Alberto Lacasa

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Política

Motivos para el Sí el 27S: España no cumple

En el relato que construyen los medios españoles, los catalanes nos hemos vuelto locos. Como les gusta utilizar, nos hemos olvidado del seny y nos domina la rauxa. Si pueden decirse así en medio de frases en castellano para folclorizar el catalán, mejor que mejor.

Mas nos la lavado el cerebro. O comido, como prefieras. No damos cuenta cuenta de que este hombre, lo único que quiere es su parcela de poder. Y, sobre todo, poder hacer recortes, recortes y más recortes. Y robar, claro. No olvidemos eso.

La realidad es muy diferente. La realidad es que las instituciones españolas nos han engañado en cada negociación. Podemos hacer un repaso en cada estadio.

En los años 70, los catalanes pecamos de ingenuos. Llegamos entre todos a un acuerdo que hoy llamamos constitución. Los catalanes reclamamos que se reconociera nuestra singularidad en la constitución. Aceptamos una insinuación en el texto constituyente muy vago que hablaba de las “regionalidades y nacionalidades” que componen el estado, sin especificar cuáles.

El acuerdo constitucional nos pareció bien como un acuerdo de mínimos. Pero era de máximos. Contábamos que eso abriría la puerta a que, un día, el reconocimiento nacional fuera pleno. Cuando desarrollamos el texto del estatuto del 2009, nos dejaron claro que nacionalidad y nación son cosas distintas (sic). Al no especificarse en el texto constitucional qué comunidades eran regiones y cuáles naciones, quedó en papel mojado.

También renunciamos a concierto, lo que hoy llamamos pacto fiscal. El concierto sería inecesario si el uso de los recursos que hace el estado fuera leal con Catalunya. Nos equivocábamos. La desinversión en Catalunya ha sido constante desde que llegó la democracia. Alrededor de un 8% del PIB.

Se dice que fue Convergència o Pujol quienes renunciaron. Como explica el historiador Jaume Sobrequés, eso es falso. Él, que asistió como parte del PSC, admite que fue ese partido y no el nacionalista el que se opuso.

A cada nueva negociación de la financiación de la Generalitat con el estado, se mejoraban los ingresos de la Generalitat para luego recortar en la misma cuantía el gasto que hacía la administración central. Incluso llegó a transferirse una parte muy importante del IRPF para, pocos meses después, bajar el impuesto. Eso limitaba de nuevo la recaudación de la Generalitat.
En el 2003, con Maragall se quiso redactar un nuevo Estatut bajo el amparo que Zapatero apoyaría el texto. El objetivo inicial era conseguir el reconocimiento nacional de Catalunya. El día siguiente de aprobarse el texto en Catalunya con el voto favorable del PSC, el propio PSC presentaba una montaña de enmiendas para modificarla.

En 2006, Mas llegó a un acuerdo con Zapatero. Se comprometió con un texto recortado. Alfonso Guerra afirmó que el Congreso le había pasado el cepillo. Los catalanes lo votamos y entonces, el PP lo recurrió al TC. Cuatro años después, el tribunal recortó de nuevo el texto.

Las instituciones españolas se comprometen para después no cumplir. Cualquier nuevo pacto que ofrezcan a los catalanes debería llevar unas garantías que fueran mucho más allá de su palabra. E, incluso, de las leyes. Porque hasta éstas ignoran si van en contra de sus intereses.

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Política

Corrientes de fondo

Pedro Sánchez

En las tertulias de bar, a las que soy un adicto, es bastante común la pregunta: “¿Tú crees que el 27S habrá independencia?”. Hay respuestas de todo tipo. Desde el que sólo recurre al que la ley lo impide, al que cree que la voluntad lo es todo, pasando por los que defienden que la cuestión es bastante más compleja.

Honestamente, no tengo ni idea de qué pasará después del 27S. Aunque Podemos modifica bastante las condiciones de la contienda, considero plausible una victoria en diputados soberanistas y un empate técnico en votos. Probablemente, con algunos votos más a favor de las fuerzas unionistas. Eso nos lleva a un escenario difícil. Pero se dé el que se dé, suelo terminar la frase añadiendo que la independencia es inevitable a largo plazo.

Muchos españoles estarían de acuerdo conmigo en que estamos viviendo una segunda transición. Con voluntad de ser preciso, creo que estamos cerrándola. Aunque no considero que estemos en sus últimos compases, sí interpreto que empieza a sonar la coda final.

No cabe duda que la crisis está catalizando este proceso. Quizás, sin ella, todo esto hubiera llegado mucho más tarde. Pero su corriente transformadora es anterior a la crisis. Abro un pequeño paréntesis. No deja de ser sorprendente cómo se ha utilizado la crisis para legitimar las opciones de cambio político en España y, a la vez, para deslegitimar el proceso soberanista catalán. Cierro paréntesis.

Los vectores de cambio son, básicamente, tres. Se está exigiendo un cambio político. No creo que sea exactamente hacia la izquierda, como percibo es el sentir popular. No cabe duda que Colau y Carmena han logrado un gran éxito. Pero no hay que perder de vista que representan un 25 y un 32% de los votantes respectivamente en dos grandes ciudades. En mi opinión, lo esencial es que las marcas de siempre, o se transforman o serán sustituidas. Seguirá habiendo una España que exige políticas sociales y otra que apuesta por el conservadurismo. No rompemos, por tanto, con las políticas de derechas sino con la estirpe o la “casta”, como les gusta decir a algunos, que ha heredado el gobierno tras la caída del régimen. Es decir, vector número 1: queremos romper con el caciquismo franquista.

El segundo vector, quizás menos obvio en España. Franco hizo que los españoles se avergonzaran de sus símbolos. Tras la dictadura, se han escondido. Aunque los usaban y ha molestado cualquier gesto de no adhesión más o menos duro o explícito, el hecho cierto es que han preferido cohesionar a través de otros símbolos.

Pero esa vergüenza ha ido menguando. Poco a poco, la izquierda le ha perdido el miedo. Lo alimentan tres cuestiones; las políticas de Aznar, creo que es su gran victoria y herencia. Los éxitos deportivos de la última década con cánticos desacomplejados como “yo soy español”. Por último, el proceso independentista catalán. Esta suma de cuestiones es lo que explica, por ejemplo, el slogan que usará el PSOE de cara a las generales; “Más España” o también que Pablo Iglesias sea el político que más utiliza el concepto patria.

Quiero hacer notar es que estos valores ya estaban ahí. Subyacían. No es cierto que los únicos nacionalistas en España fueran los franquistas. También hubo exposiciones duras en contra del catalanismo por parte de Azaña.

Yo nunca he sido españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco.

Dejo de lado que este comentario certifica que, en parte, la guerra española era una guerra contra Catalunya. Si no era suficiente,  a posteriori, Negrín hizo comentarios en la misma línea cuando era presidente de la república en plena guerra civil.

No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza.

Es decir, sólo reflota lo que ya existía. Nada nuevo ni exclusivo de la derecha. Muy anterior a la propia guerra civil. Por tanto, segundo vector: recuperación del orgullo nacional español.

El tercero, obviamente, es el proceso catalán. El catalanismo se siente, en general, maltratado. Como decía Germà Bel en una cena a la que asistí, el Estatut del 2003 nació con voluntad de articular una España federal y acabó convertido en un muro de contención para no perder competencias. Las tensiones con el ya exministro Wert demuestran que no fue útil ni siquiera para eso. La sentencia del TC fue, para muchos, una ruptura emocional con España muy difícil de reconstruir.

Lo que provoca a ojos catalanistas esta tensión, es la percepción de que los españoles viven como una agresión una fórmula que no sea la del estado centralizado. Bajo esta premisa, el desacomplejamiento identitario de la izquierda española, la emergencia de Ciudadanos, que nace para luchar contra el nacionalismo catalán, y el persistente uso de los símbolos patrios por parte del PP, no hacen más que alimentar dicha percepción.

A eso cabe sumar que, a pesar de lo que publican los medios, el peso de las fuerzas soberanistas elección tras elección, se mantiene. En las elecciones municipales, las fuerzas soberanistas vuelven a sumar un 45%. Sumando todo el voto Colau al unionismo, están sobre un 44%. Es decir, el ánimo ha decaído, pero en 5 años, el soberanismo mantiene el pulso. Esto difícilmente es un soufflé.

España tiene derecho a recuperar la normalidad de sus símbolos y a hacer un cambio político profundo. Más cuando responden a corrientes de fondo. Ahora bien, se me hace difícil imaginar una Catalunya acomodada en esa realidad. Ni veo a España dispuesta a cambiar su ruta ni a Catalunya renunciando a su identidad. Si no hay cambios, el desencuentro se producirá. Tarde o temprano.

Política

Yo no odio a Podemos

Podemos

Cuando una sociedad tiene el nivel de tensión en el que vive España es casi comprensible que las posiciones se muevan en extremos. La gente exige claridad de posturas. Aquel que no tiene una posición definida al 100% acostumbra a recibir respuestas con un velo de maniqueísmo. Lo vivimos en Cataluña respecto a la independencia y lo vive España respecto a la regeneración y, más en concreto, respecto a Podemos.

Es difícil hacer entender a la gente que entiendes perfectamente por qué está recogiendo tantas esperanzas Podemos y que, en cambio, estés frontalmente en contra de las soluciones que proponen. Es casi como estar a favor de los banqueros, de los desahucios y hasta de los corruptos de PP, PSOE y CiU.

¿Por qué creo que una victoria de Podemos es mala para España? Podemos parte de argumentos que son ciertos: primero, el sistema está montado para favorecer a grandes grupos de poder. Segundo, los partidos de toda la vida están absolutamente corrompidos. Y tercero, no hay una verdadera división de poderes que garantice un sistema democrático.

¿Cuáles son sus recetas? Primero, auditar la deuda e impagar aquella parte que se considere ilegítima. Segundo, subir los impuestos a los ricos. Tercero, nacionalizar sectores estratégicos o, cuanto menos, amenazar a estos sectores con hacerlo si no cumplen con ciertas exigencias. Cuarto, aplicar una Renta Básica Universal (es decir, el estado paga un salario a todo el mundo). Hablan de una opción menos costosa; en vez de una renta fija sería variable en función del salario de cada uno.  ¿Su modelo? Algunos países de Latinoamérica, que han aplicado fórmulas parecidas. ¿Dónde está el problema de todo esto?

El año pasado, el estado generó un 6’62% de déficit. O sea, unos 60.000 millones de euros. ¿De dónde sale este dinero? Básicamente de los bancos (sobre todo los de aquí), y también inversores de todo el mundo. ¿Qué pasará si les decimos que parte de la deuda no la pagaremos? Que o no nos prestarán en una buena temporada o nos lo prestarán a un precio inaceptable. Luego, el gobierno sólo tendrá 2 opciones: o recortar esos 60.000 millones de un día para otro (lo cual dejaría en cosquillas los recortes que hemos hecho) o recaudar más.

La respuesta no puede ser (sólo) su segundo punto: “subir los impuestos a los ricos”. En 2013, los ricos españoles mejoraron su patrimonio en bolsa en 7.000 millones de euros. Fue un buen año para ellos porque en 2012, en su conjunto, perdieron dinero. Supongamos que nos quedamos con ABSOLUTAMENTE TODO el dinero que han ganado ese año en bolsa. Es evidente que eso provocaría una huída de inversiones. Así que el dinero que hubiéramos ganado en 2013 ya no lo ganaríamos en 2014. Pero supongamos que no es así. Si el déficit actual es de 60.000 millones y nos apropiamos de todas sus ganancias en bolsa, nos siguen faltando 53.000 millones.

Es verdad que las grandes empresas tienen una capacidad enorme de bajar su impuesto de sociedades (es como el IRPF de las empresas). Podemos dicen que es a causa de la falta de regulación. Yo creo que por un exceso (leyes que les permiten bajarse el impuesto a ellos y al resto no). Los beneficios de las empresas del IBEX35 en 2013 fue de 17.770 millones. De nuevo, si nos quedamos con ABSOLUTAMENTE TODO (olvidando que en 2012 perdieron dinero y que, después de cobrarlo todo, huirían corriendo del país), nos siguen faltando algo más de 35.000 millones. Es el equivalente a todo lo que pagaremos en intereses en 2015. Es decir, que deberíamos quedarnos con TODOS los beneficios de los súper ricos y, además, impagar TODOS los intereses de la deuda.

Pero es que ese no es el verdadero problema. El problema es que son multinacionales y tienen mecanismos para “perder” dinero en el país que quieran. Tal como hacen Google o Apple. ¿Evitar eso? No depende de un sólo país. ¿Convenceremos, al menos, a Europa, para que busque una solución a esto tan a corto plazo como para que podamos financiar los 35.000 millones de euros que nos faltan para ESTE año?

La tercera columna es la nacionalización de sectores estratégicos (energía, comunicaciones…). ¡Cuántas veces he escuchado que es una pena no tener las plusvalías que hoy genera Telefónica! ¡O Endesa! Lo que no dicen es que esas empresas, cuando eran públicas, ¡perdían dinero! Si la conclusión es que es estratégico y que el dinero no es lo primero, lo acepto (aunque no lo comparto). Ahora bien, eso no reducirá el déficit. Al contrario, lo ampliará.

Por último, la Renta Básica Universal en su versión más light dicen que supondría 30.700 millones, por lo que deberíamos sumarlos a los que ya hoy generamos. Hoy por hoy, inviable.

A mi todas las propuestas de Podemos me parecen inviables y muy poco deseables. No para los ricos (que buscarán fórmulas para salvar su capital) sino para el pueblo. Yo no odio a Podemos ni desmerezco a los que creen que es la solución. Sólo discrepo de sus recetas. Espero que alguno lo entienda.