El hecho de emprender requiere un optimismo a veces desmesurado. Es difícil llevar algo a término si no te convences del proyecto que llevas entre manos, si no eres capaz de marcarte objetivos ambiciosos y, a la vez, levantarte cada mañana con la seguridad de que los vas a conseguir.
La lucha del emprendedor tiende a hacerse a solas. Y más en nuestro país, poco dado a las inseguridades y riesgos de una aventura de este calibre. Te ves obligado a convencer a empleados, amigos y familia de que las cosas van a salir bien. De que esa criatura que estás alimentando día a día llegará un momento en el que se hará mayor.
Y no siempre es fácil. Los temores pueden llegar a carcomer tus certezas con el consiguiente riesgo de arrastrar hacia abajo tus auténticas aptitudes y, con ellas, las posibilidades de tu empresa. Puede que a tu proyecto se le presentara un futuro más solvente si los miedos no te hubieran hecho mella.
Al emprendedor no le basta con levantarse cada mañana recordando cómo va a cumplir los objetivos de la jornada. Esta obligado, además, a visualizar con nitidez los objetivos cumplidos. A la empresa y a él triunfales, en toda su grandeza. Pero cuando uno se siente derrotado, esa actitud no sale de dentro con naturalidad.
¿Qué hacer si el miedo te atenaza? Si ya no sientes la seguridad que te había acompañado o si, simplemente, sueñas con crear algo pero la inseguridad puede más que tú. En ese caso, propongo contradecir al refranero popular.
El dicho dice que el hábito no hace al monje. Es la versión sacra del hecho que, a veces, expresamos con el verbo cosas distintas a las que delatan nuestras acciones. Sin embargo, la realidad viene a demostrar que ponerse el hábito de tanto en tanto te acerca a la vida monacal.
Levántate por la mañana y, cual monje piadoso repite la oración; «Hoy será un gran día». Será un gran día. No que puede ser un gran día. Sin duda lo será. Sin intentos, sin ojalás… Con toda la fuerza y con la seguridad que no tienes pero que debes recuperar por el bien de tus objetivos.
Mirarse al espejo con ese convencimiento, repetirse en voz alta antes de cada momento importante que vas a dar la talla. Que nada de a lo que puedas llegar a enfrentarte va a estar por encima de tus posibilidades. El mundo es tuyo… si te lo recuerdas.
Al principio suena ridículo; ¿Que será un gran día? Pero si hoy van a llamarme 2 clientes molestos, y no tengo tiempo de acabar un documento para mañana. Bueno, dale tiempo… Llega un día en el que, de repente y sin saber por qué, cuando acabas de decir la frase, se te escapa una media sonrisa mientras descubres que lo crees de verdad.
Algunas veces las dosis de luz que requiere ser emprendedor llega a superarte. Por eso, en las ocasiones en las que el corazón no bombea con la suficiente fuerza, deja que tus labios lo ignoren articulando la fe que necesitas. Ponte el hábito de monje feliz, consciente de sus grandes posibilidades. Antes de que te quieras dar cuenta, te habrás convertido al credo del optimismo.