Desde hace un par de semanas el debate español vuelve a estar centrado en la relación entre Catalunya y España. Ha trascencido que Rajoy quiere bajar la tensión con Convergència sin, eso sí, calentar una relación en horas muy bajas. Pero Wert parece que no se enteró y, en su afán por «españolizar a los niños catalanes» ha presentado una ley de educación que cambia sustancialmente el estatus del catalán en la escuela.
No pienso perder un minuto justificando de nuevo el por qué de la necesidad de la inmersión lingüísitica en Catalunya. Ya lo hice. Y expliqué que tratar de forma igualitaria a dos lenguas suele implicar no tratarlas de forma idéntica.
También cuesta creer que haga falta demostrar la obviedad de que el PP tiene, entre sus sueños húmedos, hacer desaparecer, ya no el catalán, sino la cultura catalana. Todo ello siguiendo aquella máxima del «divide y vencerás» con la lengua después de que todas las formas de catalán excepto la balear toman nombres diferentes al propio, en algunos casos de lo más sui generis. Y el balear ya se están insinuando. Y si no, al tiempo.
Lo que ya es de un cinismo descomunal es una España tan preocupada porque los niños catalanes no aprenden castellano (aunque los estudios internacionales digan lo contrario) cuando hay una decena de casos de demanda de estudiar en castellano y a ninguno le preocupe los miles que piden escolarizarse en valenciano y, en cambio, no les ofertan la plaza.
Y algunos bien intencionados dicen, y no con falta de razones, que quizás lo que busquen es precisamente que discutamos esto para no debatir lo «realmente importante»: la calidad de la educación. A mi me parece fantástico. Eso relega a que la lengua «no es importante», lo que casi roza lo insultante. Pero si hay que debatir sobre «lo importante», lo hacemos. Si hace falta discutimos por qué los jóvenes no encuentran trabajo. Porque somos tan malos en matemáticas y en comprensión lectora.
Tienen razón. No hay debate. Al menos no educativo. Si incluso PISA dice que el nivel de castellano de los niños catalanes es tan bueno o tan malo como el del resto de españoles. La inmersión funciona para enseñar las dos lenguas. ¿Este debate que abren las instituciones españolas es educativo? No, es identitario. Nacionalista.
Discutamos, pues, de lo importante. Pero si ello implica que deje pasar como si nada que el catalán pase a ser una «especialidad» me niego. No es mi responsabilidad que el debate esté desnaturalizado. Es de ellos, de la oligarquía de poder instalada en los aledaños del congreso de los diputados.
Así que, si hay envite del toro Wert, responderé. Responderemos como pueblo. Ya lo estamos haciendo. El mismo día que nos decían que somos unos esencialistas, los parlamentarios españoles recurrían en Europa una ley de patentes porque no podía patentarse sólo en la lengua de Cervantes.
Wert es un toro bravo. Y nosotros no tenemos demasiado poder. Muchas veces, cuando queremos echar mano no tenemos ni banderillas ni estoque. Incluso a veces nos cuesta encontrar el capote. Quizás nos dé caza con sus temibles astas. Pero lucharemos. No nos lo miraremos desde la barrera.
Lo digo con todo el respeto, pero nosotros no somos la Comunidad Valenciana. Y sí. Desde aquí le pido a mi futuro gobierno que, en caso de que nos impongan esta ley, se declare insumisa. Y, sin perder un minuto, entonces sí. Hablemos de hay que hablar: educación.