Cuando llega el mes de agosto, los medios de comunicación sufren una transformación curiosa. Las bajadas de audiencias se convierten en lógicas bajadas en los ingresos por publicidad. Y a ese proceso, ellos suelen llamarlo algo así como dar un tono fresco a los contenidos.
Básicamente consiste en hacer artículos de prensa o programas de televisión y radio en los que el interés del contenido es cero pero, eso sí, en color amarillo y naranja, que parece que encaja con la época del año. Ellos dicen que la gente tiene ganas de contenidos más ligeros. Total, que si durante el año ya tenemos que soportar a muchos personajes extravagantes, en verano se multiplican por doquier.
Pues puestos a llevar la contraria, yo voy a tratar de hacer el camino inverso y además, con un tema que me apasiona pero que no suelo tocar; la ciencia. El tema es densito pero, a quién no le apetece un buen batido de fresa de esos que hay que ir al gimnasio para soberlo con la cañita.
Y si hay una ciencia dentro de las ciencias que me atrae es la física. ¿Qué tiene la física que no tengan otras? Pues que son incomprensibles, al menos para mí, pero de una belleza increíble. Muchas veces trato de explicar que son poéticas, pero no acabo de explicarme bien porque la gente no lo entiende.
Decía Eisntein que, para que una ecuación fuera válida debía ser bella. A parte de que a alguno le pueda parecer que con esas pintas estudiaba algo más que la relatividad, el hecho cierto es que tenía razón. Entonces, ¿qué quería decir?
Yo, que no soy físico ni nada que se le parezca, estaría de acuerdo con él porque es curioso como procesos naturales supercomplejos, como la relatividad o muchos fenómenos cuánticos están descritos por ecuaciones más que sencillas. A un sólo golpe de vista, si sabes leer la ecuación, que es todo un arte, comprendes el fenómeno. Por ejemplo, algo que hemos estudiado todos en el colegio y que aún no acabamos de entender por qué pasa es la gravedad. No podemos ni imaginar qué debe suceder entre dos planetas (por ejemplo) que se atraen. Creemos (hasta donde yo sé sólo creemos) que se envían mutuamente unas partículas a las que hemos llamado gravitones. Y, en cambio, algo tan difícil de entender, se describe sólo por una relación (división en cristiano) entre las masas de los planetas y la distancia que los separa al cuadrado. Ya sé que hay una constante, pero es sólo una especie de «ajuste» matemático. ¿Cómo puede ser que un fenómeno que parece tan complejo es tan… sencillo que lo puede estudiar un niño de 12 años?
Así que muchos de mis próximos posts serán sobre estas ecuaciones tan bellas y sorprendentes a ratos. ¡Ah! Y la próxima vez que veáis una, en vez de pegar un bufido, miradla a ver si sois capaces de encontrarles el encanto, que lo tienen.