Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

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Política

Corrientes de fondo

Pedro Sánchez

En las tertulias de bar, a las que soy un adicto, es bastante común la pregunta: “¿Tú crees que el 27S habrá independencia?”. Hay respuestas de todo tipo. Desde el que sólo recurre al que la ley lo impide, al que cree que la voluntad lo es todo, pasando por los que defienden que la cuestión es bastante más compleja.

Honestamente, no tengo ni idea de qué pasará después del 27S. Aunque Podemos modifica bastante las condiciones de la contienda, considero plausible una victoria en diputados soberanistas y un empate técnico en votos. Probablemente, con algunos votos más a favor de las fuerzas unionistas. Eso nos lleva a un escenario difícil. Pero se dé el que se dé, suelo terminar la frase añadiendo que la independencia es inevitable a largo plazo.

Muchos españoles estarían de acuerdo conmigo en que estamos viviendo una segunda transición. Con voluntad de ser preciso, creo que estamos cerrándola. Aunque no considero que estemos en sus últimos compases, sí interpreto que empieza a sonar la coda final.

No cabe duda que la crisis está catalizando este proceso. Quizás, sin ella, todo esto hubiera llegado mucho más tarde. Pero su corriente transformadora es anterior a la crisis. Abro un pequeño paréntesis. No deja de ser sorprendente cómo se ha utilizado la crisis para legitimar las opciones de cambio político en España y, a la vez, para deslegitimar el proceso soberanista catalán. Cierro paréntesis.

Los vectores de cambio son, básicamente, tres. Se está exigiendo un cambio político. No creo que sea exactamente hacia la izquierda, como percibo es el sentir popular. No cabe duda que Colau y Carmena han logrado un gran éxito. Pero no hay que perder de vista que representan un 25 y un 32% de los votantes respectivamente en dos grandes ciudades. En mi opinión, lo esencial es que las marcas de siempre, o se transforman o serán sustituidas. Seguirá habiendo una España que exige políticas sociales y otra que apuesta por el conservadurismo. No rompemos, por tanto, con las políticas de derechas sino con la estirpe o la “casta”, como les gusta decir a algunos, que ha heredado el gobierno tras la caída del régimen. Es decir, vector número 1: queremos romper con el caciquismo franquista.

El segundo vector, quizás menos obvio en España. Franco hizo que los españoles se avergonzaran de sus símbolos. Tras la dictadura, se han escondido. Aunque los usaban y ha molestado cualquier gesto de no adhesión más o menos duro o explícito, el hecho cierto es que han preferido cohesionar a través de otros símbolos.

Pero esa vergüenza ha ido menguando. Poco a poco, la izquierda le ha perdido el miedo. Lo alimentan tres cuestiones; las políticas de Aznar, creo que es su gran victoria y herencia. Los éxitos deportivos de la última década con cánticos desacomplejados como “yo soy español”. Por último, el proceso independentista catalán. Esta suma de cuestiones es lo que explica, por ejemplo, el slogan que usará el PSOE de cara a las generales; “Más España” o también que Pablo Iglesias sea el político que más utiliza el concepto patria.

Quiero hacer notar es que estos valores ya estaban ahí. Subyacían. No es cierto que los únicos nacionalistas en España fueran los franquistas. También hubo exposiciones duras en contra del catalanismo por parte de Azaña.

Yo nunca he sido españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco.

Dejo de lado que este comentario certifica que, en parte, la guerra española era una guerra contra Catalunya. Si no era suficiente,  a posteriori, Negrín hizo comentarios en la misma línea cuando era presidente de la república en plena guerra civil.

No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza.

Es decir, sólo reflota lo que ya existía. Nada nuevo ni exclusivo de la derecha. Muy anterior a la propia guerra civil. Por tanto, segundo vector: recuperación del orgullo nacional español.

El tercero, obviamente, es el proceso catalán. El catalanismo se siente, en general, maltratado. Como decía Germà Bel en una cena a la que asistí, el Estatut del 2003 nació con voluntad de articular una España federal y acabó convertido en un muro de contención para no perder competencias. Las tensiones con el ya exministro Wert demuestran que no fue útil ni siquiera para eso. La sentencia del TC fue, para muchos, una ruptura emocional con España muy difícil de reconstruir.

Lo que provoca a ojos catalanistas esta tensión, es la percepción de que los españoles viven como una agresión una fórmula que no sea la del estado centralizado. Bajo esta premisa, el desacomplejamiento identitario de la izquierda española, la emergencia de Ciudadanos, que nace para luchar contra el nacionalismo catalán, y el persistente uso de los símbolos patrios por parte del PP, no hacen más que alimentar dicha percepción.

A eso cabe sumar que, a pesar de lo que publican los medios, el peso de las fuerzas soberanistas elección tras elección, se mantiene. En las elecciones municipales, las fuerzas soberanistas vuelven a sumar un 45%. Sumando todo el voto Colau al unionismo, están sobre un 44%. Es decir, el ánimo ha decaído, pero en 5 años, el soberanismo mantiene el pulso. Esto difícilmente es un soufflé.

España tiene derecho a recuperar la normalidad de sus símbolos y a hacer un cambio político profundo. Más cuando responden a corrientes de fondo. Ahora bien, se me hace difícil imaginar una Catalunya acomodada en esa realidad. Ni veo a España dispuesta a cambiar su ruta ni a Catalunya renunciando a su identidad. Si no hay cambios, el desencuentro se producirá. Tarde o temprano.

Política

Nacionalismo y patriotismo

No son pocas las veces que hemos escuchado “yo no soy nacionalista, yo soy patriota”. Pero, ¿cuál es la diferencia entre un concepto y el otro? Los que defienden la distinción señalan que el patriotismo tiene que ver con el amor a la patria, a lo propio. Un concepto que viene muy de lejos. En cambio, el nacionalismo es un concepto más moderno y tiene que ver con el desprecio a lo ajeno.

En cambio, esas mismas personas hablan sin tapujos que la única nación es la española. No dudan que España es una gran nación. Al gran debate político anual le llamamos debate del estado de la nación. Lo “otro”, suponiendo que lo concedan, son “nacionalidades”. ¿Cómo es posible que “nación” esté tan denostado para unas acepciones y, en otras, sea positivo?

El concepto nación nace con la revolución francesa unido al de ciudadanía y se expande en la época del romanticismo. Con él se forjan la nación y democracia francesa, las unificaciones alemana e italiana… Y cala la idea del estado nación. Los problemas del nacionalismo llegan cuando un señor con mala leche, que provocó 50 millones de muertes, decidió llamar a su máquina de matar nacional socialismo. Es curioso. El concepto socialismo quedó intacto, quizás porque tuvo un contrapoder. El nacionalismo estará unido para siempre al genocidio.

No es de extrañar que una mente tan privilegiada como la de Einstein recelara de una región al norteste de España donde unos tipos se hacían llamar nacionalistas. Lo cierto es que, cuando lo conoció de primera mano, dijo: “ahora os entiendo, pero no le llaméis nacionalismo”.

De acuerdo, hemos convertido la palabra en pecado. Pero, ¿qué diferencia real hay? Quiero decir, ¿cómo puede alguien sentir con orgullo que él forma parte de la nación española, y luego añadir que no es nacionalista? De otra manera: ¿qué hace diferente a un patriota español y a un nacionalista catalán?

Un patriota espalol disfruta viendo ganar a la selección española. Le gusta ver a Alonso en lo alto del podium y saca pecho cuando un científico español da con la clave del cáncer. Se enorgullece de los pintores que la historia ha decidido prestarle y se emociona viendo la riqueza paisajística de su país. Por no hablar de la gastronomía. Por supuesto, le duele que sus políticos tengan poca influencia en el mundo, o que le insulten porque es “vago”.

¿Y un nacionalista catalán? Pues no puede ver la selección catalana, pero le gustaría. Le gusta que gane Pedrosa o Jaume Alguersuari. Valora sus científicos, paisajes, gastronomía. Y, claro, le molesta que sus políticos no decidan tanto como le gustaría a él, que le insulten… Es decir, lo mismo.

¿Lo mismo? De hecho, no. Porque él no disfruta de su selección. Tampoco puede decir que a él Alonso le importa tanto como a un español Romain Grosjean. Le miran raro. Por ley, sus símbolos son menos símbolos que los del patriota español. Por ejemplo, las banderas españolas han de estar en el sitio preeminente. Y, por supuesto, aunque proteja la lengua mucho menos que el patriota español, se excede. Es decir, que son lo mismo. Lo que les diferencia es que el patriota español está legitimado. El catalán, no.

¿De dónde emana la legitimidad? Del estado. Los sociologos se pasaron muchas décadas asimilando patriotismo y nacionalismo. Hace 30 años que dejó de ser así. Siempre encontraremos filósofos dispuestos a decir lo contrario y, curiosamente, son los mismos que se llaman a si mismos patriotas. Pero la mayoría reconocen que no hay distinción posible.

El debate lo abre el experto en psicología social Michael Billig, que construye el concepto nacionalismo banal. Banal no porque sea minúsculo, sino por lo contrario. Lo banal es tan habitual, forma tanto parte de la vida cotidiana, que se percibe como “lo normal”.

Por ejemplo, es normal ir a la plaza de la Cibeles de Madrid y que esté llena de banderas. Y es normal que, cuando salen los toros, la plaza esté presidida por banderas españolas. No es que pase, es que es “lógico”. No puede ser de otra manera.

cibeles

Hasta hay cosas preocupantes. En la semana santa, los pasos salen a la calle con el himno de España seguidos por la legión, que canta “el novio de la muerte“. Menudo cockel, ¿eh? Patria, fe y ejército.

Ya hablaré otro día de los medios de comunicación, pero hoy un apunte. Se dice que TV3 trata de imponer una idea de nación catalana. La prueba gráfica es el mapa del tiempo. Representan “els paisos catalans” y no sólo el principado. Lo que no dicen es que Tv3 se veía en las 3 comunidades hasta que lo impidió el PP. Es decir, que era el territorio de su audiencia. ¿No parece normal que una televisión dé el tiempo del territorio donde se emite?

mapa del tiempo

Muy bien, a pesar de lo dicho, acepto que un mapa del tiempo configura la percepción de la realidad. Si asumimos esto, ¿pensáis que el mapa del tiempo de TVE y del resto de cadenas no crea marco de referencia? ¿Qué le confiere al mapa de TV3 de un poder especial que el mapa de TVE no tiene? Son líneas, son mapas…

mapa del tiempo tve

La fuerza del nacionalismo banal es que, a través de su normalización, se incorpora con fuerza en el imaginario colectivo. Es así como niega su propia existencia. Se le detecta porque lleva a sus defensores a respuestas del tipo: “porque es lo normal”, “¿dónde estamos?”, “lo pone en tu DNI”… Razones que son más emociones que realidad.

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El Manifiesto de los 300



Explica Enric Juliana que todo el movimiento secesionista catalán está moviendo cosas en Madrid. Obviamente hablamos de esa Madrid institucional, no de la gente de la calle que las sufre igual que nosotros. Madrid oficial e, incluso, oficiosa en algunos casos. Esa Madrid que no tiene despachos pero sí influencias.

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