Volviendo de la oficina he escuchado que la Generalitat de Catalunya modificará el decreto que le permite otorgar las creus de Sant Jordi para que, también, pueda derogarlas. Y todo ello para poder retirársela al ahora denostado Fèlix Millet por el escándalo del Palau de la Música.
Para los que no estéis del todo situados, la creu de Sant Jordi es, en teoría, la mayor distinción que otorga la Generalitat a personalidades de gran honorabilidad de la sociedad catalana. Nació con el espíritu de poner de relieve a gente que pudiera servir de modelo para el resto de la sociedad. En pleno inicio del pujolismo, se consideró que era bueno subir a los altares a mucha gente. Y ello ha llevado, a la larga, a una cierta banalización de la distinción.
Pero ahora resulta que hemos distinguido a un tipo, por lo visto con una gran capacidad seductora, que ha aprovechado el apellido de su familia para llenarse el bolsillo. El govern le ha pedido que lo devuelva pero, como no parece dispuesto a ello, pretenden modificar el decreto lo más rápido posible para crear el mecanismo de revocación de la distinción.
Como concepto, a mi me parece bien que a Millet se le retire. Pero eso de modificar una ley… No soy ningún experto y pido perdón de antemano si cometo alguna incorrección en conceptos jurídicos. Pero me parece evidente que es una modificación ad hoc. De hecho, así lo ha expresado el conseller Baltasar después de anunciar sus intenciones; “estamos pensando en el caso Millet”.
La pregunta es; ¿es democrático modificar una ley para perjudicar a una persona? Aquí no se trata de si este tipejo merece alguna consideración por nuestra parte. Los jueces harán su trabajo y él ha confesado, así que no dudo que recibirá la pena que se merece. Pero el hecho de que Millet me revuelva el estómago no justifica cambiar la ley.
Es cierto que algunas veces nos damos cuenta que alguna ley no la hemos articulado todo lo bien que deberíamos y, después de una desgracia, hemos procedido a hacer cambios. Pero hay una diferencia sustancial; eso no ha afectado a los implicados en el caso en cuestión.
Recuerdo que hace años que salieron unos nazis en informe semanal haciendo apología de la xenofobia. El escándalo fue tal que se modificó la ley para que fuera un delito. Pero aquellos chicos salieron libres porque ellos no habían cometido ningún delito. Y es lo justo.
Si hay una diferencia importante entre la democracia y los sistemas totalitarios es, precisamente, que la ley no puede utilizarse ni a favor de uno ni en contra de nadie. ¿No os parece que este es un caso evidente? ¿Dónde está nuestra talla democrática si permitimos este juego? ¿Dónde están los límites?
No es el único caso que hemos vivido en democracia y en algunos casos hablamos de leyes muy importantes. Y antes de que nos convenzan de que merece la pena modificar una ley porque perjudica objetivamente a nuestros enemigos como sociedad (violentos, ladrones, aprovechados…) preguntémonos si no estamos a cambio cediendo parte de nuestra pequeña parcela de democracia.