Soy muy consciente que las miserias y bajezas de la gente tienen un valor altísimo en televisión. Programas basados en ello los hay a patadas. Ejemplos como Gente o Diario de Patricia (que ya no se llama así pero parecido) son sólo algunos de los que basan sus contenidos en dramas personales.
Sé que los medios privados, teóricamente, tienen derecho a emitir un poco lo que quieren si cumplen algunas pocas premisas, como el horario infaltil protegido que, por cierto, no cumplen. Pero ojo, no olvidemos que son concesiones públicas. El espacio radioeléctrico es limitado y sí que tienen una serie de obligaciones de servicio público.
Aún así, me considero tolerante con lo que los medios deciden hacer. Pero reconozco que algunas veces me da una grima increíble ver según qué programas.
No recuerdo qué día de esta semana por la noche, casi sin querer, acabé viendo en uno de los canales secundarios de telecinco, el juego de tu vida. Ni siquiera sé, ni me importa mucho, si el programa lo siguen produciendo o no. Pero me llevó a un par de reflexiones.
El programa consiste en que a un concursante, que previamente ha pasado por una máquina de la verdad, se le hace un cuestionario y, si dice la verdad, puede llegar a ganar 100 mil euros.
A pesar de que detesto estos programas, despertó en mi una curiosidad increíble. Reconozco que me quedé clavado en el sofá. ¿Qué hacía yo viendo un programa que critico sin piedad? Está claro que despierta unos resortes en nuestra emotividad que son difíciles de controlar.
Pero lo que más me interesa es, ¿qué mueve a alguien a contar sus miserias por una cantidad así de dinero? Una mujer, para ganar 10 mil euros ya había confesado que engañaba a su marido, se había prostituído y ofrecía servicios a sus clientas de un centro de estética para los que no tenía licencia.
¿De verdad que 10 mil euros valen todo eso? ¿Qué se puede hacer con ese dinero? ¿Un gran viaje? ¿O dos? ¿Pagar algunos atrasos en una hipoteca valen la pérdida de credibilidad total en tu negocio?
Cuando luchaba por los 40 mil euros, le hicieron una pregunta en la que mintió y, por tanto, ni siquiera se llevó ese dinero.
Parece que valoramos el dinero por encima de su valor real y eso acaba por traducirse en gente que se deja vejar por un puñado de euros. Es el negocio de las desgracias del prójimo. Y, por cierto, es adictivo.