La física nace de hacerse preguntas sobre nuestra experiencia diaria. En un principio, la intuición era su motor. Cuando Newton se dio cuenta que las manzanas se caían al suelo, se preguntó por qué. En base a ello buscó una regla matemática que le ayudara a predecir a qué velocidad caería y, por ejemplo, con qué fuerza golpearía al suelo la manzana que cayera del árbol. A eso lo llamamos la ley de la gravedad.
Pero la ciencia evolucionó y, a princpios del s. XX, algunos experimentos demostraron que la realidad de lo muy grande y de lo muy pequeño era mucho menos intuitiva de lo que nos pueda parecer. Dos teorías nacieron y caminaron por separado unos cuantos años para acabar cogidas de la mano, aunque aún discrepan en algunos puntos; la Teoría de la Relatividad de Einstein y la Mecánica Cuántica.
Si miramos a nuestro alrededor, percibimos 3 dimensiones de espacio y una de tiempo. En el espacio parece estático. Un metro es un metro y no hay alteración posible. Y respecto al tiempo pasa otro tanto. El reloj marca su paso sin que ninguna condición externa parezca poder afectar. Además, nuestra experiencia demuestra que el espacio y el tiempo son realidades absolutamente separadas. Pero es sólo lo que parece…
Ni las historias de Iker Jiménez son más espectaculares que la realidad. Ya comenté en el blog que, cuando algún objeto va a una velocidad cercana a la de la luz, el tiempo se dilata (pasa más poco a poco) y el espacio se contrae. O, lo que es lo mismo, ese objeto mide el tiempo más lento que nosotros y las distancias más cortas. Pero, ¿cómo puede ser que suceda esto?
Como digo, nuestra percepción es que el espacio y el tiempo son dos realidades distintas. Pero es sólo nuestra percepción. La realidad es que están intimamente ligadas. Juntas forman un todo. No es que tengamos un 3D de espacio y 1D de tiempo, sino que vivimos en un 4D de espacio-tiempo. Y asi es como lo llaman los físicos; el continuo espacio-tiempo. El problema es que percibimos un mundo en 3D y se nos hace imposible imaginar uno de 4.
No te sientas insultado, pero imagina que eres una pobre ameba que se pasea por la superficie de un plástico que hace de tejado de una cabaña de un niño. Como buena ameba, llevas toda su vida recorriendo distancias cortas y, de hecho, jamás has salido de la superficie del plástico. Lógicamente, este es plano y, para una ameba el mundo es en dos dimensiones. Puede ir hacia adelante, atrás, derecha o izquierda. Arriba y abajo es una idea que, para ella no existe.
Pero un día una piedra cae sobre el plástico y este se deforma. ¿Notaría algo la ameba? ¡En absoluto! Sus dimensiones (delante, detrás, derecha e izquierda) siguen intactas. Si no fuera porque tienes inquietudes sobre física, jamás notarías la diferencia entre su universo plano o su universo doblado. Pero, ¿cómo podría descubrir que su universo ha sufrido un pliegue?
Imaginemos que encuentras un exquisito manjar. Ahora no tienes hambre pero quieres asegurarte de que nadie te la roba. Y decides hacer rondas en círculo para que nadie, venga de donde venga, te la pueda arrebatar. Así que dibujas una circunferencia perfecta sobre tu superficie 2 dimensiones. Pero como eres muy perfeccionista, decides asegurar que tu círculo es perfecto, así que tomas medidas de la distancia respecto al radio y… ¡sorpresa! El radio resultante es menor de lo que esperabas!
Si la ameba es suficientemente lista, llegará a la conclusión que lo único que puede pasar es que su universo 2 dimensiones esté deformado dentro de otro universo 3 dimensiones. Pero la pobre nunca podrá imaginarse ese universo 3 dimensiones.
Eso es justo lo que nos pasa a nosotros. Tenemos evidencias de que nuestro universo es de, por lo menos, 4 dimensiones (teorías cuánticas van mucho más allá, pero esa es otra historia), pero son evidencias indirectas. Y, como la ameba, somos incapaces de imaginar en nuestra mente más de 3 dimensiones.
Así que, mis queridas amebas, perdón, lectores del blog, bienvenidos a la cuarta dimensión de la física relativista.