Invictus

La nueva película de Clint Eastwood está ambientada en el primer año de gobierno de Nelson Mandela. El presidente de Sudáfrica, en su afán por unir a un pueblo al borde de la guerra civil, utiliza el mundial de rugby que se ha de jugar en su país. Arriesgada empresa si se tiene en cuenta que este deporte era un símbolo de la opresión blanca en el apartheid.

Si por algo se ha significado Eastwood a lo largo de estos últimos años en los que se ha dedicado a dirigir sus films es por ser uno de esos clásicos que te garantizan un nivel altísimo. Invictus no es una excepción. Sin dejar de ser la típica película de deportes, tiene algo que la hace diferente.

Por un lado destacaría que el diseño de producción es impecable. Cada plano, cada frase del guión, cada detalle en el arte tiene una justificación. No sobra nada, no falta nada. Todo en su justa medida.

Las películas de deportes suelen recordarme en mayor o menor medida al cine de masas de los años 20 y 30, cuando el cine soviético (por definición sin protagonistas individuales) y el nazi (sobre todo en los siempre recurridos documentales de Leni Riefenstahl).

Aquellos dos cines, que se separaban en muchas cosas, se unían en el protagonismo que asume la masa como colectivo capaz de cambiar cosas. Eso sí, se separaba en que uno exaltaba únicamente la masa como elemento revolucionario y el otro la utilizaba para exaltar a un líder.

El cine de deportes tiende, por definición, ha estar más cerca del facismo por aquello de que unos héroes en el terreno de juego hacen vibrar a la masa. En este caso, lo que sucede es más llamativo porque la película se sitúa con total equidistancia a estos dos modelos cinematográficos.

Es cierto que el equipo (liderado por el capitán interpretado por Matt Damon y el único negro que viste la camiseta verde y oro) y Nelson Mandela (interpretado por el gran Morgan Freeman), son los protagonistas del film y los que enaltece el film.

Pero también lo es que lo realmente relevante del film es como un pueblo, al que sólo le faltaba el fusil para enfrentarse definitivamente, acaba reconciliándose. Ningún valor hubiera tenido los riesgos que (al menos en el film) asume Mandela y el triunfo de la selección nacional de rugby, si no se hubiera conseguido que negros y blancos se dieran de la mano en la búsqueda de un objetivo común; la victoria en el mundial.

Ese es, sin duda, el elemento diferencial de la película. A todo ello le acompaña unas interpretaciones de alto nivel. Matt Damon está más que correcto en su representación de François Piennar. Aunque personalmente es un actor que me ha costado mucho que me gustara, he de reconocer que cada vez lo hae mejor.

Pero por encima de todos destaca el gran Morgan Freeman. Espectacular el timbre que ha conseguido imitando el del propio Mandela. Por ello, recomiendo mucho verla en versión original. Para los que no estéis acostumbrados, pensad que no hablan demasiado rápido y muchas escenas, al ser de deportes, son de «acción» y se habla poco.

La decisión de convertir en película el libro The human factor de John Carlin entrañaba, al menos, 3 riesgos;

Invictus, con personajes tan conocidos en la vida real exigía un casting muy minucioso para dar con los actores de nivel adecuados. Como ya he justificado, creo que Clint Eastwood dio en el clavo. Quizás tampoco lo tenía difícil teniendo en cuenta las veces que había trabajado ya con Freeman.

Otro riesgo era que un personaje como Mandela es profundamente anticinematográfico. Por lo menos la imagen que tenemos de él es la de una gran persona, dada a los demás, dispuesta a todo por reconciliar a dos familias enfrentadas, que lo convierte en alguien muy plano y poco dado al conflicto.

La solución la encuentra en dar protagonismo a la gente de la calle, al pueblo sudafricano. Pero ello entrañaba una dificultad; ¿cómo puedes hablar de tanta gente a la vez y, simultáneamente, dar un poco de profundidad a la «masa»?

Eastwood lo resuelve con gran destreza. Los agentes de su seguridad personal está compuesto por blancos y negros que irán evolucionando conforme la historia avance. Y para subrayar el hecho de que el cambio no se produce sólo entre las personas próximas al mítico político, añade dos elementos más; una masa que al principio la abuchea y que al final corea su nombre y un simpático niño que rechaza la camiseta antes del mundial y acaba abrazado al equipo en los últimos minutos de la final.

Por último, lo histórico suele ser insulso. Eso suele llevar a que los hechos históricos reales se ficcionizan para hacerlos más «agradables». En cambio, en Invictus, da la sensación que ha querido respetarse las situaciones históricas que se dieron sin apoyarse en cosas que no pasaron.

Por ejemplo, hubiera sido mucho más fácil para escribir el guión que el presidente y el capitán se hubieran visto más veces de las que sale en el film. Hubiera dado más tiempo a construir una relación que, en realidad, se sustenta en la distancia.

Sin embargo, Eastwood ha sido capaz de aprovechar elementos que debieron darse en la realidad para dar relieve a una amistad que va más allá. La visita a la prisión y la posterior reflexión que Damon hace con su novia en la habitación del hotel.

Parece que el director americano refuerza su interés por los conflictos raciales en Invictus después de triunfar con Gran Torino y, de otra manera, en films como Banderas de nuestros padres y Cartas de Iwo Jima. Personalmente creo que esta vez ha reflejado mejor en conflicto que en Gran Torino, en un discurso mucho menos maniqueo.

En lo que nunca falla Clint es en explicar bien aquello que se propone hacer llegar al espectador. Y no cabe ninguna duda de que Invictus no es una excepción. Si no la has visto, no te la pierdas. En mi opinión, una de sus películas más interesantes.