Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

guion y cine

¿Está todo contado? (y IV) – No todas son iguales

Si por los anteriores posts (1, 2 y 3) llegas a la conclusión de que todo está contado, te equivocas. ¿Considerarías que la considerar que la música es siempre igual porque se compone sólo de 12 notas? Todo el mundo es capaz de distinguir entre el rock y la música clásica. Aunque las notas sean las mismas, la distinta utilización de instrumentos, hace que suene diferente. Pero eso no es lo más importante…

La clave es la reinterpretación de conceptos. Conforme pasan los años, las artes varían de tal forma que las nuevas estructuras pueden incluso resultar de difícil comprensión para las generaciones pasadas. Por eso los padres sólo oyen ruído allí donde sus hijos escuchan baladas. Es simple, no lo entienden.

En cine se trabaja sólo con dos elementos clave; espacio y tiempo. Pero no un espacio y un tiempo reales sino cinematográficos. Más moldeables y plásticos. El espacio y el tiempo, en el cine, pueden contraerse (como en las elipsis) o dilatarse (como en la típica escena de terror donde esperamos un susto).

Pero, ¿de verdad ha cambiado tanto en 100 años? Aunque el aparato apareciera a finales del s. XIX, el cine tal y como hoy lo entendemos, se forma a mediados de la década de los 10. Como todo arte narrativo recién nacido, en USA empiezan contando historias en el sentido más clásico de la palabra con un principio, una trama, y un desenlace. Es lo que se conoce como el paradigma clásico. En cambio, en Europa el peso de la historia es menor.

Esa es la primera muestra de que distintas interpretaciones del espacio y del tiempo llevan a dos resultados completamente distintos. Os paso dos obras maestras que se inspiran en la misma novela; Drácula. En 1931, en EEUU, Tod Browning hace una versión protagonizada por el mítico Bela Lugosi. En ella nos preocupamos por los personajes. En el fondo,  es una aventura.

Por otro, Nosferatu de Morneau, rodada en 1922. Aunque la historia es parecida, nos atrae tanto la imagen, los encuadres, las luces y sombras, las formas extremas que, la historia apenas tiene relevancia. Es, básicamente, una experiencia.

Gracias a influencias mutuas y a la propia evolución del artificio, las películas evolucionan a un discurso menos lineal en los años 60 con el nacimiento de lo que se conoce como modernismo. Creo que la mejor definición la dio el director francés Godard; “toda historia debe tener un principio, una trama, y un desenlace, pero no necesariamente en ese orden”. El inicio y el final se difuminan, están más abiertos a la interpretación del espectador. Un buen ejemplo es los 400 golpes de Truffaut de 1959. El final es un famoso fotograma que sugestiona a cada espectador de una manera distinta, cambiando el sentido de la historia.

El estreno de Blade runner está considerado como el inicio de un nuevo cambio; el postmodernismo. Lo que 20 años antes se consideraba que la historia debía guardar una cierta estructura clásica, aquí se rompe. Y, sobre todo, banaliza cosas antes sagradas hasta entonces como la muerte. Ahora incluso hacemos burla con ella. Definitivamente, mis abuelos nunca lo entenderán.

Por qué caminos nos llevará la narrativa en el futuro es una sorpresa. ¿Que no aparecerá nada nuevo? Lo mismo podían pensar hace 15 años cuando llegó Tarantino o ahora con Kauffman, que se atreve con historias al revés.

Nuestras motivaciones es posible que nunca cambien. El amor seguirá siendo un motor. Pero la forma en la que hablaremos de él cambiará. Seguro.

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