La nueva película de Woody Allen, Si la cosa funciona, narra la historia de un brillante físico, culto, progresista, neoyorquino y sociópata que ve en el resto del mundo un montón de paletos. Por azar, y después de tratar de suicidarse tras una crisis de pánico frente a la muerte, acoje a una joven que es la antítesis de él; alegre, sureña, no muy inteligente e impresionable.
Allen vuelve a girar en torno a los temas que le llaman la atención; religión, arte, el sentido de la vida, hipocondria, relaciones personales con los elementos en contra, desengaño… Pero en este caso también incluye elementos que sólo han aparecido puntualmente en su filmografía; la relación entre la América cosmopolita y la profunda.
Si la cosa funciona es un film ligero, sin más intención que hacer pasar un buen rato a quien pague la entrada. En este caso, las secuencias cómicas se suceden una tras otra sin dejarte parar de reir haciendo uso, eso sí, de los habituales recursos que te obligan a «estar puesto» en algunos temas para entenderlas.
Los personajes son los típicos arquetipos cómicos que hacen gracia por lo previsibles que son. Partiendo de este aspecto, es ineludible en un film de Woody Allen que los actores tengan un alto nivel interpretativo. Me sería difícil quedarme con uno de ellos en concreto porque están bastante bien todos.
Larry David, que interpreta a Boris Yellnikoff, el protagonista, está muy creíble en una especie de alter ego del director algo más corrosivo. Evan Rachel Wood interpreta a la chica, Melodie. Empezó de niña, llegando a participar en alguna película de éxito como Prácticamente magia y dándose a conocer en Thirteen. Pero este último año ha estrenado dos películas que sobresalen; El luchador y la que estamos comentando.
El resto de actores también están muy bien, y me gustaría destacar el papel de la impresionante Patricia Clarkson, madre de Melodie, que ya hemos podido ver en otras películas como Vicky Cristina Barcelona, del mismo Allen, o Elegy de Coixet. La divertida evolución de su personaje la interpreta con muy buena nota.
Son constantes los elementos metacinematográficos; largas charlas directamente ya no a cámara sino al espectador, que rompen definitivamente la 4ª pared y claras referencias a films como algunos de los musicales de los inicios del sonoro. Fred Astaire y Ginger Rogers hacen una aparición fuera de campo, y me pareció reconocer que el tema inicial del film es de El cantor de jazz, con la voz de Al Johnson, aunque no lo tengo confirmado. También hay guiños a cine de los años 40, en concreto, hay una muy evidente que toma en su origen a la película de Capra, ¡Qué bello es vivir!
En definitiva, Woody Allen vuelve a entretenernos con otra de sus pequeñas obras cómicas que, a pesar de no estar entre lo mejor de su catálogo personal, sobrepasa la mediocridad media de las carteleras.