Alberto Lacasa

Audiovisual, política y más allá

Date archives septiembre 2011

personal

Ecología liberal

Leí la semana pasada en La Vanguardia impresa (no lo encuentro en la versión digital) que el PP no está de acuerdo con contener las emisiones de CO2 al aire. No he llegado a leer la noticia en profundidad, pero estas posiciones suelen articularse en base a tres argumentos:

– No hay una demostración científica de en qué grado está modificando la contaminación humana el clima de la Tierra. Ni si esto es de verdad tan malo como nos explican. Nadie riguroso os dirá que hay pruebas concluyentes, por mucho que tenemos muchos indicios que señalan en la dirección de que tenemos un grado de responsabilidad importante y que las consecuencias podrían ser fatales (para nosotros, no para el planeta).

– Los costes de proyectos como el protocolo de Kyoto es altísimo. Con su presupuesto podríamos acabar varias veces con el hambre. Y parece ser que la incidencia prevista por su aplicación es más bien pequeña (sobre esto no tengo una seguridad plena).

– Por último, y el verdadero motivo que se esconde detrás de los dos primeros, reducir las emisiones de CO2 resta competitividad a quien lo hace.

Las tres cosas son ciertas. El drama es que las contraargumentaciones ecologistas, y siento mucho decir esto, me suelen parecer un tanto infantiloides. Suelen poner el acento en que las empresas son malas y sólo miran sus intereses. El capital y los neoliberales (salvajes) controlan el “mercado” y hacen y deshacen a su gusto. Y ahí acaba (casi) todo. Salvo (muy) honrosas excepciones.

Ante todo quiero dejar claro que la contaminación ilimitada no tiene nada de liberal. Otra cosa es que los liberales (y sobre todo los que se jactan de ello porque les suena mejor que conservadores) tienden a priorizar el crecimiento económico sobre todo lo demás.

Leyendo el libro de Xavier Sala-i-Martín sobre economía liberal, hace una disgresión a cuáles son las funciones del estado según los postulados liberales. Uno de ellos es la protección de los bienes comunales. Se consideran bienes comunales todas aquellas cosas que pertenecen a todos y a nadie en concreto y que, por tanto, están sujetos a que alguno de los miembros quiera aprovecharse de ellos en detrimento de los demás.

El aire es algo que nos pertenece a todos. Y cuando una empresa contamina, lo que está haciendo es obtener un beneficio a base de explotar algo que es de todos: el aire. Eso tiene un coste colectivo en forma de peor salud, además de entrañar un posible riesgo futuro enorme para la humanidad.

Es decir, la producción de ese bien que la empresa produce tiene un coste real que no estamos computando en su precio y que pagamos todos (los que compran el producto y los que no). Y ahí reside la clave. Lo que propone la teoría liberal (más que los liberales) es que, en estos casos, el Estado debe buscar una solución porque en eso, el mercado, falla.

Puede que haya otras, pero la única que yo conozco es una tasa. Hay que computar qué coste real tiene esa contaminación y, en consecuencia, incluir ese coste en el precio. Y puede que, de repente, descubramos que algunas cosas que resultaban muy competitivas en precio, en realidad, son carísimas.

Conste que el objetivo no es recaudar más ni esperar mejores servicios sociales. Siento no confiar nada en la capacidad de la administración pública de reinvertir el dinero con tino.

Por último, si bien es verdad que no está demostrado que el cambio climático por causas humanas sea un hecho, lo que sí que es seguro es que, de ser verdad, el riesgo es enorme. Con tantos indicios, lo que aconseja el sentido común cuando desconoces las consecuencias reales de algo es ser conservador. Quizás no sea malo que la temperatura suba mucho, pero la gravedad de una supuesta extinción es tan alta que mejor mantener el clima actual que sabemos que sí es propicio a nuestra biología.

Dicho esto, también hay que ser realista. ¿Aplicaría de hoy para mañana un montón de tasas que fijaran un precio real de las cosas? No, ni en broma.

– Esto no lo puedes hacer sólo en tu país a no ser que estés dispuesto a provocar una fuga de empresas y, por tanto, un incremento del paro. Y no creo que estemos para estas alegrías. Es un objetivo poco realista a corto plazo. Pero precisamente por eso, hay que ponerse a trabajar ya.

– El poder adquisitivo de la gente bajaría de golpe. De hacerlo de forma repentina, al comprar productos que detrás tienen procesos contaminantes (la mayoría de productos) subirían de forma repentina.

– Con la derecha no podemos contar. Así que la izquierda debería abandonar la demagogia fácil. No puede defenderse una cosa y su contrario a la vez. Debería ser consciente de que la defensa del medio no es coherente con estar en contra a, por ejemplo, la subida de la luz. Imaginad ese incremento aplicado a todos los productos. La única alternativa para no esquilmar a la clase baja y media es subir poco a poco.

La articulación del discurso ecologista puede y debe tener su respuesta en el lenguaje propio de las empresas: el dinero. Pero la solución requiere cesiones por parte de la derecha defensora más de los lobbies que de los mercados y coherencia por parte de la izquierda. Las soluciones requieren tiempo. Cuanto antes empecemos, mejor.

personal

El porqué de la inmersión lingüística en Catalunya

Hoy el TSJC ha dado el que puede ser el estoque final a la inmersión lingüística en Catalunya. Desde España y muy esporádicamente en Catalunya (creo recordar que hay 5 demandas en todo el territorio) se ha apelado al derecho de los padres a decidir el idioma en el que quieren escolarizar a sus hijos en base a una teórica libertad de elección. Eso y un supuesto riesgo de que los niños crezcan sin aprender el castellano.

¿De qué libertad de elección hablan? ¿Cuándo han tenido los padres libertad de elección en la escuela? Un padre en España no escoge qué estudia su hijo. Ni cuántas horas dedica a cada tema. Si yo fuera padre, no tendría ningún interés en que mi hijo estudiara latín, y ocuparía más horas con asignaturas de carácter técnico que facilitaran una teórica inserción laboral posterior.

¿Sabéis por qué no les damos libertad de elección? Porque sabemos que estudiar historia, sintaxis, o biología, quizás no les será útil a la mayoría a nivel laboral (a no ser que se dediquen a esas áreas en concreto), pero les ayudará a algo superior: vivir. Les dará herramientas.

Pero obviamente, alguien podría decir: entonces, ¿por qué no hacerlas mixtas, o directamente en castellano? Me justificaré.
Alguien realmente patriota, alguien que realmente quisiera toda aquella riqueza cultural que hay en España debería estar encantado con la idea de que en España haya el multilingüismo que tenemos. Y debería protegerlo.

La clave reside en dos preguntas de calado: ¿Cuál es la función de los colegios? y ¿dónde aprenden los niños?

La respuesta a la primera pregunta es que los colegios educan a los niños de forma integral. Es decir, todos las dimensiones de su persona. Pero obvian (o sólo los refuerzan) algunos temas porque se da por hecho que ya hay otros ámbitos donde aprenden esas cosas, como por ejemplo a coger los cubiertos o a comer con la boca cerrada. Es decir, que los niños no sólo aprenden en el colegio, lo que contesta a la segunda pregunta.

Los niños no sólo aprenden a leer en el colegio. Cuando se compran un libro o cuando cazan un diario en casa también están aprendiendo a leer. Y esa es la primera clave de la inmersión lingüísitica.

En Catalunya la inmensa mayoría de diarios que se publican son en castellano (hoy, gracias a la aparición del diario ARA y la versión en catalán de La Vanguardia se ha practicamente equilibrado los diarios que se leen en los 2 idiomas, no los que se publican). De unos 50 canales de televisión, no llegan a 10 los que son en catalán. En los cines, el 95% de las proyecciones son en castellano. Hay muchos más libros editados en castellano y, encima, leer en catalán es más caro.

Es decir, la inmensísima mayoría de los contenidos disponibles en Catalunya son en castellano. Además, hay poblaciones (enormes) catalanas en las que escuchar catalán en la calle no es fácil a causa de la enorme inmigración llegada de otras regiones de España. Y no hablo de poblaciones pequeñas, sino de algunas de las más grandes.

Ese es un aspecto que no puede descuidarse cuando se habla de educación. Mucha gente de mi edad (alrededor de los 30) no habla nunca en catalán porque los catalanoparlantes tienden a pasarse al castellano cuando están con alguien no catalanoparlante, por lo que no necesitan usarlo.

La presión del castellano, con 400 millones de parlantes en el mundo, es enorme, por lo que un trato idéntico en el colegio no es un trato igualitario. Comprender la diferencia entre idéntico y igualitario es esencial (y su contrario muy obtuso).
Pero, ¿qué pasaría si ello implicara que los niños sólo supieran castellano de una manera “no formal” tal como estuvo el catalán en la dictadura? La experiencia demuestra que esto es radicalmente falso.

Las calificaciones en castellano de Catalunya no son inferiores a la del resto de los españoles. De hecho, muchas veces son superiores. ¿Gente que se expresa mejor en catalán que en castellano? Por supuesto que la hay. ¿Y qué? Hay mucha más a la inversa. Incluso me atrevería a decir que muchos serían incapaces de construir una frase en catalán, cosa que a la inversa no conozco absolutamente a nadie.

La inmersión lingüística es, también, un modelo convivencial. Los niños nunca se han visto separados entre los “españoles” y los “catalanes”. Eso entraña ciertos riesgos.

¿Intento decir que no hay nada de político en la decisión de la inmersión lingüística? Por supuesto que la hay. Como en el caso de su contrario, el modelo que ahora pretenden imponernos. El modelo actual defiende una Catalunya con identidad propia, con un idioma diferenciado, con una cultura que debería ser vista como una riqueza.

La inmersión lingüística es absolutamente imprescindible para salvaguardar un idioma que debería ser visto por todos como una riqueza forma parte de la riqueza cultura ya no española sino del mundo. España parece preferir la uniformización. Conste que un castellanoparlante nieto de inmigrantes confía en que no lo consigan.