La película situa al Papa Francisco y al emérito Benedicto XVI en una conversación fictia previa a la renuncia al cargo del segundo. Bergoglio quiere renunciar, cansado de una Iglesia que no cuida de los más débiles y Benedicto trata de convencerlo que, si lo hace, dañará la imagen de la institución.
La película mezcla la teatralidad de «La duda» con unos debates sobre el papel que debería jugar la Iglesia y el Vicario de Cristo como máximo exponente, que recuerdan a los que Guillermo de Baskerville tiene con Jorge de Burgos en «El nombre de la Rosa». Y, como sucediera en el clásico de Eco, los dos modelos de Iglesia chocan a través de dos figuras carismáticas y, en este caso, reconocibles por todos.
La historia está razonablemente bien trenada y los diálogos fluyen, a pesar de que asumen el riesgo de estar contados en tiempo real, lo que tiene un mérito considerable. El texto, además, lo remachan las interpretaciones que, a ratos, brillan.
Donde la película se encalla para mi gusto es en la construcción de los personajes. Benedicto es casi tan temible como Jorge de Burgos y Francisco más santurrón que Guillermo. Después de la flojísima «Francisco, el Padre Jorge», el documental de Wenders «Francisco, un hombre de palabra» y esta de Meirelles, al Papa Francisco le habrán hecho todas las hagiografías antes de morir.
Meirelles no es santo de mi devoción. «Ciudad de Dios» me interesó más, pero quizás es mejor que los otros films suyos que he visto (me decepcionaron «A ciegas» y «El jardinero fiel»). Debo, eso sí, tacharle que califique su film de «inspirado en hechos reales» porque sabe que muchos interpretarán la reunión como real. Me pregunto a qué tipo de Iglesia achararía una conducta así.