me parece brillante el montaje paralelo entre la conversación entre Hitler y el soldado nazi y este mismo con los bastardos.
El tercer acto (festejos franceses) es, quizás, el más lento de todos. En realidad es necesario para el desarrollo de la historia. Shosanna se ve obligada a acoger el estreno de un film propagandístico nazi. La secuencia del encargo, con la reaparición del cazanazis (el mismo que le perdonó la vida) es de una gran tensión. Y la secuencia en la que ella explica a su pareja y proyeccionista del cine que quiere quemar el cine, me recordó mucho a Kill Bill. De hecho, el personaje interpretado por Mélanie Laurent no puedo evitar asociarlo al de Uma Thurman.
Con el cuarto capítulo, Malditos Bastardos, arranca la tensión que lleva al clímax del film. Titulado Operación Kino, asistimos a la organización del magnicidio que Shosanna prepara y a la que es, para mi, la mejor secuencia del film; la escena de la taberna.
De nuevo se trata sólo de diálogo. Y, eso sí, una realización espectacular. En un evidente juego del fuera de campo (el oficial nazi escondido y, sobre todo, la pistola que nunca vimos y que apuntó a dicho oficial) la tensión va en un crescendo que nos lleva hasta un final repentino y contundente.
Y la película acaba con un final de apoteosis. Tarantino aprovecha el film para disfrutar matando de golpe a toda la plana mayor del tercer Reich. Y lo hace de la forma más cinéfila posible; en la sala de cine, mientras se proyecta en la pantalla una película sobre el valor de sus militares.
Juega al contraste; mientras en la película los francotiradores son nazis, en la sala de cine son los de la alianza. Además, desde cierta altura, unos nazis se ven obligados a tirarse por una ventana, cosa que no pasa en el film que tanto disfruta Hitler.
Donde creo que más brilla el genio de Tarantino en esta secuencia final es que es capaz de convertir una secuencia de muerte en una gran secuencia de amor. El momento en el que Shosanna y Fredrick Zoller se matan mutuamente rebosa de talento.
Como todo el film mismo es un homenaje, los títulos de crédito no podían ser menos y recuerdan a los de un film clásico.
En definitiva, me fui con un buen sabor de boca del cine. Sabiendo que con Malditos Bastardos quizás no había visto el mejor film de Tarantino, pero sí uno de los mejores de la temporada.