La lucha en contra de los recortes sociales que, efectivamente, se están produciendo ha tomado diferentes banderas a lo largo de la crisis. La última responde a un resume el drama y la injusticia de forma muy representativa.
Es cínico que nos pidan que nos apretemos el cinturón a la vez que los bancos nos roban dinero público. Pero lo que ya es insoportable es que, encima, esos bancos echen a la calle a gente a ritmo de más de 500 desahucios diarios. Ninguna sociedad sana puede quedarse mirando eso y aceptarlo con naturalidad.
Aunque yo creo que con una cierta intencionalidad, se han ido filtrando muchos suicidios relacionados con esta causa. Para mi, eso son suicidios inducidos y, por tanto, crímenes. Digo muy alto que, en mi opinión, más de un ejecutivo debería estar en cárcel. Salvo alguna excepción, los bancos están realizando un papel absolutamente lamentable.
Ayer decía que no podemos esperar apropiarnos del dinero de los ricos. Pero que, encima, ellos se apropien del dinero de la clase media es insoportable. Y toda la protesta se ha sintetizado en uno de los movimientos que ha generado más unanimidad social: la dación en pago como obligación moral, acompañada de la reivindicación del alquier social.
Asumo como propios los porqués de esta lucha. Comprendo por qué se vehicula a través de la dación. Incluso he movido mi posición en un aspecto: he discrepado de la necesidad de la aplicación de la dación y ahora lo miro con mejores ojos. Probablemente influído por la unanimidad social que se respira. Y podemos sentirnos orgullosos porque, a pesar del escarnio al que nos están sometiendo, no ha habido ni una pizca de violencia.
Lo que no ha cambiado en mi es que me lo miro con una gran incomodidad. Ayer decía que la izquierda tiende a aplicar un pensamiento muy lineal: si hay dación en pago, sale ganando el pueblo y los bancos son los que asumirán las pérdidas. Yo no creo que sea así.
En primer lugar, los bancos han demostrado que las pérdidas jamás las asumirán ellos. Las asumiremos nosotros por diferentes vías. Bajarán los intereses que nos pagan por nuestros depósitos, aumentarán las comisiones. Y, si con eso no llega, volveremos a rescatarlos y aquí todo arreglado.
En segundo lugar, eso genera inseguridad a los bancos y el crédito, que ahora no fluye, retrasará su entrada en el sistema alargando la crisis y, de forma indirecta y paradógica, aumentando los casos de desahucios.
En tercer lugar, si a partir de ahora las hipotecas vendrán con la dación en pago obligatoria, subirán los intereses. Seguro. Porque eso está aumentando el riesgo de los bancos. E igual que cuando aumenta el riesgo de impago de España, aumenta la prima de riesgo, si tu puedes dar las llaves a cambio de cancelar la hipoteca, los intereses subirán.
En cuarto lugar, esto sólo tiene sentido aplicarlo de forma retroactiva. O esos 500 desahucios diarios no los pararemos. Pero eso genera imagen de país poco fiable. Poco serio. Las empresas huyen de países que, cuando los contratos que han firmado no les gustan, los cambian con leyes. Eso genera paro.
En quinto lugar, aunque lo que se está produciendo con los bancos es de una injusticia enorme, no me gusta la idea de decir que la gente firmó absolutamente manipulada. Asume una concepción del ser humano que me molesta profundamente. Tenemos mucho más poder de decisión del que creemos (o queremos) tener.
Pero lo peor de esto es que esto no evita los desahucios. Estos se producirán igual. Es decir, esta política no evita el drama social de gente que deja de tener un sitio donde vivir. El verdadero drama se mantendrá, aunque las condiciones futuras, es verdad, que en cierta medida les cambian.
Si opino todo esto, ¿por qué miro ahora con más simpatías este cambio? Pues porque no tengo alternativa. El hecho de que no haya dación en pago no sólo condiciona el presente de forma terrible sino que, además, condiciona enormemente el futuro de estas personas. Aunque debo decir que esta solución no es tan buena como la gente está valorando.
Las normas tienen que hacerse pensando en la gente. Pero hay que medir las consecuencias más allá del presente inmediato. Que las buenas intenciones no nos lleven a un empobrecimiento generalizado de las clases medias o los pobres estarán perdidos de verdad.