A menudo la industria cinematográfica nos ofrece títulos de factura comercial que no merece la pena perder ni un segundo en su visionado. Pero en este caso, Alfonso Cuarón, nos atrapa en esta película que, he de confesar, no me atraía en absoluto.
Para empezar presenta una plantilla de actores con un nivel muy notable. En mi opinión, especialmente Clive Owen y una de las mejores interpretaciones de Michael Caine. Reconozco que no disfruto tanto con la guapa Julianne Moore.
La narración, claramente postmoderna en muchos aspectos por la tridimensionalidad de los personajes, sus estructuras «antisistema», como esos largos planos secuencia o, incluso, las claras influencias que los videojuegos tienen sobre la película, es espectacular. No es tampoco muy habitual films donde las sorpresas son en realidad eso, sorpresas. Los giros son constantes y las escenas que generan nuevos problemas a los protagonistas tampoco resultan nada previsibles.
La profundidad de las descripciones es enorme. Sólo con lo que la película nos muestra en segundo plano podríamos realizar un análisis profundísimo sobre el modelo de antiutopía que el film ofrece; los conflictos con la inmigración, la manipulación mediatica, el conflicto seguridad vs. democracia, los ideales vs. pracmatismo… Sólo queda un pequeño espacio donde la indolente oligarquía del control del poder queda diluída. Sólo allí donde los coches y los enormes pisos se transforman en una gran finca hippie y liberal, los miedos a la vigilancia total, desaparecen.
Me parece que hay muchos momentos en la película sobervios, pero destacaría 3;
– En primer lugar, hay una jugada a tres bandas muy interesante. Antes de poder ver la primera imagen escuchamos diversas noticias que nos intrucen en la antiutopía. Es el sonido de un mundo sin niños. A la hora de película, la comadrona en una escuela ya vacía, recalca el mensaje con una de las frases importantes («es muy raro lo que sucede en un mundo sin voces de niños»). Pero todo eso quedará ligado con un último plano en el que la esperanza se hace posible y, cuando los créditos aparecen, se materializa con el sonido de un grupo de niños jugando.
– También destacaría la brillante persecución del coche que no arranca. Estamos acostumbrados a escenas de persecuciones con continuos cambios de plano, en la urbe, y a 5000 revoluciones. En este caso, Cuarón juega con la convención de género y hace justo lo contrario; plano secuencia, en el campo y con coches que se niegan a arrancar.
– Un último elemento. La película tiene 2 clímax, cosa poco habitual y, en mi opinión, arriesgada. Y, en cambio, el resultado es genial. Consigue emocionarnos tanto cuando los protagonistas salen del edificio, como cuando a la película le queda apenas 1 minuto.
En definitiva, uno de esos pocos títulos donde los cinéfilos y los consumidores de productos comerciales, podemos encontrarnos.