El relato de la derrota

cataluña

Me he resistido mucho a escribir un post en la línea del que ahora leeréis. Lo hago a regañadientes, pero encuentro que es imprescindible una mirada serena sobre la situación en que se encuentra el secesionismo a menos de 100 días de las elecciones. Las redes sociales y la calle vive en un permanente estado de histerismo que no augura nada de bueno para el catalanismo de cara al 27S. Creo que los datos se tienen que mirar con serenidad, o nos haremos daño.

Muchos decían que si no queríamos perder la iniciativa política, las elecciones tenían que ser antes de las municipales. Ahora sabemos que tenían razón. Es posible que hayamos dejado pasar una oportunidad histórica de ganar. Quizás sí. Ahora, quien surfea la ola, es Podemos. Ya no tenemos el control que teníamos sobre el tempo político, y ésta era una de las pocas herramientas que teníamos a nuestro alcance ante las armas que tiene un Estado poderoso. En todo caso, ya está hecho. Hay que mirar hacia adelante.

El catalanismo no ha sabido encontrar una fórmula ilusionante de cara a las elecciones que vienen. Defendí la lista unitaria, y a pesar de que no digo que ésta tuviera que ser la fórmula definitiva, sí que es cierto que hemos perdido atractivo. Lo cierto es que hasta el 9N nuestra gran fortaleza era la percepción de unidad del catalanismo, y hoy esta unidad no existe. Bajo ninguna fórmula. La gente se acusa sistemáticamente de ser los culpables de la división. No hablo sólo de los políticos, sino de la gente de base. Difícil sumar adhesiones cuando, entre nosotros, tenemos esta guerra fratricida.

No es serio acusar a otros de hacer bien las cosas. Los críticos con que ICV pacte con Podemos no están más que demostrando su impotencia. La izquierda españolista, por acto u omisión, se está organizando bien. No tienen ninguna obligación de apoyar nuestras propuestas. Si las fuerzas de izquierdas españolistas son más atractivas que las catalanistas para los catalanes, algo pasa. Lo que hace falta no es cambiar ni ICV ni Podemos, sino abrir una reflexión en ERC y en la CUP.

No todo es dramático. Quizás haya que mirar los datos otra vez. El 9N decíamos que hacían falta unos 300 mil votos más a favor de la independencia. Ahora, cuando escucho a los tertulianos que han matado el proceso infinitas veces decir que el independentismo se deshincha, no puedo más que reír. El voto claramente catalanista se mantiene sobre el 45%, al cual se tendría que sumar voto de otras fuerzas, como ICV, que aglutinan voto a las dos bandas del eje nacional. Así ha sido en las elecciones municipales, aunque no se puedan extrapolar directamente sobre las catalanas. Y así es en la encuesta de El Periódico publicada esta semana pasada.

A pesar de que toda la encuesta busca deslegitimar el tono plebiscitario de las elecciones con preguntas tramposas, el hecho cierto es que la encuesta es creíble. Pero insisto, el voto catalanista se mantiene sobre el 45%. Con un añadido. Este voto es, cada vez, más claramente independentista. Los partidos han ido clarificando sus posiciones. No perder voto es una buena señal.

Por lo tanto, no hay que ponerse tan nervioso. Lo que hace falta es trabajar estos 3 meses para convencer a los que el 9N votaron SíNo. El gran drama no es que la gente haya perdido las ganas de tirar adelante el proceso, sino que después de medio año, estamos donde estábamos.

Tampoco tenemos que olvidar el contexto en que se celebrarán las elecciones. Llegaremos con toda la inercia post 11S. Será una inercia de victoria. Si conseguimos que los partidos catalanistas no se saquen los ojos en plena campaña electoral, si hacemos el que hacíamos, si defendemos el derecho de la gente a dudar, si defendemos el derecho de la gente a opinar diferente y seguimos insistiendo, tenemos mucho ganado. Si no, podemos abandonar ahora mismo.

Si el catalanismo quiere tener opciones de victoria, tiene que abandonar este histerismo propio de quien teme que las cosas pueden no irle bien. Sin quererlo, estamos alimentando el relato de la derrota cuando, objetivamente, no estamos mal. La propuesta tiene que mantener la ilusión que tenía. O dejaremos pasar una oportunidad que nadie nos garantiza que se vuelva a producir en el tiempo, digamos, de una legislatura.