Hace unos días, mientras preparaba el post sobre el manifiesto de los 300 intelectuales, me encontré una foto que me hizo pensar. La foto es la que aparece sobre estas líneas. Me llamó la atención la frase: «Nos queremos». Y todo ello rodeado por la bandera catalana y la española. Formulado como pregunta es interesante: ¿nos queremos?
Lo que denota el mensaje es claro: Catalunya y España nos queremos. Puedo estar equivocado pero esta imagen tiene pinta de estar sacada de alguna expresión, ya sea en forma de miting, manifestación o evento, de algún partido o entidad unionista. Unionismo entendido como un colectivo que defiende la unidad de España.
Lo interesante es, pues, no es lo que denota sino lo que connota. ¿Y qué connota? La práctica totalidad de los españoles y también muchos catalanes unionistas, interpretan que el amor a España y la voluntad de permanecer en ella son una misma cosa. ¿Cómo podría alguien querer a España y, a su vez, querer dejar de pertecer a ella?
Todo ello lleva a una conclusión clara. A pesar de que ya casi nadie niega en Catalunya que el trato que nos dispensan las instituciones españolas, especialmente en lo económico, no es justa, el cariño al estado sólo puede expresarse por la vía del unionismo: queriendo participar de sus instituciones. Si se la quiere, se cambia desde dentro.
Pero todo ello contrasta con una realidad. Los gestos independentistas, cada vez más, basan su discurso en el mensaje positivo. En las manifestaciones no se insulta a España y los españoles. Se habla de la voluntad de la gente. Se habla del gusto que da pasear rodeado de tant gente que piensa como uno. ¡Ah! Y se reparten pegatinas que rezan «España, país amigo».
Debemos modificar el paradigma del debate. Acabe como acabe esto no puede construirse sobre animadversiones. Ni sobre recelos. Ni odios. Si España supera este trance como los unionistas quieren debe acabar porque en España se respeta la singularidad catalana como algo enriquecedor. Si lo hace a través de la independencia, es fundamental que seamos países amigos. Si no hermanos.
Yo quiero la independencia. No sé si alguna vez lo he expresado tan claramente en el blog. Pero yo no odio España. En España tengo mis raíces: mis abuelos paternos nacieron en Aragón. Parte de mi familia vive en Valencia, en Andalucía, en Madrid. He pisado casi todo el país. Tengo buenos amigos. Leo a los escritores españoles y veo sus películas. ¿Cómo iba yo, ya no a odiar, sino a no estimar España? ¡Imposible!
Los odios y las animadversiones no podemos permitirnos que dominen los debates. Odiar no construye. El amor tampoco implica querer compartir cama. Negar las profundas relaciones que nos unen roza lo ridículo. Construir desde el afecto es mucho más inteligente sin que eso deba implicar que no se puedan abrir ciertas puertas.