LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA

Es habitual que la gente, cuando quiere ver una película, prefiera saber, por lo menos, de qué va la película. No es ese mi caso. Me gusta que el primer minuto ya me sorprenda. Y, para eso, no puedes ni siquiera haberte acercado a una sinopsis.

Eso es lo que me ha pasado con «la escafandra y la mariposa», un título que es como la película. Poético sin caer en la cursilada. La película cuenta la historia real de un alto ejecutivo de una revista de moda que sufre una extraña enfermedad, el síndrome del cautivo. Son personas que padecen una parálisis a la práctica total pero que razonan con absoluta normalidad. En este caso, el protagonista sólo puede guiñar un ojo. Con tenacidad, se propondrá escribir un libro con la ayuda de sus terapeutas.

Desde el punto de vista formal, la película hace una propuesta que va más allá de lo que estamos acostumbrados a ver. Aprovechando el camino que marcó en su día la premiada «johnny cogió su fusil» a principios de los 70’s, cuenta la historia desde un punto de vista muy subjetivo. No podía ser de otra manera, si tenemos en cuenta las características del personaje. Pero el cine ha evolucionado mucho a nivel estético desde entonces. Y en este camino que hemos emprendido para superar el postmodernismo, el film está contado en gran parte en planos subjetivos. Superan la mitad del metraje. Y, a pesar de la supuesta limitación que ello supone, las composiciones del plano rozan lo pictórico. De una belleza innegable.

Todo y que como propuesta estética es muy interesante, aún lo es más desde el punto de vista conceptual. Parece que, poco a poco, estamos rompiendo una barrera que el cine clásico nos había impuesto. Durante años creímos que la única forma de contar una historia era mediante campos-contracampos apoyados con planos generales. El plano-secuencia subjetivo está ganando terreno. Propuestas como «REC», «Monstruoso», «Blair Wicht project» están haciendo uso, de diversas formas, de la tensión que produce un plano en continuidad.

De todas formas, «la escafandra y la mariposa» da un nuevo paso en esa dirección. Introducirse, por tanto tiempo, en la manera de ver las cosas (literalmente) del protagonista nos conmociona. Nos imprime algo del cinismo que no esconde respecto a su delicada situación. Y nos transmite toda su fuerza, todas sus ganas de vivir, de «moverse».

En coherencia con la historia de quien está paralizado y no puede apenas comunicarse, la película cuenta con muchas imágenes puramente oníricas, como las propias escafandra, símbolo del cuerpo como cárcel, y la mariposa, como la libertad que da la imaginación.

Esta coherencia también se palpa en la relación que se establece entre la psicología del personaje y la composición de los planos. El ejemplo más claro lo encontramos en su forma de ver a las mujeres. Él es un mujeriego y eso convierte a todas en objeto de deseo para nosotros, los espectadores. Sus escotes, sus faldas cortas o sus sonrisas mueven nuestras entrañas y deseamos tocarlas. Pero, como él, no podemos.

Os recomiendo mucho que la veais aquellos que no la hayáis hecho aún. Y a los que sí, pues este es el mejor espacio para llevarme la contraria 😉