Un holograma es una placa fotográfica que tiene la imagen grabada en 3 dimensiones. Si eso llama la atención, espera a esto; si divides una placa en 2 partes, cada una de ellas será capaz de reproducir la imagen entera. Y por cada división que hagas sucederá lo mismo. Esto es así porque cada punto de la placa guarda información de toda la imagen.
Hace unos meses, con un amigo nos planteábamos si, en realidad, a nosotros nos pasaba un fenómeno parecido a este. Acabábamos de terminar de ver Esto es ritmo. Allí, un profesor de danza, en base a una posición corporal, les decía a unos niños qué probabilidades tenían de triunfar en la vida. Es decir, algo tan puntual como extender bien los brazos, o la posición del mentón podían ser muy relevantes.
Paralelamente todos nos hemos encontrado con situaciones parecidas. De hecho, cada vez que conocemos a alguien decidimos de forma inconsciente si va a caernos bien o no en cuestión de un par de minutos. Y todo lo que, en realidad, podemos leer tiene su base en factores físicos; posición del cuerpo, facciones de la cara, estructura corporal… Y solemos equivocarnos poco…
Está claro que nosotros tenemos nuestra forma de ser y esa información se transmite a cada uno de los puntos de nuestro cuerpo y de nuestra forma de actuar frente a las cosas. Lo que yo me preguntaba era si no era posible que alguno de esos elementos pudiera ser contradictorio con nuestra verdadera forma de ser.
Mi conclusión es que no o, al menos, muy raramente. La gente que baila, como en el documental que antes citaba, transmite su actitud en la vida. Estoy seguro que alguien experimentado puede analizarlo y extraer conclusiones casi definitivas.
Y, como en el caso de los hologramas, si vamos dividiendo la tarea analizada en partes más pequeñas, la información sigue ahí en su totalidad. En el caso del baile, un sólo paso o una simple postura.
De esa manera, una persona que sepa leer el cuerpo hasta ese punto, puede deducir nuestra forma de trabajar, estudiar, escribir, o de divertirnos. Y no sólo eso, sino que el que nos ve trabajar, estudiar, escribir o divertirnos, puede deducir todo lo demás. O casi.
Esto tiene algo de desalentador porque todos tenemos aspectos que no nos gustan y que tratamos de evitar. Intentamos no hacerlos pero, sobre todo, de transmitir. Que la gente nos los vean.
Pero visto lo visto, parece inevitable que la gente que nos rodea perciba contiuamente cada uno de nuestros defectos y, eso sí, también de cada una de nuestras virtudes.
Hay una segunda pregunta, que casi me interesa más. Imaginemos que una persona poco segura tiende a no mantener la espalda recta. Si la endereza, ¿mejorará su seguridad?
No sé qué diría a este respecto un psicólogo. Yo intuyo que sí. Si los cambios pueden ir desde dentro hasta fuera, ¿por qué no podrían ir de fuera a dentro?
Igual que en las fotografías holográficas, somos un todo que se contiene en cada una de las cosas que hacemos o decimos. Mirarlo así me genera tanta fascinación como vértigo. Somos a la vez tan simples y tan complejos como un holograma.