Da igual el arte del que hables. Cuando un escrito se refiere a los orígenes de alguna expresión artística, la primera frase siempre es; «Ya los primeros hombres…». Y puede que siempre tengan razón. El cine no podía ser menos. Y también los primeros hombres expresaban en las paredes de sus cuevas sus ganas de expresar movimiento.
Más allá de lo certero de esas apreciaciones que hacemos de las pinturas murales de la prehistoria, y de la posible raiz antropológica que pueda tener la búsqueda de retratar el movimiento, lo que sí parece cierto es el interés del ser humano por representar cada vez de una forma más fiel la realidad. Y el cine es, sin lugar a dudas, el que más ha sido capaz de aproximarse a esta.
Y lo que también es evidente es que al cine (también como en todo lo demás) no se llega por atajos sino a través de una evolución más o menos lenta a través de una serie de útiles que buscaban efectos parecidos. Sé que hacer un repaso por esas tecnologías precinematográficas da algo de palo a priori. Pero ya verás como la disfrutas porque, vista desde ahora, tienen mucha gracia.
El primero de todos fue la cámara oscura. Seguro que has oído hablar de ella pero puede que no sepas de qué se trata. Imagina que tienes una caja de zapatos con su tapa. Coge algo punzante pero no muy grande para hacer un agujero en una de sus paredes y… ¡Bualá! Ya no tienes una caja de zapatos sino una cámara oscura.
Bueno, ¿y eso para qué sirve? Sencillamente, la luz que entra por ese agujerito es capaz de proyectar sobre la pared opuesta de la caja lo que hay frente al agujero. ¿Qué te parece? Ya sólo tienes que poner algún material fotosensible, es decir, que reaccione a la luz, para tener una cámara de fotos. De hecho, una cámara de fotos no es más que eso. No me negarás su importancia para hacer cine…
Las cámaras oscuras son más viejas que la tos. No tenemos ni idea de quiénes fueron los primeros en utilizarlas. Lo que sí sabemos es que los griegos ya las utilizaban. Así que echa cuentas…
Hubo que esperar al s. XVII para que se diera el siguiente avance significativo desde el punto de vista tecnológico. Fue en esa época cuando un jesuíta alemán inventó… La linterna mágica. Sé que el nombre promete. Y te aseguro que responde a las expectativas. Era un aparato en el que tú metías una imagen y se proyectaba donde quisieras. Algo parecido a las diapositivas de hoy en día. ¿Te parece poco? Voy a contártelo de otra manera a ver si opinas lo mismo.
Las cámaras oscuras siempre se habían utilizado para coger imágenes de «fuera» y meterlas «dentro» de la caja con la intención de estudiar fenómenos. Sobre todo cuando no podías mirar directamente con los ojos, como un eclipse de sol. En lo que cayó nuestro jesuíta es en hacer el camino inverso. Es decir, poner una imagen «dentro» de la cámara oscura y «sacarla» fuera. Si intentas ponerte en la época es un cambio revolucionario. ¡Tiene mucho mérito!
Como decíamos, una vez teníamos la cámara oscura, era sólo cuestión de tiempo que a alguien se le ocurriera meter dentro de la caja algún material fotosensible. La primera cámara fotográfica tal y como hoy la entendemos fue conocida como daguerrotipo. Estamos hablando del s. XIX y los hemos visto en muchas películas que retratan aquella época.
Como sabes, el cine nos muestra 24 fotogramas (o frames) por segundo. Cada uno de esos frames es una imagen estática, como una fotografía. En cambio, nosotros no tenemos la impresión de que sean una sucesión de imágenes estáticas sino un continuo. Eso no sería posible si nuestro ojo no tuviera una propiedad que conocemos como persistencia retiniana.
Durante mucho tiempo se ha pensado que la persistencia retiniana era una propiedad física del ojo. Ahora parece que algunos se plantean que ese efecto se produzca en el cerebro. Sea como fuere, lo que sí es cierto es que a la que nos muestran 16 imágenes por segundo tenemos la sensación de que se trata de un continuo.
Todo esto viene a que esta propiedad también llevó a hacer algunos avances que nos acercaron a lo que hoy conocemos como cine. Uno de los primeros es el zootropo, en el s. XVIII. Todos hemos visto alguno. Se trata de una especie de tambor sin tapa y con unas muescas en la parte superior con un animal dibujado en la parte interior de tal manera que, al hacerla girar, genera la ilusión que el animal se mueve.
Otro ejemplo es el taumatropo. En este caso se trata de una superficie circular como una moneda con un dibujo en cada uno de los dos lados. En uno de ellos dibujas, por ejemplo, un pájaro. En el otro, una jaula para pájaros. A cada lado de la circunferencia hay una cuerda. La enrollas y luego estiras. La «moneda» empieza a girar tan rápido que genera la ilusión que el pájaro está dentro de la jaula.
Con el tiempo aparecieron otros como el praxinoscopio o el fenaquistiscópico. En todo caso, el verdadero nuevo cambio relevante fue el kinetoscopio desarrollado por el equipo de Edison, que juntó los descubrimientos en óptica y la persistencia retiniana con los avances en la fotografía.
Consistía en un aparato capaz de grabar y reproducir una «película». Cuando digo película no me refiero a una historia sino a una serie de imágenes que generan sensación de movimiento y que están grabadas sobre una película fotosensible.
Edison, que tenía una visión de negocio espectacular demostró que, hasta los mejores se equivocan con los grandes negocios. Él creía que a nadie le interesaría ver esto de forma colectiva; es decir, en algo parecido a lo que hoy llamamos sala de cine. Así que, para ver sus películas había que poner el ojo y mirar a través de visor. Es decir, que era una experiencia individual. Claro, ahora puedes hacerte el chulo y pensar que Edison era un tonto. Pero ya se sabe que todo el mundo es buen general después de la batalla.
No tardaría en llegar el grabador y proyector de los hermanos Lumiere pero eso… ya serán los primeros pasos de la historia del cine…