Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

guion y cine

Historia de los musicales (1); “No han oído nada”

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Es difícil saber por qué la gente acoge ciertos géneros cinematográficos con tanto cariño y otros, en cambio, los desprecia casi sin pensarlo. Cuando el cine empezó a ser como hoy lo conocemos y, años después, se le incorporó el sonido, uno de los más populares era el musical. Pero, ¿qué lo hacía tan atractivo?

Como a todas las nuevas artes, bebió de todos los artes que se movían a su alrededor. En los primeros rollos de película que se grabaron hace algo más de 100 de años, no es difícil notar claras influencias de la magia y, una vez llegado el discurso narrativo, del teatro.

En aquella época, los musicales en las salas de teatro triunfaban realizando espectáculos no muy diferentes de los que luego podríamos ver en películas como Melodías de Broadway de 1929; unos protagonistas que marcan la base de la historia normalmente romántica. Y, tras ellos, un “coro”, que acompaña tanto la música como el baile.

En segundo lugar, el cine estuvo coaligado a la música durante sus primeros 30 largos años de vida hasta la aparición del sonoro. Era música en vivo, normalmente con un pianista, que aportaba a la narración con su música. Acentuando momentos dramáticos, divertidos, o románticos. Así, la relación establecida entre música y cine está ya desde sus inicios.

Otro aspecto que no hay que olvidar es la ilusión que generaba ese cine hablado, que abandonaba el silencio. Trato de imaginarme esas sensaciones como parecidas a las que ahora nosotros sentimos respecto al 3D. Era toda una revolución que afectó, incluso, al número de imágenes por segundo que había que proyectar (algo que, por cierto, puede volver a pasar con la nueva tecnología que ahora desarrollamos).

En definitiva, ¿qué mejor y más completa expresión hay del sonido que la música? Musica bailada, y cantada. Síncrona con las imágenes mostradas y reforzando el realismo del artificio.

Por todo ello, no es extraño que la primera película reconocida como sonora sea un musical; El cantor de jazz (1927) de Alan Crossland. En realidad, esta es una media verdad, porque no está totalmente sonorizada y, además, la primera con sonido grabado es Don Juan, de 1926, donde podemos oir el choque de las espadas y efectos similares. Lo que hace histórica a El cantor de jazz es que es la primera película hablada.

La primera frase de el cantor de jazz pasará a la historia. Al Johnson, protagonista del film, cantante que escapa de la ortodoxia de su padre judío, frente a una multitud de público, dice; “Wait a minute, wait a minute. You ain’t heard nothing yet. Wait a minute and see it.” (Esperen un minuto, esperen un minuto. Aún no han oído nada. Esperen un minuto y verán.) Y tras esta frase para la historia, el magnífico número Toot, Toot, Tootsie. Atención a cómo silva a partir del segundo 39.

No hay duda que si algo ha pasado a la historia es la mítica imagen de un poco más arriba con Al Johnson con la cara pintada como un negro. Pero si algo emociona de verdad es que transmite la necesidad contenida del séptimo arte por hablar, por contar historias más complejas para las que los carteles explicativos eran una limitación. Cuando la ves, no te cabe duda de que estás frente a un tránsito entre dos épocas; entre las partes habladas (y cantadas) y las partes mudas, donde las explicaciones siguen con los carteles de antaño.

El sonoro en general y el musical en particular hicieron furor tras esta entrada triunfal. Así que las majors empezaron a trabajar en serio para realizar los mejores musicales. Y eso nos lleva a uno de los más brillantes de la historia y que después traería una buena serie de películas con el mismo nombre Melodías de Broadway, de Harry Beaumont y estrenada en 1929. Basada en la historia de dos hermanas que se comparten el sueño de triunfar en el espectáculo y el amor de un hombre, tiene algunos de los números más brillantes de la historia de los musicales.

El arranque nos situa en una Nueva York dinámica, reforzada por unos planos aéreos espectaculares. Y entonces, el protagonista entra en una sala donde un montón de músicos están ensayando. Me parece especialmente brillante el retrato que hace de un sitio donde se entremezclan muchas voces. Pero luego es capaz de fijarse en cada uno de ellos haciendo desaparecer el sonido de los demás. Y la escena se cierra con el tema principal de la película, del mismo nombre que el film.

Sólo un año antes del estreno de Melodías de Broadway, en la primera edición de los Oscars, ganó el premio a la mejor película una muda; Wings, de William Wellman. Sería la primera y última silente en conseguirlo. Y no deja de ser significativo que el segundo año fuera este musical el que se llevara la estatuilla.

De alguna manera, estos films sentaron las bases que llevarán nuestro cine hasta los paradigmas actuales como High school musical, pasando por los clásicos de Gene Kelly, Fred Astaire y Ginger Rogers, o clásicos populares como Grease, West Side Story o El fantasma de la Ópera.

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