¿Por qué algunos países son tan ricos y otros tan pobres? ¿Qué diferencia a los que crecen, y disponen de una clase media fuerte y acomodada, de aquellos donde la mayor parte de la población apenas subsiste? El ensayo clasifica los países en dos grandes grupos: los inclusivos y los extractivos:
- Las naciones inclusivas son aquellas que tienen unas instituciones que descentralizan la riqueza y el poder. Los poderes políticos permiten que la gente use sus recursos de forma libre, lo que empuja a la aparición de emprendedores y, con ellos, la innovación.
- Por el contrario, las naciones extractivas son aquellas en las que el poder, ya sea político y/o económico, tiende a concentrarse. Sus élites luchan contra la destrucción creativa porque pone en riesgo su statu quo. Como consecuencia, matan la innovación y, con ella, el crecimiento económico.
Los autores consideran que liberalismo económico y político sólo pueden ir unidos. Tanto da si el poder emana de la política y una excesiva capacidad de extraer riqueza del sistema productivo, o de un poder económico con capacidad de protegerse a través de influir sobre el poder político. Ambos son caras de una misma moneda y tienen el mismo final: pobreza.
El libro se apoya en multitud de ejemplos históricos, como La Gloriosa a finales del s.XVII, la revolución inglesa que favoreció la aparición del parlamentarismo, o los squartters en Australia. Estos son sólo dos de los muchos que ponen para mostrar cómo la aparición de instituciones inclusivas revierten crecimiento y redistribución de riqueza.
El libro es una delicia. De lo más interesante que he leído en tiempo y se lo tengo que agradecer al gran Juan Sobejano, que me lo recomendó hace unos meses (lo acabé hace también algún tiempo). Es fácil comprarle la tesis central, sobre todo para un liberal como yo: lo más nocivo para una sociedad es que las instituciones sean tan poderosas que controlen las leyes y se apoderen de los recursos. Poderes menos centralizados generan círculos virtuosos y su contrario espirales de pobreza.
Sin embargo, cuando choca con la realidad, no resuelve bien el embate. Es fácil decir que en la mayoría de los países africanos y latinoamerica tienen gobiernos extractivos que hacen sufrir a sus ciudadanos. Pero el crecimiento de China, el paradigma de país de planificación central y poco dado a las libertades individuales, contradice sus argumentos. Simplemente lo zanjan con que su crecimiento topará con un techo cuando su mano de obra deje de ser barata.
El análisis sobre China es superficial porque hay un pecado escondido en su planteamiento. Tratan como sinónimos sociedad inclusiva y sociedad capitalista. Los autores pintan la línea entre los países con mercados libres y los países con mercados socialistas. Y ahí creo que cometen un error. Primero, porque impide entender el éxito de China y concluir que, necesariamente, es un éxito efímero. Pero, sobre todo, porque impide la autocrítica y sesga el análisis del éxito al presente: obtener éxito es ser exitoso ahora. Quién sabe si el éxito con fecha de caducidad será el nuestro…
Hubiera deseado que analizaran el escenario que muchos economistas dicen que vivimos: el mercado libre ha traído muchas bondades. Negar eso es negar una evidencia. La práctica totalidad de los países libres son capitalistas. Sin embargo, todos los indicadores GINI nos dicen que la riqueza se está concentrando en esos mismos países. Mucha gente que innovó en el pasado, ahora en el poder, tiene los mismos incentivos que esas clases extractivas que describe el libro. ¿Pueden acabar las sociedades libres ahogadas por culpa del “premio” que otorga a los que más aportaron en el pasado? Hoy mismo las GAFAM se pelean por seguir controlándonos. ¿Canibalizan el sistema de libertades convertidos en la nueva clase extractiva?
Los autores ni plantean esa cuestión. Para ellos, la razón que explica el éxito o fracaso no es multifactorial. Sólo responde a una discusión binaria: sociedades inclusas o extractivas. Si inclusivo y capitalista es lo mismo, no hay más que decir. El resto de cuestiones sencillamente son irrelevantes. Por ejemplo, ignoran en qué medida el bloqueo que algunos países ejercen sobre otros empobrece a los segundos, o cómo algunos de los recursos de los países pobres acaban drenando a los países ricos a través de relaciones dudosas entre poderosos occidentales y estructuras políticas corruptas. ¿Qué parte de ese extra de crecimiento de las sociedades «inclusivas», y que redundaba en construir sociedades aún más libres, tiene que ver con la “exportación” de la pobreza y extracción a través de formas modernas de esclavismo?
Los autores despachan deprisa que la geografía no es una variable que condicione la economía de los países. Ponen ejemplos como Sonora, una ciudad cruzada por la frontera entre EEUU y México. La parte de la ciudad en el norte es rica, la parte en el sur pobre. Así, concluyen, la geografía no es un elemento crítico para explicar el éxito o fracaso de un país. Sonora u otros ejemplos, demuestran que la geografía por si sola no explica la pobreza de los países, pero eso no quiere decir que sea irrelevante. Sorprende que no expliquen por qué los países tienden a agruparse según su riqueza. Si la geografía no incidiera de ninguna forma en las posibilidades de éxito de un país, deberíamos esperar una distribución de países ricos y pobres más repartida.
Las evidencias sustentan la tesis central: las sociedades inclusivas (¿podemos llamarlas abiertas de mente?) tienden a ser más receptivas a la innovación y, por tanto, al crecimiento económico. Sobre todo, es más agradable vivir en ellas. Sin embargo, es simplificador equiparar capitalismo y libertad y considerar que las interacciones entre estados y las condiciones iniciales no juegan ningún papel relevante.