Hay un detalle que algunos expertos aquí en Catalunya están señalando y mucho me temo que en el resto de España la gente desconoce. ¿Qué relación hay entre los municipios y el movimiento independentista? ¿Es que puede tener? Sí, y mucha.
Desde la llegada de la democracia, los partidos de perfil catalanista han tratado de atraer competencias hacia la Generalitat, que ha llegado en gran medida, un mayor control económico, que ha llegado a medias, y un reconocimiento nacional, que apenas ha calado en la forma de articular España por parte de sus diversos gobiernos.
Visto con perspectiva, a principios del milenio, en Catalunya hubo un desgaste emocional imporante. El nacionalismo tenía la sensación que no conseguía su objetivo primordial, el reconocimiento histórico. Y todo ello, a pesar de los constantes acuerdos entre Pujol y los gobiernos centrales.
Cuando ganó Maragall este intentó dar el paso definitivo. Un paso que, a ojos de los catalanistas del PSC, no interesaba a CiU. Cerrar de una vez el preciado reconocimiento. Según ellos, eso dejaba CiU sin discurso. ¿Cuál era el plan? Apoyo a un reformista para liderar el PSOE (Zapatero) y lideró una modificación estatutaria que acabó Montilla y que pretendía fijar aquello que la constitución no se atrevía hacer: declarar abiertamente que Catalunya es una nación.
¿Qué pasó al final? Zapatero no resultó ser tan reformista. El proceso del Estatut se alargó una eternidad. Primero para que los catalanes nos pusiéramos de acuerdo. Después para que en Madrid le «pasaran el cepillo». Y finalmente, cuando lo transquiló el TC.
El desgaste emocional fue enorme. Muchos años y, no sólo no se fijó la identidad sino que se puso en cuestión cosas que eran sagradas, como la inmersión lingüística. La Generalitat que durante años había prometido garantizar esos valores indentitarios, no sólo había fracasado. Seguía insistiendo en que sería el garante una vez perdida toda credibilidad.
Pero semanas después de la sentencia del TC, se convocó una manifestación que cambio inercias. El 10 de Julio de 2010, un millón de personas salió a la calle a reclamar el respeto a l’estatut. El eslogan era: «som una nació, nosaltres decidim» (somos una nación, nosotros decidimos).
La Generalitat estaba noqueada. No supo tomar el pulso de la calle. Lo que se percibió como una humillación hizo crecer el indepentismo que se nutrió de federalistas frustrados. Y sucedió algo sorprendente para los que desconocemos la historia.
Apareció un nuevo protagonista: los municipios. Unos meses antes de la manifestación, algunos municipios lideraron unas consultas populares a modo de referendum. Los alcaldes y los consistorios empezaron a pronunciarse a favor de permitir que la gente vote libremente. Por primera vez en mucho tiempo, el nacionalismo catalán hacía algo que alegraba sus bases.
La cosa no acabó ahí. Una nueva iniciativa trato de provocar que los municipios que lo desearan se declararan municipios a favor de la independencia. Y algunos de ellos han enarborado la bandera estelada, símbolo de la reivindicación independentista.
Si esto no era suficiente, un nuevo partido de base municipal empezó a cuajar en el imaginario colectivo: las CUP. Se trata de un partido de izquierdas, asamblearista, hiperdemocrático. Y que ha consolidado presentándose primero sólo en los municipios. Yahora ya están en el parlamento.
Desde mi punto de vista esto tiene una significación social (los ayuntamientos son las administraciones que están más cerca de la gente) e histórica (la proclamación de la República Catalana del 14 de abril del 31 se hizo desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona) muy importante.
Todo ello parece estar cuajando en la famosa manifestación del 11 de septiembre y, en realidad, los resultados de las elecciones parecen corroborarlo, aunque la mayoría no sea operativa. El proceso, acabe como acabe, sólo habrá sentado sus bases. Quizás el futuro de Catalunya se esté escribiendo desde abajo hacia arriba.