Christopher Nolan suele introducirnos en un cosmos oscuro, con toques siniestros, a la vez que los acompaña de espectaculares e imposibles movimientos de cámara que nos transportan casi inevitablemente a un mundo imposible. Allí donde las coordenadas que rigen nuestro mundo tienden a cruzarse enmarañadamente hasta tener más proximidad a nuestros sueños que a la realidad que estos usan como combustible para crear sus realidades paralelas.
En Origen (Inception), Nolan deja de enmascarar ese mundo detrás de un personaje de cómic y nos muestra directamente ese mundo que tantas veces había recreado (ya sea en forma de sueño, ya sea, las más, en forma de pesadilla). Y lo hace con cierta destreza.
Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) es un ladrón con una curiosa técnica. Es capaz de entrar en la mente de la gente mientras duerme, de manera que, sin ser conscientes, sus víctimas explican sus secretos más valiosos. Pero a Dom lo contratan para hacer justo lo contrario: introducir una idea en la mente de alguien sin que este sea consciente de ello a cambio de recuperar a sus hijos, de los que tuvo que separarse por motivos algo oscuros.
Aunque se perfilan algunas reflexiones interesantes (como el libre albedrío) no es una película que se preocupe demasiado de su vertiente más filosófica. Más bien, se aprovecha de esta para la dramatización y para llevar las situaciones aún más al límite.
Chritopher Nolan, en Origen, no hace más que ser fiel a su particular estilo de hacer cine: historia que evita los convencionalismos en su estructura y, cómo no, sus referencias unas veces más explícitas que otras, a nuestro inconsciente. Por ejemplo, en Batman origen, no parece casual, vista con perspectiva su carrera, que el malvado del film sea un espantapájaros, uno de los más conocidos arquetipos jungnianos.
En este caso, la exploración es mucho más profunda. Y juega con la herramienta narrativa más interesante que le daba el sueño. Los sueños son cortas fases de cuando dormimos de apenas unos minutos de duración y que, en cambio, nosotros percibimos que duran mucho más. Eso, sumado a los diferentes grados de profundidad psicológica bien traídos a su terreno, le da unas posibilidades enormes.
Por último, añadiría sin entrar en detalles, las mezclas que en los sueños se produce entre la «realidad» del sueño y la «realidad» real como cuando soñamos que caemos de un precipio y, en realidad, nos hemos caído de la cama.
Todo este cocktel viene acompañado de una plantilla de actores de un nivel muy alto: Leonardo DiCaprio, Marion Cotillard, Cillian Murphy, Michael Caine… Al único que no acabo de ver en su papel es a Joseph Gordon-Levitt, el protagonista de 500 días juntos.
Visualmente es espectacular. El hecho de que se trate de sueños le da una libertad creativa sin límites y que Christopher Nolan aprovecha. Tiene ese punto algo barroco de El señor de los anillos en una historia contemporánea que no se ahorra algún homenaje, como un descenso de esquiadores al más puro estilo James Bond.
Si no la has visto, no te recomiendo que sigas. Eso sí, cuando lo hayas hecho, ¡vuelve a acabarlo!
Respecto a los sueños, me gustaría concretar algunos aspectos redundando en cosas que antes he comentado. El juego entre realidad y sueño le da a Origen muchas posibilidades. Yo destacaría 3:
Cuando vimos Lost, nos hicieron disfrutar con un elegante juego entre los flash backs y los flash forwards para acabar descubriéndonos lo que se ha popularizado como flash sideway. Los flash sideways consisten en mostrar dos historias que están sucediendo simultáneamente para los mismos personajes. Lo que nos pareció entonces una novedad, resulta que ahora también lo explora Origen.
Pero yo diría que estos flash sideways son, incluso, más interesantes que los de Lost porque, como si tuvieran vasos comunicantes, interactúan entre ellos. Y ahí reside su fuerza. Aquello que sucede en un estadio superior de conciencia afecta irremediablemente a los estados inferiores. Para redondearlo, cada una de estas realidades paralelas requieren también de un final que será simultáneo para cada una de las tramas que se abren. De tal manera que el clímax, necesariamente, ha de llegar en el mismo momento a todas.
Por último, destacaría un hecho más que interesante. En principio, contar una historia significa contar una serie de hechos ligados entre ellos de forma causal. Es decir, aquello que estamos viendo en un momento dado del film se produce a causa de lo que hemos visto inmediatamente antes estableciendo una relación de causa-efecto hasta que llegamos al final.
Pero en Origen estamos en el mundo de los sueños, donde todo es posible. Cada sueño es como una nueva película, con su principio este no causado. Y donde las cosas más inverosímiles (como situaciones agravitacionales o donde la muerte no implica más que subir a un estado superior) pueden producirse. Eso le permite a Nolan justificar ciertas incongruencias por el camino sin que las visagras de la narración rechinen.
Y más importante que eso: convierte el Deus ex machina en causal. Un Deus ex machina es algo que sucede en una narración sin justificarse. No deberían usarse nunca porque suelen utilizarse para «salvar» al héroe cuando está en una situación de la que él sólo no podría salir. ¿Qué interés tendría una película en la que supiéramos que, en un caso extremo, el héroe podría llamar a una corte de ángeles para que le sacaran del atoyadero?
Lo curioso es que en Origen eso sí está permitido. De repente el Deus ex machina está causado por el mundo en el que nos hemos introducido. Es un Deus ex machina causal. Te preguntarás por qué a este freaky le preocupa tanto que las cosas puedan pasar porque sí. Pues sencillamente porque, conforme nos acostumbramos a que las cosas no requieran de una explicación previa, estamos aumentando drásticamente las posibilidades narrativas de nuestras historias.
Algunos (la mayoría) han intentado romperlas pero con poco oficio. Es un deporte de riesgo. La crítica puede destrozarte y el público salir de sala sin haber entendido nada de lo que trataban de contarle. Pero Nolan lo hace con un gran acierto consciente de hasta dónde puede llevar esta potente herramienta narrativa.
Para acabar, destacaría el plano final donde, con sutileza, se juega con una dualidad que ha acompañado toda la película. Al dejar la peonza danzando sin que caiga rendida sobre la mesa, no podemos evitar preguntarnos aquello que ya se formuló en Matrix o Paul Watzlawick hace años en su famoso libro ¿Es real la realidad?
En definitiva, Origen es una de esas pocas películas de acción y trepidantes que merece la pena ir a ver al cine. Su potencia visual sólo es alcanzada por su muy buena narración y por unos personajes muy bien trabajados. Una pieza para dejarse llevar.